Helena Garrote Carmena
One Number 31 (1950)-Jackson Pollock
Debió ser por la hora, o que el relato me importaba más bien poco, por lo que me empecé a quedar dormido.
El libro comenzó a resbalar despacio entre mis dedos, luego se precipitó y con un golpe seco pegó contra el suelo.
El trompazo del volumen me despertó con la misma inmediatez que momentos antes perdía la consciencia. Entonces fui testigo del desastre.
A mis pies, un puñado de párrafos quedaron dispersos, inconexos, nada decían. Durante la caída, y en un intento por sobrevivir un montón de puntos y comas quedaron agarrados a mis rodillas, como la arena de una playa.
Cientos de palabras sueltas se arrastraban por la alfombra confundidas y asustadas, buscando su frase. El diálogo entre un hombre y una mujer fue a parar debajo de la mesa; faltaban líneas, y saltaban de un asunto a otro sin entenderse, como pelea de enamorados. La frase final aterrizó encima de la frase de inicio; se miraron por primera vez y lejos de gustarse, forcejearon. Las referencias climatológicas se desparramaron por el cuarto; junto a la lamparita llovía a mares, en los restos del café, el calor parecía derretir el asfalto y sobre el cojín de mi gato las nubes anunciaban sucesos extraños. La numeración de las páginas corría despavorida a refugiarse junto al zócalo de la puerta, donde el número uno, a voces, pedía calma y organización. Dos hojas que habían quedado en blanco lloraban desconsoladamente en un rincón. El nombre mutilado de un personaje, sin descripción ni cometido, vagaba sin rumbo por la habitación. Luego lo vi saltar por la ventana.
El título desapareció. Dicen que lo vieron trepando a la estantería buscando su hueco y aunque lo buscaron, no dieron con él. Al cabo de un tiempo, y en vista del desastre, el resto de la narración decidió, con gran dolor, dar la historia por muerta.