Ítalo Costa Gómez

Cuando mi mamá me recibió en brazos en su cuarto del Hospital de la FAP en Miraflores me miró a los ojos virolos – que tuve todo el primer año de mi vida – y me dijo: “Tú y yo seremos un equipo hasta el final” y vaya que así fue. A pesar de que tenemos nuestros pleitos de cuando en cuando – la convivencia no es fácil para nadie – nos queremos, soportamos y llevamos una vida en armonía. Cada uno hace lo que tiene que hacer. Cada quien a su negocio. Somos muy independientes, pero sí buscamos desayunar juntos todas las mañanas. Ese era y es nuestro momento.
Ella medio loca y yo loco y medio se imaginarán que hemos acumulado un buen número de anécdotas divertidísimas. ¿Les he contado la del producto maravilloso?
Cuenta la historia que yo había invertido una cantidad razonable en productos para el cabello. Shampoo, reacondicionador, crema para peinar, crema revitalizante, tratamiento de las puntas y un aceite que te hechas por gotitas cuando ya estás peinado. Carajo, ni la Stephanie Cayo iba a tener más cuidado con su pelo. Selena con su Pantene era una pobre diabla a mi lado.
Me parecía malazo llevármelo todo a mi cuarto porque así ella no lo podría usar. Cero con el egoísmo. Lo puse en el baño principal y más o menos le expliqué el orden y el tiempo en que debía usar cada producto. ¡Qué felicidad!, ¡Cuanta dicha!
Quedaban varias botellitas a medias de shampoo y acondicionador. Le recomendé que las botara, pero lo dejé en sus manos y me olvidé del tema.
Ciertamente a las semanas mi cabello estaba más bonito. Estaba contento. Una tarde le hago un comentario a mi mamá:
-Má, bueno el tratamiento para el pelo, ¿no?… Creo que cuando se acabe podrías auspiciarme con el cincuenta por ciento y podemos volver a comprar todo. Vale la pena.
-Sí, creo que sí. – me responde ella bien segura de sí misma – aunque en realidad deberías agradecerme a mí. Yo he sido la que ha creado el producto maravilloso.
-I beg your pardon?
-Sí, los potes nuevos los vacié a la mitad en otra botellitas y se los regalé a tu tía Benita, porque has visto lo feo que tenía el pelo la Benita, parecía una palmera…
-Mamá… mamá, concéntrate… ¿qué fue lo que hiciste?
-Agarré un poquito de cada shampoo que quedaba y rellené las botellas originales. No hay que desperdiciar nada.
-¡¡¡¡¡¿¿¿QUÉ TU QUÉEEEEEEEEE?????!!!!!! – más histérico que el periodista de Canal N cuando vio el lápiz en la mesa de entrevistas frente a Keiko.
Es decir, mi querida madre había mezclado un poquito de Pantene, Head & Shoulders, Nutribella, Savital, Játiva, gotas de silicona y quizás Pulitón con mi carísimo pack para el pelo, al menos con el shampoo y acondicionador.
Me quería volver chango.
-Mamá, se nos va a caer el pelo. Se nos va a poner verde y todo será tu culpa. No quiero hablar contigo ahorita.
Me paré histérico y alcancé a oír que me dijo: Qué más quieres, tienes el pelo como el Raphael y encima me criticas…
Lo peor de todo es que tenía razón. Nuestro cabello se veía más sano y luminoso que el de la Melissa Loza usando Savital. Más ionizado que el pelo del Paciente 164. Había creado un producto formidable. Cuando se acabó su menjunje hasta pena me dio.
Muchas amigas me preguntaban: ¿Qué shampoo estás usando? Y yo decía: “Es mi secreto, nunca lo sabrás”. La verdad era que ni yo mismo sabía qué coño me estaba tirando en el pelo y que por razones misteriosas éramos Daniela Romo.
Eso de que “una madre sabe más” debe tener mucho de cierto. Sin embargo, por medidas de seguridad, a partir de ese día decidí mantener en mi habitación todos los productos que me compre para el cuerpo. A veces hay una crema hidratante en el baño y la miro con desconfianza. Pienso que fácilmente puede haberle tirado el aceite de oliva que le quedó. Madre solo hay una y la mía es una jijuna.