Un caso de bullying en el campamento

Lucas Berruezo

 

 

 

–Era linda (y perdón por el uso del pretérito, pero por horrible que suene no deja de ser cierto). Como decía, era linda, aunque no tanto. La suya era de esa belleza que se aprecia si se mira y que no resalta si se desvía la mirada. Eso hacía que todo el mundo la viera como excesivamente engreída cuando estaba de buen humor o un ejemplo de falsa modestia cuando no estaba con el mejor de sus ánimos. Si hubiese sido más linda (más despampanante, digamos), le hubieran perdonado todo. Y si hubiese sido más fea, no les hubiera importado nada. Incluso, no les hubiera caído tan mal. Ese fue, tal vez, su problema. Su mal. Fue suficientemente linda como para ser envidiada, pero no tanto como para ser admirada. A lo mejor por eso le hicieron lo que le hicieron.

Declaración, fechada el sábado 22 de septiembre, de Juan Luis Carrizo, profesor de ajedrez de Pilar Garmendia, para la revista Agenda mediática.

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(1)

Llegaron a eso de las nueve y media de la mañana del jueves 20 de septiembre. Los chicos se agolparon en el pasillo central del micro para poder bajar, lo que provocó un amontonamiento que tuvo que ser disuelto por las maestras, que no dejaron de gritar hasta que cada uno de los alumnos volvió a su lugar. Una vez restaurado el orden, el descenso fue paulatino, comenzando por los que ocupaban los primeros asientos y seguidos, progresivamente, por los que estaban atrás. Ya abajo, y a medida que iban pisando el pasto del campo de deportes del colegio Nuestra Señora del Buen Viaje, la euforia retornaba a las jóvenes piernas y las carreras no se hacían esperar. En este caso les correspondió a los profesores de educación física (verdaderos responsables del campamento) mantener el control y reagrupar a los corredores.

Con todo listo (los chicos formados en filas y los bolsos acomodados en la casona conocida con el nombre de «El mirador»), los profesores inauguraron oficialmente «El campamento de 3er año del colegio Nuestra Señora del Buen Viaje, año 2018». Hubo una suelta de globos (a cada alumno le correspondió un globo y a cada globo, un deseo), un baile de inauguración (que no fue más que una danza frenética al ritmo de una única canción, «Can’t Stop the Feeling» de Justin Timberlake) y un grito de alegría al mejor estilo «sapucay».

A continuación se llevó a cabo la primera tanda de actividades: se dividió a todos los alumnos en dos grupos libres para que, según sus afinidades, jugaran a la mancha. Luego, cada grupo se subdividió en dos, quedando cuatro equipos de entre seis y siete chicos, y se dio inicio a un campeonato de quemados, que no terminaría hasta que hubiera un equipo campeón que recibiría no sólo el aplauso de todas las personas en el campo de deportes, sino que también sería merecedor de una segunda ración de postre en el almuerzo de ese día.

Mucho más tarde de lo que cualquiera de los chicos, de haber sido consultado, hubiese preferido, se trasladaron al comedor (una edificación sin paredes, con estructura de madera y techo de paja) para el desayuno. El menú consistía en un mate cocido o té con leche y una ración libre de galletitas Terrabusi, servidas en pequeñas canastas de mimbre, que se recargaban cada vez que su contenido desaparecía en manos de los hambrientos muchachos.

La algarabía era extrema. Gritos, risas y carcajadas se escuchaban por aquí y por allá. Alguna que otra galletita abandonaba la mano de su depredador para salir volando por arriba de la mesa en busca de una cabeza en la que estrellarse. Los profesores y las maestras ya se sentían exhaustos para ese momento, sensación física que aumentaba de intensidad (si es que se puede decir que el cansancio «aumenta de intensidad») al ver la hora en sus relojes y celulares. Apenas eran las once y diez de la mañana.

Al finalizar el desayuno, todos los chicos contaron con tiempo libre para hacer lo que quisieran. Muchos fueron al sector de juegos, donde había hamacas, dos toboganes, un subibaja y hasta un toro mecánico. Otros, especialmente varones, salieron a recorrer los alrededores con la intención de «investigar» el lugar. No dudaban de que, como todo espacio enorme, con árboles, un comedor y una edificación que más parecía una casa embrujada que un complejo de actividades, el campo presentaría muchas incógnitas y secretos. Algunas pocas nenas se sentaron sobre el pasto, al sol, para charlar un rato.

