La era del Gran Miedo

Lucía del Mar Pérez

El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que están.

Tito Livio (Historiador romano, 59 a.C- 17 d.C)

Una noche, cuando era una niña, me desperté bañada en sudor. El terrible lobo de Caperucita me había devorado la cabeza. Grité y grité, hasta que mi madre entró con rapidez y me levantó en volandas para estrecharme contra su pecho. Allí, aspirando la calidez de su abrazo, se fueron disipando parte de mis temores.

Pero cada noche, cuando cerraba los ojos y el silencio se apoderaba de mi dormitorio, se dibujaba en la penumbra la silueta feroz del lobo estepario. Entonces, asustada, agarraba mi manta con la fuerza inusitada de mis pequeños dedos, salía del cuarto con sumo cuidado y me dirigía sigilosamente a la habitación de mis padres. Recuerdo con precisión el tono pardusco de la moqueta, un marrón impersonal salpicado de pequeñas motas de colores, imperceptibles para los adultos, pues solo yo me entretenía contándolas desde mi posición privilegiada, tumbada en posición fetal, cubriendo con la manta mi pequeño cuerpo infantil. Había comenzado la Era del Gran Miedo.

Con la catequesis,  apareció el miedo a pecar y bajar a los infiernos. El terror que me producía pensar en el demonio me paralizaba. Con su tridente afilado, me aguardaba en el Averno esbozando una maléfica sonrisa envuelta en azufre. Las noches eran muy largas, pues los miedos se acumulaban: el lobo, la oscuridad, las tormentas, el Diablo.

Sin embargo, los temores necesitan compañeros, y así, se sucedieron nuevos terrores. Apareció el espanto del fracaso (ese que duele tanto), espanto ante el descalabro de las expectativas, pánico ante el fracaso amoroso, horror al qué dirán… Un cúmulo de pavores que  giran en círculos concéntricos en una mente dañada por la tradición judeocristiana que alimenta el miedo a lo desconocido, a todo lo que escapa al férreo control que tratamos de imponer al mundo que nos rodea.

Las tres grandes religiones monoteístas  aleccionan a los niños sobre terribles amenazas y castigos infinitos. Nuestra educación se ha basado en la potenciación de un sentido de culpa y en la flagelación inspirada en los dogmas religiosos.

En la Alta Edad Media, las pinturas y esculturas románicas sobrecogían a una población analfabeta que entendía el mundo como un valle de lágrimas en el que vivían aterrorizados por un dios transformado en Pantocrátor. Los techos y los muros de las iglesias se pintaron con profusión para guiar a los fieles.

Un tema artístico del siglo XIV fueron las Danzas Macabras o Danzas de la Muerte, que reflejan el miedo medieval a la muerte y a las innumerables calamidades como el hambre, la guerra y la peste. Unos horrores vigentes en nuestro presente, ya que el concepto de “peste” podría asumir múltiples acepciones, como la “peste del desempleo”.

Sin duda el mejor reflejo de la angustia vital del hombre, del miedo en grado de terror, queda plasmado en una imagen inquietante del sufrimiento humano: El grito, del noruego E. Munch. Colores cálidos y formas sinuosas encarnan una mentalidad depresiva que sobrevive en el miedo.

Paseaba por un sendero con dos amigos -el sol se puso- de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio -sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad- mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.

El miedo atenaza nuestros sentidos, bloquea nuestros instintos, condiciona nuestras acciones empañando la capacidad de raciocinio. Es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario.

En la actualidad, el miedo crece: es la Era del Gran Miedo. La desconfianza ante el futuro y la ignorancia de los tiempos pasados,  se traduce en un miedo al cambio, un miedo a la lucha, un bloqueo total de las sociedades que permanecen con la cabeza gacha y la mirada perdida ante aquellos pocos que no temen a nada, ni siquiera a los gritos de su propia conciencia.

Una respuesta a “La era del Gran Miedo

  1. Da lo mismo los artículos que lea de Lucía, siempre me sorprende. Me encanta lo que escribe sobre el miedo y lo suscribo totalmente. No sé quien dijo aquello de «solo le tengo miedo al miedo» (frase que se atribuye a mucha gente) pero es así. Y en este momento en que vivimos más que nunca hay que temerle a ese miedo que nos paraliza y nos adormece, mientras a nuestro alrededor todo se derrumba y nosotros permanecemos agarrotados, con la cabeza enterrada, como los avestruces, esperando que el desastre pase de largo y no nos vea ni nos toque. Lamentablemente, el lobo de Caperucita se acabará comiendo la cabeza del avestruz, más allá de los sueños de Lucía.

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