Harry Rainmaker
Hay momentos imprescindibles.
Como cuando Serrat y Sabina, menudos pájaros a tiro, retratan el agridulce sabor de las pasiones saltimbanqui de «Y sin embargo» a una Bombonera repleta hasta los pasillos.
Y entonces uno levanta la vista al cielo y el cómplice titilar de las «Tres Marías» recuerdan la perfecta alineación de tus lunares, allí, justo donde se despeña el señuelo de tus nalgas, invitando a la caricia narrativa luego de hacerte el amor.
Y esa noche, de regreso a casa, el hueco en la cama se hace tan ancho como el mar.