En este último grupo se encontraba Pilar Garmendia, a quien llamaban, cariñosamente, Pili.

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En el video se puede ver cómo una nena de pelo castaño hasta los hombros, grandes ojos marrones y piel un tanto trigueña acomoda la cámara. Una vez lista, da tres pasos hacia atrás.

–Hola a todos, soy Pilar Garmendia, tengo nueve años y mis amigos me dicen Pili. Gracias por visitar mi canal. No dejen de suscribirse y de darle like. Lo que voy a hacer ahora es una coreografía para todos ustedes. Espero que les guste.

Pilar vuelve a acercarse a la cámara. Inmediatamente después se empieza a escuchar el comienzo de «There’s Nothing Holdin’ Me Back» de Shawn Mendes. Con rapidez, Pilar ocupa su lugar. Lo que ella llamó coreografía no es más que una improvisación de movimientos simples y un tanto torpes, que intentan seguir el ritmo de la canción. Es evidente que se sabe la letra de memoria, porque no deja de reproducirla con sus labios silenciosos, como si hiciera playback.

Cuando la canción termina, Pilar se acerca por tercera vez a la cámara para luego, por tercera vez también, volver a ocupar su lugar protagónico. Lo que queda de ella es una nena despeinada, con los cachetes rojos y la respiración desbordada. Al hablar, lo hace intentando disimular su agitación.

–Bueno, ésa fue la coreografía que hice para ustedes. No olviden suscribirse y darle like al video. Los veo en el próximo video. Gracias por visitar mi canal. Soy Pili. Chauuuuuuu.

Al despedirse, la nena saluda enérgicamente con la mano. Se la sigue viendo agitada y despeinada. Quien la mirara con mayor detenimiento, también notaría otra cosa: notaría que se la ve feliz.

***

–¿Quiere hablar de Pili, por favor?

La periodista se hace a un lado para que la cámara tome a la mujer sentada en el sillón principal del estudio. Tiene el pelo tirante, pegado a la cabeza y sujetado con una banda elástica. Está muy pálida y no lleva nada de maquillaje. A su lado, un hombre permanece sentado con sus dos manos sobre las rodillas. También se lo ve pálido y, además, ausente.

–¿Qué te puedo decir de mi Pili…?

La mujer traga lo que parece ser una masa gelatinosa, pero que ella sabe muy bien es angustia. Está a punto de llorar, aunque no lo desee. Llorar frente a las cámaras en el programa de televisión más visto de la tarde del sábado no había estado nunca en sus planes. De hecho, con todo lo que había llorado ese día y el día anterior, había confiado en que las lágrimas no la traicionarían, que tardarían un poco en volver. A lo mejor tendría que haber tomado una de esas pastillas que tomó su marido. Pero en ese caso quién sabía lo que habría estado dispuesta a decir…

–Lo que te puedo decir es que es un sol, la hija que todo padre querría tener. Buena, educada, sin maldad… Llena de sueños. Siempre soñando –la mujer ríe, una lágrima cae de su ojo izquierdo y desciende hasta su mentón–. Yo le decía todo el tiempo que bajara a la Tierra, que no podía vivir en las nubes. Eso te puedo decir de ella. Es un sol. El único sol que tenemos, mi marido y yo.

La mujer se limpia el costado de la cara, todavía húmedo. Lo hace con un movimiento distraído, como si no supiera lo que está haciendo. Su mirada está perdida, mirando hacia algún lugar dentro de ella misma. Las luces, las cámaras, los asistentes del piso, la periodista (de pelo rojo despampanante y vestido hecho a medida) no son más que sombras. Ahora que su sol se está apagando, en el mundo, su mundo, no hay más que sombras.

–¿Por qué creés que le hicieron esto?

La mujer tarda en responder. Su boca se contrae. Se nota que está haciendo un gran esfuerzo por no llorar. Mira a su marido, que sigue con la mirada perdida y las dos manos encima de sus rodillas. Piensa que tendría que haber tomado esa pastillita. O al menos la mitad. Aunque dijera cualquier cosa. Aunque dijera lo que en verdad pensaba. Aunque mandara a todos a la mierda. Cualquier cosa hubiese sido mejor que ese dolor que no podía dejar salir, porque la estaban filmando en el programa más visto de la tarde del sábado.

