EN LOS RINCONES DE LA MENTE, DONDE SE OCULTA RANSUNOK

Francisco José Segovia Ramos

 

 

No existía. Lo dije. Lo afirmé rotundamente en todas y cada una de las ruedas de prensa que di por todo el mundo. Ransunok no era más que una invención mía. Un ente que había creado para una de mis historias. Todo lo demás, que si existía bajo una ciudad perdida en el Sahara, o se refugiaba entre las arenas a la espera de algún incauto al que poseer y poder así ser trasladado hacia las urbes habitadas por la humanidad, eran pura invención.

Tuve éxito. Vendí millones de ejemplares haciendo creer que ese ente diabólico era real. Hubo expediciones arqueológicas, pagadas por importantes cadenas de televisión e, incluso, por gobiernos de algunos países, que buscaron sin éxito esa ciudad cubierta por las arenas. Hubo seguidores que investigaron por su cuenta y, extraordinariamente, coincidieron conmigo en su existencia.

Cuando los libros, documentales y los ensayos sobre Ransunok crecieron de forma exponencial, y surgieron sectas de fanáticos que seguían los ritos que yo había descrito, me propuse acabar con tamaño desenfreno. Una cosa era la fantasía, y los medios –más o menos éticos- para conseguir la fama, y otra, muy distinta, dejar que una farsa terminara convirtiéndose en todo un símbolo para miles de personas.

Entonces denuncié públicamente el fraude. Negué la existencia del dios caníbal. Pero nadie me creyó. Fui dejado de lado, abandonado por los medios, olvidado por las editoriales. No era una persona que consiguiera las simpatías de nadie.

Crearon un ente donde antes no había nada. Yo tuve la culpa. Merezco que ahora él, Ransunok, esté en mi alcoba y se acerque lentamente hasta mí con sus seis brazos espinosos y reptantes, me coja con fuerza, apriete mi garganta con su lengua larga como mis mentiras, y me comience a devorar lentamente, sin que yo pueda hacer otra cosa que gritar en silencio y maldecirme por haberlo creado…

 

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