Rakel RaRo

Fátima me mira
como se mira un loco que vive a las afueras de sí mismo
con curiosidad, con temor, sin querer acercarse,
pero acercándose. Así me mira.
No entiendo el entusiasmo
ni la obsesión por la esperanza y la alegría.
Fátima no cree en la esperanza ni la alegría,
aunque en ocasiones y repentinamente rompa a reír con una
carcajada que me asusta y me tranquiliza.
A sus 35 años no espera milagros ni golpes de suerte,
todo lo que puede tocarle es a golpe de intención.
Por eso Fátima aprende español a puñetazos,
regatea las palabras, las sacude dentro de su boca
hasta poder masticarlas y digerirlas. Luego las escupe, directas,
mirando a los ojos, su mirada negra de khol,
escupe esas palabras ajenas, aprendidas y me mira
esperando mi corrección.
Fátima aprende español
para defenderse de los golpes bajos
para afrontar la pena y la desgracia, aprende a la fuerza,
olvidando el rencor y la rabia, arrinconándolos al fondo de su
garganta. Aferrándose a esa esperanza en la que dice no creer
pero que ha depositado entera
toda ella, en sus tres hijos, donde guarda cada letra:
cada una de sus letras.
Ellos son su esperanza.
Y mientras, ella sigue peleando
por entenderse, por comunicarse,
por explicarse este mundo inteligible y hostil
que la mantiene invisible y apartada.
Tal vez la veas salir de su casa en Atochares y dirigirse a
Albaricoques a trabajar en los tomates.
Seguro que la has visto mil veces, su cuerpo grande y sinuoso
los colores de su ropa y de su velo. Sus ojos, negros.
O tal vez no, tal vez no: porque si no la miras no existe.
Si no la preguntas cómo está no puede practicar su español
Si no la saludas es como si no la vieras.
Fátima es la reina del Raf
pero nadie le hace esa broma.
Ni ninguna otra.

lean «Caníbal». es un libro que es mucho más que buena poesía. es periódico es relato corto es opinión es lucha es supervivencia