–No sé… –la voz se le quiebra, pero puede controlarla–. No sé por qué hicieron esto. No era la primera vez que se reían de ella o la hacían sentir mal. ¿Sabés cuántas veces llegaba a casa llorando porque la dejaban de lado? Yo siempre le decía que no les hiciera caso… Incluso, para ese mismo campamento, esas amiguitas que tiene le dijeron que si la carpa era para cuatro personas, que ella iba a quedar afuera. Ella… Solamente ella… Siempre hacían cosas así. O se reían si se equivocaba en una tarea, o de la ropa que llevaba a un cumpleaños. Y ella nunca les decía nada, siempre trataba de hacer como si no se daba cuenta, hasta que llegaba a casa y se ponía a llorar. Entonces la consolaba yo o mi marido… –la mujer le echa un vistazo al hombre que está a su lado y vuelve a mirar a la periodista–. Pero esto… Esto que hicieron no tiene nombre. En todos lados hablan de un accidente, de que no sabían que podía pasar una cosa así… ¿Qué podía pasar sino lo que pasó? O son tontos o son malos… Y yo no creo que sean tontos…

La periodista extiende su mano y la apoya sobre la pierna de la mujer. Como si se tratara de un mecanismo similar al de un botón que abre una compuerta, la mano de la profesional de pelo rojo y vestido a medida abre el torrente de emociones que, a duras penas, la mujer venía controlando. Su boca vuelve a contraerse, sólo que esta vez no puede hacer nada para aplacar los temblores, que sacuden su mandíbula hasta el punto de obligarla a llevarse una mano a la zona, si no para controlarla, al menos para que no se vea. Lo que sí se ve es su respiración, que se agita en medio de estertores amplificados por el micrófono sujetado a la camisa.

La periodista de pelo rojo y vestido a medida es una experta en la materia, por lo que deja pasar el tiempo suficiente para que las expresiones de la mujer sean captadas por la cámara. Cuando ya lo cree suficiente, se vuelve ella misma hacia el lente que la enfoca y le pide al director una pausa, para que todo se reorganice.

Cuando el programa vuelva al aire, la mujer y su esposo ya no estarán sentados en el sillón. De ellos sólo quedará el eco de unas palabras pronunciadas, con tono compungido, por la periodista de pelo rojo y vestido a medida, justo antes de pasar a otro tema, éste de un tenor completamente distinto, merecedor de la más amplia de las sonrisas.

***

(2)

Los chicos merendaron lo mismo que desayunaron: té o mate cocido con leche y galletitas Terrabusi, distribuidas en las mismas canastas de mimbre. Las largas mesas rectangulares estaban llenas de alumnos, maestras y profesores, de risas y gritos, de bromas y confidencias. Cada tanto, de igual manera que había ocurrido por la mañana, una que otra galletita salía despedida por los aires. Nadie se quejaba, los profesores apenas demostraban enojo y casi no reprendían a nadie. Todos estaban alegres, disfrutando del campamento.

Pilar era una de las chicas que se reía, sentada al lado de su mejor amiga, Celeste Martínez. Las dos miraban de reojo a Nicolás Camacho y se decían secretos al oído. Cada tanto, se tocaban por debajo de la mesa para señalar alguna travesura de alguno de sus compañeros, o simplemente para llamarse la atención por algún gesto o alguna palabra, imposible de escuchar en semejante pandemonio, pero perfectamente posible de adivinar, de Nico.

Al finalizar la merienda llegó el momento de levantar las carpas. Los chicos se juntaron en grupos de cinco, ya establecidos de antemano, y con la orientación y ayuda de un adulto armaron los espacios que les servirían para dormir. No fue una tarea fácil, Pilar tuvo que ponerse de acuerdo con Celeste, Anita, Maura y Wanda para determinar cómo iban a estar distribuidas. Todas querían dormir al lado de Celeste, de alguna manera la líder del grupo, y después de mucho discutir y de amenazar reiteradas veces con la disolución de la amistad, el privilegio le fue asignado a Anita. Pilar, Maura y Wanda acomodaron sus bolsas para dormir resignadas y resentidas, aunque amigas de todas y de cada una. La peor parte le tocó a Pilar, que tuvo que conformarse con el rincón más cercano a la puerta, rodeada de los pies de las otras chicas.

Con las carpas listas y las bolsas de dormir acomodadas, los profes de educación física organizaron más juegos. Ahora les llegó el momento a las carreras con bolsas, a la búsqueda de tesoros y a la revancha por una nueva ración de postre en el quemado.

