Alberto Ernesto Feldman

Cuando la vi por primera vez, supe que el destino, el azar o como quiera que se llame, había producido al mismo tiempo el milagro de hacer realidad mi sueño recurrente y el daño irreparable de hacerme nacer treinta años antes de tiempo, pero eso sí; cerca de la esquina, donde ella viviría.
Si no se hubiera dado esta desgraciada asincronía , tal vez nos hubiéramos encontrado jugando alguna tarde en el sube y baja o en el arenero de la plaza más cercana, mientras nuestras madres, conversando, nos vigilarían con el rabillo del ojo; o, mejor aún, podríamos haber sido compañeros en el jardín de infantes o en la escuela primaria.
Más adelante, con quince años cada uno, siendo simplemente vecinos, como ahora, la magia que brota de su persona y mi necesidad de su cercanía nos habrían reunido; y si bien es imposible asegurar cuanto hubiera durado ese hechizo, habría habido, por lo menos, una primavera muy florida y, quizás, también un verano para recordar toda la vida .
Pero no, somos amigos, esto es lo que hay. Y es bastante. Al menos, nos hemos cruzado en algún momento de la existencia. Y he podido confirmarlo, ella no era un sueño, existe en la realidad, vive justo en la esquina de mi casa, y ahora, como antes, como siempre, esa deliciosa paloma de ojos rasgados, presentida y añorada, aletea en mis pensamientos y se anida en mi corazón.
