LA ESTRATEGIA MARTINEZ (IV)

Estefanía Farias Martínez

Le Talisman, Paysage au Bois d’Amour (1888)-Paul Sérusier




—Estuvimos investigando, más bien la señorita López se entrevistó con los dos. De la actitud relajada de la señorita Gómez, no sacó nada en claro y de las evasivas del señor González, concluyó que aquel hombre serio, casado y sin hijos, tenía una amante, pero eso fue todo. Por otro lado, toda la empresa sabía que la señorita Gómez mantenía una relación con el señor Benítez hijo, pero él estaba en Londres. Con esa información la señorita López estaba aún más perdida, las relaciones sentimentales de ambos deberían generarles una ansiedad que no mostraban. Tampoco resultaba relevante en lo relativo a la empresa porque eran cuestiones de su vida privada.
—En eso tenía razón.
—Pero lo que ninguna de nosotras imaginaba, ni el señor Martínez tampoco, era que la vida privada de esos dos sí tenía relación con la empresa. Fue Lolita la que me hizo observar el comportamiento de la señorita Gómez con más atención. Un día vino a preguntarme que a qué hora podía limpiar la sala de conferencias. Es que había visto a la señorita Gómez entrando. Ya eran casi las seis y se suponía que todo el mundo se había ido a casa. Ella no quería interrumpir por si se trataba de una Conference call por Skype con algún cliente. Fui con ella hasta el pasillo de la sala de conferencias y empezamos a oír voces entrecortadas, apenas audibles, y jadeos casi ahogados que iban subiendo de intensidad. Esperamos junto a la puerta de la sala y cuando vimos que se abría, nos metimos las dos en la esquina. La señorita Gómez salía muy sonriente, despeinada y con la ropa algo destartalada. Pasaron diez minutos, quince y no salía nadie más, así que Lolita y yo entramos. La sala estaba vacía. No se lo comenté a la señorita López, preferí ir a hablar con la señorita Gómez. Entre nosotras hay confianza como para preguntar ciertas cosas como… ¿si se había aficionado al porno o por dónde había salido su acompañante?… Se rió de mí por antigua y me explicó que siempre que tenía oportunidad se pegaba un revolcón por videollamada con el señor Benítez hijo. “Tres meses sin sexo no lo aguanta nadie, Julita”, repetía. Algunos días la señorita Gómez esperaba a que se hubiera ido todo el mundo y se metía en la sala de conferencias. Pero también usaba el baño de esa sala si encontraban un resquicio durante la jornada laboral. Según ella, era perfecto, amplio, muy iluminado y con seguro. Además, ella sólo necesitaba diez minutos y el móvil.
—¿Así que ésa era la terapia antiestrés de Gómez?
—Sí, pero la señorita López era demasiado cerebral y nunca lo hubiera aceptado. Sin embargo, el señor Martínez era un hombre de mente abierta. Cuando se inició la investigación, me llamó a su despacho y me explicó que si encontraba algo relevante, por muy extraño que pudiera resultar, estaba dispuesto a escuchar. Por supuesto me aseguré de que lo que pudiera decirle no sería contraproducente para los interesados. Él estaba tan desesperado… que me prometió no tenerlo en cuenta más que para el objetivo que buscábamos. Así que me convertí en su informante y nos saltamos a la señorita López. La terapia antiestrés de la señorita Gómez le pareció interesante, no se escandalizó en absoluto. Él había estado investigando los métodos antiestrés que utilizaban empresas de países asiáticos, muy avanzados en este tipo de temas, como Japón o China.
—Ellos han empezado utilizar las salas de la rabia, es una habitación donde te metes y rompes cosas y gritas hasta quedarte completamente nuevo.
—Yo no había oído nada de eso, pero el señor Martínez sí, así que la terapia de la señorita Gómez le pareció más sencilla, económica y muy práctica.
—¿Y qué pasaba con González?
—Al ser un hombre casado era más discreto, pero había encontrado el punto ciego del aparcamiento y allí hacía sus propias prácticas al estilo de la señorita Gómez. Lo sé porque una tarde tuve que volver a recoger un documento. Yo siempre aparco a la entrada, me resulta más práctico y normalmente por las tardes el aparcamiento está completamente vacío. Aquel día vi el coche del señor González, al fondo, en un recoveco entre columnas. Me extrañó, pero pensé que a lo mejor había vuelto a por algún documento que necesitara a primera hora. El problema es que al pasar cerca del coche oí ruidos y creí que le estaba pasando algo porque parecía como si se estuviera ahogando. Me acerqué y no se estaba ahogando… no dejé que me viera y me fui.
—Qué situación.
—Desde luego. Al día siguiente no podía quitarme de la cabeza la imagen del señor González recostado en el asiento del coche. Ya le ha conocido… es un tipo tan serio, tan formal.
—¿Y se lo contaste a Martínez?
—Claro, era la confirmación de la utilidad de la terapia de la señorita Gómez para ambos sexos.
—¿Y qué pasó entonces?

(Continuará…)

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