José Luis Barrera
Naturaleza muerta con trozo de carne (1864)-Claude Monet
Le dije a Paz que en mi casa solo se sirve carne.
— Pero ¿no hay tomatitos con vinagre? ¿Lechuguitas?
La ignoré. Me preocupaba Marta, en ese momento mi madre debía tenerla acorralada en algún cuarto, quejándose de su “evidente arribismo”.
— Tu familia tiene mucha plata, ¿no?
Me pidió que la llevara a la cena que papá había convocado para anunciar su candidatura a no sé cuál función pública.
Paz seguía caminando entre los comensales, esperanzada de que apareciese una hoja de lechuga o un pedazo de rábano. Un mesero la frenó: iban a servir carne a la pimienta.
Mi madre apareció y me dijo al oído que “mi puta” había intentado robarle unas joyas, pero un jardinero se percató a tiempo. Ella tuvo que pagar.
Sonreí.
Los meseros trajeron la carne y Paz la engulló asqueada. Yo, en cambio, la comí encantado porque no dudaba de la calidad del corte.
Al principio, el salón estaba atestado pero, poco a poco, los invitados habían desaparecido, mientras el banquete de carnes se multiplicaba.
El chef le entregó a mi madre un plato de carne y una argolla matrimonial. La vi maravillada.
Paz me preguntó si luego no sentiríamos remordimientos por comer la carne de animales tan queridos. Respondí que siempre se devora a los animales queridos.
— Promete que nunca nos comeremos.
Asentí dándole un beso en la frente. Ambos sabíamos que era una de esas promesas que nunca se cumplen.