Sergio Coello
Nuestro escritor vive atormentado por su irreprimible tendencia a escribir historias con moraleja, porque sabe que ese añadido final es artificioso y deslucido; que, en fin, mancilla la pureza estrictamente literaria de sus relatos. Él piensa que tales estrambotes arrimados violentan la onda expansiva del texto, reduciéndole a un soplo de aire viciado por la dirección obligatoria pero no hace nada serio para corregirse. Pierde amigos a mansalva, es el hazmerreír de los críticos y se humilla a sí mismo porque siempre que coge la pluma, para crear un bello relato, termina coronándole con una frase definitiva que transparenta su obsesiva concepción ética del mundo.
