Italo Costa Gómez
Un adolescente que no hace palomilladas no es un adolescente. Las mías no han sido cosita de nada, pero creo que eran más graciosas que polémicas y en más de una ocasión las cosas se salieron de control. Lo que les voy a contar hoy se dio gracias a un estafador. Seguramente que en algunas chinganas y hoteles de la ciudad de Huacho está aún mi foto con la leyenda: «persona non grata».
Cuenta la historia que una vez terminado el colegio yo me involucraba en el mundo del espectáculo cada vez más y en una rama inédita que jamás olvidaré: el circo.
Todo me llamaba la atención. Eran familias enteras que venían desde varios países y que viajaban por el mundo haciendo acrobacias, malabares y actos de magia alucinantes que dejaban boquiabiertos a todos. Yo tenía una breve intervención con un musical a la mitad del show. Eran tres funciones, tres. Nos pasábamos el día entero juntos, viajábamos a provincias, nos cocinábamos macarrones con queso todas las tardes y dormíamos doce personas en sacos para dormir tirados en el piso. Formaba parte de la familia. Con dieciocho años yo era uno de los Fuentes Gasca (versión humilde).
Cuando nos tocó visitar la ciudad de Huacho, las cosas desde el principio salieron mal. La carpa no estaba instalada ni los asientos asegurados. El empresario era recontra informal y casi nunca le veíamos la cara. No teníamos acceso a la boletería ni a lo que recaudan con las fotos que nos pedían los más pequeños.
Hicimos seis funciones en condiciones precarias. Sábado y domingo. Para ser una plaza difícil no nos había ido mal. Al final de la última presentación el empresario ya no estaba. Ni sus luces. Supimos que no había pagado el hotel ni a la señora que nos ayudaba. El circo original ya estaba acostumbrado a vivir estas cosas y debía seguir la gira mientras que yo (así como el presentador, los cómicos invitados y las bailarinas) debía volver a Lima como pudiera. De pronto me vi desamparado sin un peso en el bolsillo, con deudas en todos los rincones de esa ciudad, con hambre y miedo. Todos se fueron yendo poco a poco sin velar por nadie. Alas y buen viento. The show business is brutal, honey.
Me acuerdo que una de las bailarinas antes de irse me prestó un sol y llamé a mi papá desde un teléfono público.
—Papá, al toque. Estoy en Huacho. Nos estafaron en el circo. No tengo cómo volver. Debo el hotel además de la comida y no he traído DNI. No sé cómo regresar. Estoy asustado. ¿Qué hago?
—¡Hasta cuando con eso del circo! Yo no te he criado y educado para que acabes de payaso, Ítalo. ¿No tienes DNI? No puedo ni mandarte plata hijo. Tú olvídate de las deudas y vuelve como puedas. Cuídate mucho por favor. Suerte.
Quería llorar pero el orgullo pudo más y le dije que lo llamaba cuando haya regresado… que todo estaría bien.
Me fui del hotel sin pagar nada, por tanto no pude sacar mi saco de dormir ni mis tres trapos, ni mi vestuario, nada. Me fui caminando a la estación de buses más informal que había y me subí a uno con rumbo a Lima sabiendo que si me cobraban de arranque me iban a bajar ahí mismo. No me sabía el número de nadie más de memoria y tampoco tenía plata con que llamar. Era de terror.
El cobrador me vio solito, lloroso y sin cosas. No me cobró nunca. Un ángel el chico. Al llegar a Lima me bajé del bus asustado y tomé un taxi rumbo a mi casa, que mi mamá pagó, y así terminó no solo mi odisea sino también mi carrera circense.
Cada vez que alguien menciona la palabra Huacho a mí me da la temblorina. ¿Me seguirán buscando después de tanto mis acreedores huachanos?, ¿Habrán hecho macumba con la ropa que dejé?, ¿Será que el empresario ya estará en prisión o se habrá hecho congresista?, ¿Será que no me aman? Mejor ni averiguar.