José Pastor González

Tomas El Mellado, Daniel El Sinvivir, Juan el de Guillermo, y Paco el acequiero, en una mesa, bebiendo vino y jugando al paulo. y El Mellado arrastrando. y el acequiero metiéndole dos chinos por arrastrar. y El sinvivir maldiciendo y diciendo “esto es un sin vivir”
y Gabriel en la barra, a lo suyo, con una copa de sol y sombra y con una colilla de churrasca apagada pegada a los labios, mirándole de reojo, de vez en cuando, las tetas a la camarera.
y Pepe diciéndole a la camarera; lo que nos vamos a acojonar y descojonar cuando a la OMS le de por llamar a la nueva variante del covid con la letra griega eta
y a la camarera que esta semana le ha dado por el cante de Adela La Chaqueta y en el bar no deja de sonar bulerías y alegrías
y José y Sergio, los más jóvenes del pueblo, treinta y dos y treinta y cinco años, de cervezas, echando un mano a mano en el futbolín.
y Tomas El Cagavinos y el juez de paz hablando de la aceituna, del rendimiento, de que no llueve, de lo abandonado que están los campos y de que este ayuntamiento no sirve, y “ponte otra ronda, tabernera”.
y en la terraza:
a la entrada del bar, Negra, el perro de Gabriel, dormitando a la sombra, como su dueño, a lo suyo, mirando de reojo, de vez en cuando, lo que pasa a su alrededor.
y dos andarines, guiris, aprovechando el sol de invierno, tomando unas cervezas y unas tapas de jamón.
y Matea “La de Antonio” y Carmen, de cháchara, mientras esperan a Robert el panadero
y el sonido del agua de la fuente
y unas lavanderas blancas correteando por la plaza
y unos gorriones alborotando entre las ramas de la acacia
y un cielo azul sin nubes
y las campanas de la torre de la iglesia dando las doce de la mañana
y el reloj del ayuntamiento marcando- como siempre- las dos y veinte
y todo
como si no hubiera un invierno
ni un ahora
ni un mañana
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