Con los chicos cansados hasta el punto de la extenuación, se armaron grupos para buscar ramas de árboles para usarlas en el fogón. Sólo aquellos que se ofrecieron como voluntarios llevaron a cabo la tarea. El resto fue preparando las mesas rectangulares para la cena, que consistiría en fideos con salsa o, en su defecto, con manteca. Pilar prefirió quedarse en este segundo grupo. Estaba demasiado cansada como para ofrecerse a formar parte del primero.

La cena fue mucho menos ruidosa que las otras tres comidas del día. Algunos chicos llegaron a dormirse sentados, con los platos de fideos intactos sobre la mesa. Por un momento, los profesores llegaron a pensar que iban a tener que cancelar el fogón ante la perspectiva de que ninguno de los alumnos iba a estar en condiciones para disfrutar de él. Nada más lejos de la realidad. Aquellos que se habían quedado dormidos para los fideos, empezaron a mostrar cierta reanimación al momento del postre (consistente en frutas frescas). Al terminar la cena, y ante la perspectiva del fogón, ya casi nadie mostraba signos de cansancio.

Juntaron todas las ramas en el centro del descampado, lejos de los árboles y más lejos todavía del comedor y de la casona. Bajo la dirección de los profesores, todos los alumnos comenzaron a bailar, bajo el ritmo de un par de bombos, lo que se dio en llamar «la danza del fuego». Cinco minutos después, uno de los profes prendió un fósforo y lo lanzó a la pira. La combustión fue rápida y sorprendente. Una exclamación unánime se elevó junto con las llamas. Por supuesto, ningún estudiante supo, ni en ese momento ni después, que las ramas estaban empapadas en alcohol.

Una vez que el fuego estuvo prendido y ardiendo, los chicos se sentaron a su alrededor. Era imponente, circular como una de las calesitas de plástico del jardín del colegio y tan alto como uno de los profesores.

Mientras miraban extasiados el fogón, cada uno tenía que pensar qué iba a hacer. Todos, de quererlo, tendrían su turno. Podían contar chistes, hacer trucos de magia, imitaciones o cualquier otra cosa que se les ocurriera. La idea, sostenida por todos los profesores, era pasar un rato de compañerismo, respetándose, escuchándose y, con toda seguridad, divirtiéndose.

Pilar estaba sentada junto a Celeste, Anita y Wanda. Había pensado en contar un chiste que le gustaba mucho, sobre un juego de palabras con el nombre «Carmen». Lo había escuchado en YouTube y le había parecido muy pero muy gracioso, pero entonces Celeste le habló y la hizo cambiar de idea.

–Pili, ¿por qué no bailás la canción de Shawn Mendes? ¡Es tu oportunidad!

***

–Nunca pensé que iba a pasar una cosa así –se limpió los mocos que resbalaban de su nariz con su antebrazo, dejando una línea húmeda en la manga de su camiseta roja–. Lo juro. Pilar es mi amiga. Lo que pasó es que vi cómo la miraba Nico… Y me puse celosa… Solamente quería que se rieran un rato de ella, nada más. Como siempre. Todo el tiempo nos reímos de ella, lo que pasa es que Pilar hace como si no se diera cuenta. Se la pasa llamando la atención, hablando como hablan en las películas o en las series, como si ella viviera en un programa de televisión y fuera siempre la actriz principal. Solamente queremos que se deje de hacer la canchera. Pero no quería que le pase eso. Lo juro. ¡Lo juro! Es mi amiga. Quiero que se ponga bien. Le rezo a Dios todo el tiempo para que se ponga bien –una vez más, se limpió la nariz con la manga de su camiseta–. Ella es mi amiga. La quiero mucho.

Palabras de Celeste Martínez durante la madrugada del viernes, en la Dirección del colegio Nuestra Señora del Buen Viaje, ante la presencia del director y de sus padres.

***

(3)

Cuando los profesores preguntaron quién quería pasar primero a «la ronda del fogón», al menos siete chicos levantaron sus manos, Pilar entre ellos. El primero en dar su show fue Juan Ignacio Heredia, que contó un chiste sobre autos voladores. A él le siguió Macarena Villancio, que hizo una rutina de gimnasia artística que incluyó varias piruetas que dejaron con la boca abierta tanto a jóvenes como a adultos. La tercera, finalmente, fue Pilar, que le pidió a una de las profes que pusiera la canción de Shawn Mendes, «There’s Nothing Holdin’ Me Back», en su celular.

