CENTAURIO: EL HERBOLARIO DE LOS 100 DÍAS [FRAGMENTO II]

Estefanía Farias Martínez





ANTHEMIS NOBILIS

XIII

—¡¿Por qué habéis tardado tanto?!
—Cómo que “tanto”. Diez minutos de reloj.
—¡Qué reloj! ¡Han sido más de quince!
—Tú deliras. ¿Qué hora es?
—¡Las diez!
—¿En serio?
—¡Lo ves!
—Otro reloj a la basura. No sé cómo me puedo seguir fiando de los moros. Ya es el quinto, voy a uno por mes.
—Eres una tacaña.
—Qué quieres, me salen tirados.
—Lo barato sale caro, siempre te lo he dicho.
—Qué rabia me da darte la razón.
—Mañana estás otra vez en los moros a por otro igual.
—No te prometo nada. Son malos pero monos. Fíjate éste con sus estrellitas.
—Mira que eres hortera.
—A ti te falta gusto.
—Lo que tú digas.
—¿Ya se amansó la fiera? Ahora me explicas a qué se debía tanta indignación por un café de quince minutos. Yo sin café no soy persona y me vine de casa sin desayunar y te lo dije. Incluso arriesgué mi salud por volver pronto. Tengo un testigo. Pregúntale a éste.
—¿Qué?
—Un testigo atentísimo.
—Espabila y cuéntale a ésta cómo me tomé el café. ¡A la carrera y estaba ardiendo! ¡Se me va a pelar la lengua!
—Lo atestiguo. Casi lo escupe todo. El camarero le dio un vaso de agua fría.
—Siempre igual de bruta.
—Encima me llevo la bronca. No hay derecho.
—No, mujer. Es que la jefa vino, vio y se fue. Vuelve en dos semanas. Preguntó por vosotros. Le dije lo del café y me soltó un discurso sobre lo vital de la puntualidad y la responsabilidad. Habéis empezado con mal pie.
—¿Te dio pautas a seguir o indicaciones?
—Nos da plena libertad. Palabras textuales. Aunque lo ha dicho con una levantadita de ceja y de hombro…
—No tiene ni idea de por dónde empezar.
—Eso parece.
—Es muy sencillo, cada uno coge una caja y a revisar carta por carta. Cuando acabe la primera, a por la segunda y luego a por la tercera, la cuarta.
—Hasta ahí llegamos, Einstein.
—A la gente le gusta participar en estas cosas. Las cartas nos van a salir por las orejas.
—Qué optimista.
—¿Hacemos una ficha por receta?
—Sí, es lo más cómodo. Luego las reunimos por plantas.
—En las recetas de las pócimas se usan varios ingredientes, ¿las fichamos por cada ingrediente o sólo por el del sobre?
—Explícate con un ejemplo.
—Las cartas vienen con el nombre de una planta en el sobre. En éste pone manzanilla y en la carta hay una tisana para los gases: manzanilla con anís verde. ¿Hacemos una ficha y la ponemos en el montón de la manzanilla o hacemos dos fichas y ponemos una en el montón de la manzanilla y otra en el del anís verde?
—La solución es sencilla: en principio hacemos una ficha por receta y va al montón de la planta que titula el aporte.
—¿Y si luego nos toca hacer la ficha repetida para cada planta de cada pócima qué hacemos?
—Todo dependerá de cuándo vea las fichas “la señora”; si es demasiado tarde, se quedan como están. Por tanto… si no levantamos la liebre, nos ahorramos trabajo.
—Qué maquiavélica.
—Para que veas.


XIV

—¿En qué trabajas?
—Soy profesor de primaria, aunque mi verdadera vocación es ser escritor de novela negra.
—Qué bien.
—¿Y usted a qué se dedica?
—¡De tú, por Dios!
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Actualmente mis labores.
—Yo igual.
—¿Jubiladas?
—Despedidas por redondantes. Jajajajajaja. Es un chiste de cincuentonas paradas con sobrepeso. Tú ni caso.
—Sobrepeso tendrás tú, yo estoy estupenda.
—Estupendamente redonda.
—Voluminosa pero todo bien puesto. Eso dice mi amorcito.
—El amorcito de ésta es muy listo.
—Se me olvidaba. Esta mañana llegó otro par de cajas con cartas y mañana traerán un par más.
—Yo estoy clasificando las cartas en dos montones: plantas que están en la lista y plantas que no lo están. Ésas se revisan al final ¿no?
—Buena idea, qué previsor. No se me había ocurrido.
—¿Cuándo se te ha ocurrido a ti hacer algo con orden?
—Me dejo llevar por el instinto.
—Miedo me das.
—Esto es interesante.
—A ver cuenta.
—Es una receta con cáscara de mandarina.
—La mandarina no está en la lista. La naranja y el limón sí. Esa carta debería ir al montón de para después.
—Ya la he abierto y leído. Denúnciame por saltarme el protocolo si quieres, pero ¿os cuento o no?
—Claro. ¿Para qué sirve?
—Por lo visto para todo. Aunque la señora que escribe la carta se centra en el té de cáscara de mandarina para el estrés. Según ella, su marido estaba pasando una mala época en el trabajo, llegaba a casa muy nervioso y gritaba por todo. Ella estaba desesperada. Entonces una amiga la habló de las propiedades mágicas del té de cáscara de mandarina. Ella decidió probarlo con su marido y fue mano de santo. Ahora se lo da todas las noches. Os leo: “Aquí les dejo la receta. En realidad mando dos. Los ingredientes para las dos recetas son: una taza de agua y una cáscara de mandarina. Para la primera receta ponga el agua a hervir y cuando empiecen a subir las burbujas, eche la cáscara de mandarina al agua. La deja cocer unos minutos (no demasiado porque se perderían propiedades) y retira la cáscara. Bébalo tibio y a sorbitos. Para la segunda receta ponga la cáscara de mandarina en la taza y eche el agua hirviendo encima, deje reposar el té diez minutos. Es un sabor muy aromático y suave, pero tumba a un paquidermo, lo digo por experiencia. Besitos”.
—Qué simpática. Esa receta la pruebo esta noche, últimamente duermo fatal.
—Mañana nos cuentas.


