TEATRO: Las frutas del amor

José Luis Alonso de Santos
(Entra un joven nervioso y peculiar, con una cesta de frutas en sus manos, tartamudeando al hablar. Sale anunciando las frutas. Luego, al ver al público, se pone a hablar con él.)


FRUTERO.- “¡Naranjas, manzanas, a la rica chirimoya…!” El amor es un problema de frutería. Me lo ha dicho mi jefe, el frutero. Trabajo aquí, en la frutería de la esquina. “El Jardín del Edén”, se llama. Yo soy el encargado de la publicidad y el marketing comercial, digamos…
      Mi jefe me contó una vieja leyenda que dice que al comienzo de los tiempos todos los espíritus están tranquilamente en un cesto tan a gusto, como aquí las naranjas o las manzanas, pero que al nacer nos cortan por la mitad y así sales al mundo, cortao, y te pasas luego la vida entera de un lado para otro buscando la parte que te falta. Y como encontrarla es muy difícil, y siendo sólo medio no puedes vivir —parece que te falta siempre algo, ¿no?—, pues acabas poniendo a tu lado otro medio trozo de la primera fruta que encuentras, o la segunda, o la quinta… Y un día descubres que tú que eres manzana, pongamos por ejemplo, andas pegado de mala manera a un melocotón, y aquello no casa, claro. O a media pera, o a media uva… Vete tú a saber.
Esto me lo contó un día mi jefe, el frutero, haciéndome a continuación una demostración práctica con trozos de distinta fruta, y veía yo lo que casaba más o menos y lo que no… al tiempo que me decía que su mujer debía ser media sandía y que él, que era medio plátano, seguro… no la aguantaba. Y mi frutero dice también que otro problema gordo que hay con esto del amor es que, en otra cosa que se parece a la fruta es que, aunque está muy rica, se estropea mucho con el tiempo. Hay que comérsela… o tirarla, porque si la guardamos a nuestro lado… y pasa el tiempo… poco a poco se pudre.
¡Las cosas que dice! Es que es un sabio en esto del amor.
El problema que tengo yo, a ver si me comprenden, es que no tengo mucho éxito con las mujeres. Bueno, ni mucho ni poco.
Una vez fui a ver a un santón del Tíbet de esos del traje naranja.

Me lo recomendó un amigo mío que sabe de estas cosas de oriente. Se ha separado cuatro veces porque no le aguantan sus mujeres y ahora está saliendo con otra. Pero él, como oriental. Ni se inmuta. Total, que le dije que qué podía hacer para tener éxito con las mujeres, y me dijo que era cuestión del aura, seguro, que la debía de tener mal, que fuera a ver a uno del Tíbet, de esos que creen que cuando te mueres te reencarnas en un gusano y te quedas tan pancho. Como no era cuestión de recorrerse medio mundo para ir hasta allí, hasta el Tíbet ése —ni de esperar a ser gusano—, y me enteré casualmente que uno venía mucho a España porque tenía un apartamento en Benidorm, me fui a verle. Así, como les digo. Había una cola allí el día que fui tremenda. Debía tener todo el mundo el aura ese fatal. Total, 200 euros que me costó lo del aura, por dos minutos, que no estuve más con él, más el tren de ir y volver y otros gastos. Me miró y me dijo muy suavecito, con esa sonrisa que tienen siempre de oreja a oreja que parece que se han tragado una cucharilla de café: “En la duda, acaricia. El siguiente”. Ni una palabra más. Que acariciara, me dijo el tío. Y 200 euros. Debe ser bueno para el aura. Yo, como soy muy obediente cuando voy a los médicos, o a donde sea, que me tomo siempre a la hora las pastillas que me recetan, hasta las cebollitas esas de los macrobióticos me he tomado, el magnesio, de todo…, pues hice lo que me dijo —además me había costado 200 euros, como para no hacer caso—, y descubrí, en seguida, que con las prisas de la cola que había no me debió decir el tío la segunda parte de la frase, que debía ser, más o menos: “Pero antes mira a ver si está su marido delante”. Claro que, si me lo llega a decir, lo mismo me cobra otros doscientos euros. Fatal. Tenían que ver cómo se puso uno un día en un bar, porque acaricié un poco a su mujer al pasar, así con la mano…, sonriéndola como el de la cucharilla. Así que dejé la línea del santón y volví a hacer caso a mi jefe el frutero, que sabe más y cobra menos.

Y mi jefe es el que me explicó que esto de las relaciones entre los hombres y las mujeres es una cuestión de fruta. El sexo y el amor están siempre expuestos al público, como aquí las naranjas y las peras, me dijo. Déme cuarto kilo de amor y tres kilos de sexo, o, al contrario… ¿Oiga, tiene sexo sin amor, o amor sin sexo, o ni amor ni sexo, algo para masticar que entretenga, o sólo la cáscara de la fruta…? Acuérdate de lo de Adán y Eva y la manzana, para no ir más lejos. Que él había puesto a la frutería el Jardín del Edén, por eso. Que si te comes una manzana, o la fruta que sea, te pones a mil, como a Adán y Eva les pasó. Yo le pregunté que qué consejo daría a uno que no liga nada. “¿Y qué consejo le voy a dar?” “O se hace un trasplante de cara o come mucha fruta. Y si no liga por lo menos tendrá buena salud”. Es que además, le expliqué yo, cuanto menos éxito tienes más tímido te vuelves, y es peor. Acabas tartamudeando cuando te gusta una chica, y en esto del amor o vas como un camión o nada de nada. Si don Juan Tenorio hubiera sido tartamudo no se come una rosca. Habría tardado una hora en decir los versos esos que decía para conquistar a las chicas y ellas se hubieran dormido o marchado, aburridas. (Señala las diferentes frutas que lleva en la cesta.) Bueno, a lo que íbamos, las frutas son objetos sexuales. Miren:
Naranjas de lujuria, peras de perversión, sandías de lascivia, uvas excitantes, guindas del amor, plátanos morbosos, los kiwis del placer, manzanas eróticas, sensuales fresas, cerezas afrodisíacas…, y para los más refinados y exquisitos: carnosas chirimoyas, aguacates deliciosos, hermosos nabos o jugosas papayas…
Tengo de todo como ven. Y al que me compre más de dos kilos le regalo unos preservativos con sabor a fruta, muy buenos, que tengo. Al final de la representación se pasan por mi camerino y les vendo lo que quieran. ¡Ah!, a las chicas les hago un descuento, y si alguna me da su teléfono le pelo la fruta allí mismo. (Y se aleja anunciando sus frutas.)
“¡Tengo naranjas, manzanas, a la rica chirimoya…!”
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