La música comenzó y Pilar se movió al ritmo de ella, siguiendo la letra de la canción con sus labios, como tantas veces había hecho en su casa, ante la cámara del celular de su papá, haciendo de cuenta de que era una youtuber y que tenía su propio canal. Era la primera vez que bailaba para que otros, que no sean ni su mamá ni su papá, la vieran, y se sentía bien. Se sentía muy bien. Era mágico.

Pero entonces empezó.

Nunca quedó en claro quién se rio primero, pero la verdad fue que alguien rio primero. Algunos chicos se atrevieron a asegurar que fue Celeste Martínez, la amiga de Pilar, pero tampoco lo aseguraron. De cualquier manera, el primero sólo fue el único por unos pocos segundos. El efecto contagio fue inmediato. Enseguida, todos los chicos reían a carcajadas. Algunos llegaron a agarrarse la panza con una mano mientras que con la otra señalaban a una Pilar que apenas notaba lo que estaba pasando a su alrededor, por estar demasiado concentrada en lo que hacía, por bailar con los ojos cerrados. Cuando por fin lo notó, la algarabía era total, y los profes apenas podían reprender a unos pocos chicos que tenían cerca.

Pilar se detuvo de golpe, absorta mirando cómo todos se reían de ella. Buscó con la mirada a sus amigas, a Celeste, a Anita, a Wanda, a Maura. A lo mejor fue la horrible sensación de verlas reír a ellas, a sus mejores y verdaderas amigas. A lo mejor fue eso. O a lo mejor fue que veía la simple realidad. El caso fue que le pareció que ellas no sólo reían con el resto, sino que reían más que cualquiera de los que estaba ahí.

Ya con un nudo en la garganta, a punto de comenzar a llorar, buscó a Nico Camacho con la mirada. No lo vio. De haberlo hecho, hubiera visto que él era uno de los pocos que no se estaba riendo y que se había retirado a una parte más alejada. De haberlo visto, hubiera sabido que no todos eran crueles. Pero no había mucho que pudiera ver. Sus compañeros ya se habían puesto de pie y empezaban a acercarse. Llegó a escuchar, de una voz anónima, la frase «¡qué gorda tonta!», y eso fue todo lo que pudo soportar. Los ojos se le llenaron de lágrimas y ya no sólo no pudo ver a Nico, sino que no pudo ver nada más.

Quiso desaparecer. Quiso que la tierra se abriera y la tragara. Como nada de eso pasaría, quiso entonces correr, con toda la fuerza que le daba su angustia.

Y lo hizo.

No avanzó mucho. Se chocó contra un compañero y perdió el equilibrio. Una mano se extendió hacia ella y, en medio del caos, no habría podido saber si lo hacía para sujetarla o para empujarla. De cualquier manera, si el dueño de la mano quiso lo primero, sólo consiguió lo segundo. Pilar dio tres pasos hacia atrás y, sin poder sujetarse a nada, cayó en medio del fuego.

***

Una persona que se prende fuego difícilmente pueda sobrevivir más de 15 minutos. Su temperatura corporal comienza a subir, superando los 40º centígrados. Cuando esto ocurre, la muerte cerebral empieza a ser un hecho. Con una temperatura corporal de 45º centígrados la muerte del individuo es ya inevitable. No hay que dejar de mencionar, además, la interrupción del flujo sanguíneo y la liberación de fluidos en las quemaduras, entre ellos la filtración masiva de sangre a través de la carne quemada, que hace que el cuerpo se desangre. La piel quemada no puede cumplir con su función de ser una barrera que impide la pérdida de líquidos, regula la temperatura y protege frente a la infección. Con las quemaduras se produce una necrosis por coagulación, con muerte celular y pérdida de la vascularización. En los casos mortales, las quemaduras profundas provocan una pérdida rápida de líquidos por evaporación.