XV

—Qué tarde llegas. Nos tenías abandonados.
—Me encontré a la jefa en el pasillo.
—¿Qué quería?
—Saber cómo nos va. Por supuesto le dije que íbamos a buen ritmo y no se habían presentado inconvenientes.
—Qué bien hablas.
—A todo aprende una.
—¿Qué te dijo?
—Se va un par de semanas a la playa. Pero en caso de necesidad perentoria podemos contar con la secretaria del departamento.
—¿Y no te preguntó nada más?
—No.
—Me extraña tan poco interés.
—A mí no. Es de las de “si vamos bien, mérito suyo; si nos estrellamos, culpa nuestra”.
—¿La conoces de antes?
—A ésta en concreto no, pero la especie sí. Me recuerda a la teutona… no pongas esa cara, mujer. Tú la conociste. Da algún master. No me extrañaría encontrármela en el pasillo.
—No caigo.
—Fue hace tres años. Una compilación de textos de un catedrático recién difunto. Hicieron una convocatoria de voluntarios porque necesitaban gente para escanear el material, que estaba repartido entre revistas científicas y publicaciones varias de distintas universidades. ¿Te suena?
—Nada.
—La teutona estaba a cargo del proyecto y no apareció durante el primer mes y medio (sólo teníamos dos meses para completar la compilación). Hubo un problema: la mayoría de las revistas que necesitábamos no estaban en esta hemeroteca, había que solicitarlas a las hemerotecas de otras universidades. Pero como las revistas no están sujetas a préstamo, la dirección del proyecto debía hacer una solicitud formal para que nos enviaran los artículos fotocopiados. La teutona estaba ilocalizable, la secretaria se aburrió de buscarla. Nosotros hicimos lo que pudimos con lo que teníamos. Nadie se quiso saltar la jerarquía. Ya les conocíamos: si íbamos a pedir ayuda a la directora del departamento, nos iba a mandar de vuelta con la teutona. El plazo para completar el proyecto se nos echaba encima. Cuando la teutona apareció, aquello ya no tenía solución. Se presentó a la editorial una compilación canija como homenaje a aquel pobre hombre. La teutona descargó la responsabilidad en nosotros y en la dirección del departamento. “¡Quién les manda usar gente común sin iniciativa!”, repetía.
—¿Y no hubo repercusiones?
—Las hubo, la directora del departamento dimitió. El catedrático era una eminencia internacional y la compilación homenaje de cuarta.
—Me acuerdo de la historia porque me la contaste; pero ese verano yo no participé en ningún proyecto. Mi marido estuvo con lo de la hernia discal; las primeras semanas no podía ni moverse de la cama. Luego mejoró y me recorría la casa a gatas.
—De todas maneras lo importante es cubrirnos las espaldas porque ésta es de ésas.
—¿Y a tu marido le quedaron secuelas?
—¿De qué?
—De lo de la hernia.
—Sí, una lumbalgia recurrente por épocas.
—Fíjate el caso que nos está haciendo el nuevo. Éste tiene atención selectiva.
—Por lo menos alguien trabaja en el equipo.
—Estaba leyendo una carta y escuché lo de la espalda y me acordé de otra carta que había leído hacía un rato y la fui a buscar. Mi padre tuvo una hernia discal y se ha pasado media vida con dolor de espalda. Cuando leí la pócima para la lumbalgia, me vino a la cabeza mi padre y después, cuando te oí hablar de tu marido, me imaginé que también debió quedar fastidiado.
—Sí, además los médicos siempre dicen lo mismo: la solución sería operar. Aunque no lo recomiendan porque puede ser peor el remedio que la enfermedad.
—Por eso me pareció interesante el brebaje. Si funciona fantástico y si no, no pierde nada.
—Dame la receta.
—Va al montón de la salvia. La receta es: 5 gramos de salvia, 3 gramos de toronjil y 3 gramos de albahaca por taza, es una infusión para los dolores de espalda. Se toma tres veces al día o por lo menos dos mientras dure la crisis. Si usas hierba fresca, debes poner el doble.
—Muchísimas gracias, que Dios te lo pague con muchos hijos.
—No le castigues así. Con el Nobel mejor, ¿a que sí?
—Pues sí, ya que estamos, jajajajajaja.



comprar

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.