***

–Fue cosa de unos segundos. Se metió de lleno en el fogón y salió como un cohete. Era como la antorcha humana. Estaba toda prendida fuego. Fue horrible. Los gritos… Gritaba mucho. No puedo entender cómo pudo arder así. No sé si fue por la ropa o si tenía alcohol en gel en algún bolsillo… No sé… Con otros profes nos tiramos encima con sábanas que habíamos llevado por si alguien tenía frío. Pudimos apagarle la ropa primero, pero su cabeza siguió prendida por un rato más. Me hizo acordar a un fósforo. Cuando por fin la apagamos toda, el olor era terrible. Olía a carne quemada, y Pilar no se movía. Al principio, cuando había salido del fogón, se retorcía en el piso. Cuando la apagamos ya no se movía nada. Estaba como muerta. Tampoco había mucha gente. Casi todos los chicos habían salido corriendo. Se escuchaban gritos por todos lados. Varias chicas vomitaron ahí, en el pasto. No sé, es muy difícil de recordar. Todo era un lío. Yo me quedé. No podía dejar de ver a Pilar, ahí en el piso, humeando. Estaba muy roja, y la ropa estaba negra. Aunque no sé si era ropa o piel o una fusión de las dos. Su cabeza también estaba negra. Su pelo parecía un casco de moto, y vi que en algunas partes su piel burbujeaba, como cuando dejás el agua en la pava eléctrica y hierve. Y su cara… Costaba verle los rasgos. Estaban como… como… derretidos.

Palabras de Julián Costa, profesor de educación física, durante la madrugada del viernes, en la Dirección del colegio Nuestra Señora del Buen Viaje, ante la presencia del director y de sus compañeros.

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En una sala de terapia intensiva del Hospital de Quemados se encuentra Pilar Garmendia, Pili para los amigos. Su estado es delicado y su pronóstico, reservado. Se encuentra bajo un coma inducido que, teniendo en cuenta las circunstancias, es lo único bueno que le pasó en las últimas horas. Los médicos ya le aplicaron las primeras curaciones, removiendo toda la piel muerta. Sin embargo, no hay mucho que puedan hacer más que esperar y rogar por que los antibióticos la protejan de una infección. Tiene el 83 por ciento del cuerpo quemado, y sus vías respiratorias están más que comprometidas. En el caso de que logre sobrevivir, le espera un período indefinido de agonía y recuperación.

Es domingo, y el reloj de la recepción acaba de dar las tres de la madrugada. Una enfermera hace su recorrido, habitación por habitación, cuidando de que todo esté en orden. Cuando llega a la habitación 303, se asoma al interior. Ahí está Pili, la chica que se había caído en un fogón. Las máquinas indican que todo está bien, la presión arterial, la saturación, el ritmo cardíaco… «Pobre chica –piensa la enfermera mientras garabatea una serie de tildes en su hoja de recorrido–. Si vive, no va a querer volver a mirarse en un espejo nunca más».

La mujer sale de la habitación, dejando atrás los tenues sonidos de las máquinas que indican que, a pesar de las circunstancias, sigue habiendo vida. No llega a dar tres pasos por el pasillo que la comunica con la próxima habitación, la 304, cuando el suave pitido intermitente se convierte en una aguda sirena ininterrumpida. La enfermera pega media vuelta y, en dos saltos, ya está frente a la puerta de la habitación 303. Vuelve a entrar. Apenas un instante después sale corriendo en busca de un doctor.

La chica que se había caído en un fogón, Pilar Garmendia, acaba de morir.

***

En el video se puede ver a una nena de pelo castaño hasta los hombros, grandes ojos marrones y piel un tanto trigueña, vestida con una remera rosa y una calza violeta.

–Listo, Pili, ya está grabando –se escucha que dice una voz masculina adulta desde algún punto detrás de la cámara.

–Hola a todos, mi nombre es Pilar Garmendia, tengo nueve años y todos me dicen Pili. Muchas gracias por visitar mi canal. En esta oportunidad, les voy a contar un chiste graciosísimo. Resulta que un nene va y le pregunta al padre: «Papá papá, ¿cómo se dice auto en inglés?». «Car, hijo». «Ah, bueno. ¿Y cómo se dice hombre en inglés?». «Hombre se dice men». «¡¿Entonces la tía Carmen es un Transformers?!».

Pilar empieza a reírse, tapándose la boca con las dos manos.

–Car, Men –dice cuando puede controlar la risa–. Car, Auto. Men, Hombre…

–¡No se tienen que explicar los chistes, Pili! –dice la voz masculina desde su lugar fuera de la imagen.

Los dos, Pilar delante de la cámara y el hombre detrás, ríen hasta que la escena, segundos después, se funde en una totalidad negra.

Una respuesta a “Un caso de bullying en el campamento

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