Hugo Dodero

Con la Rosa Tra le Labbra (1895)-Ettore Tito
A todas las mujeres que, aún sin fuerzas, se levantan a dar pelea…
a las que sienten que no pueden más, e igual encuentran cómo seguir…
a las que todavía no están pudiendo…
a las que pudieron y la sociedad las condena…
a las que, siendo hermosas por dentro, protegen su alma mostrando el culo y las tetas.
Como era su costumbre, Mariano subió corriendo las escaleras y entró al dormitorio.
—¿Hace falta que vayas vestida como una puta?
—¿Qué tiene de malo? Es un vestido suelto… —respondió Karina, parada frente al espejo que cubría la puerta corrediza del placard.
—¡Suelto y por arriba de la rodilla! ¡Y mírate esas tetas! ¿No te das cuenta de que vamos a una reunión con mis compañeros de secundaria?
—¿Y qué tiene?
—¿Vos viste las mujeres que tienen?
—Si…no sé qué querés decir con eso…
—¡A que se visten como señoras! usan pantalones…no sé… ¿No te diste cuenta cómo te miraban todos la vez pasada?
—Yo no tengo la culpa si ellas son…
—¿Viejas? ¿Vos decís que como tienen la misma edad de sus maridos son viejas? O sea ¿yo soy un viejo decrépito para vos? ¿Eso es lo que querés decir?
—¡Yo no dije eso, Mariano!
—Lo diste a entender… ¡no me tomes por boludo!
Los ojos de Karina se esforzaban por contener las lágrimas.
—¿Te tengo que explicar cómo se viste una mujer decente? No sé para qué pregunto si es obvio que no tenés ni idea de lo que hablo… —Mariano abrió el placard de su esposa y movía la ropa colgada sin mirarla —Buscá otra cosa… ¡y apurate que vamos a llegar tarde!
Karina miró el placard. Sacó un jean y una blusa menos escotada. Se calzó las botas bucaneras que le había regalado su cuñada días atrás y salió.
Mariano no evitó el gesto de disgusto.
—¡Cambiate esas botas, por Dios! ¡Ponete zapatos… zapatillas…! ¡Algo normal, la puta que te parió!
—Hablá más bajo que te va a escuchar Mati…
Karina subió al dormitorio, sentada en la cama se sacó las botas arrojándolas contra el piso. Buscó en la pila de ropa para lavar el par de zapatillas con las que había ido al gimnasio, se las puso y, sin hablar, se metió en el auto. Haciendo chillar los neumáticos, Mariano arrancó. En silencio, ninguno perdía oportunidad de mostrar su fastidio, Karina resoplando con cada respiración y Mariano manejando cada vez más agresivamente.
Apoyando la cabeza en la ventanilla, Karina se desconectó de la situación. Pensaba en su familia, a la que hacía meses no veía. Se había escapado de la casa porque los padres no aceptaban a su novio. Algo de razón tenían, el padre de Matías era un irresponsable, pero la quería. Al que más extrañaba era a su hermano Rodolfo, el menor. Siempre fueron los más compinches. La relación con sus padres se recompuso cuando les presentó a Mariano. Era un empresario al que ningún gasto parecía asustar, y con eso alcanzaba. Buen mozo y con dinero. No se le podía pedir más nada a la vida.
El auto frenó violentamente centímetros antes de chocar con el que estaba estacionado delante, lo que trajo a Karina de vuelta de su viaje espaciotemporal.
—Comportate —ordenó Mariano. Karina seguía en silencio. Se bajó del auto dando un portazo. Mariano la fulminó con la mirada, pero ella no se inmutó.
El dueño de casa los recibió con una botella de vino tinto en la mano.
—¡Pasen que ya están los chicos! —no importaba la edad…siempre iban a ser “los chicos”.
Sin intentar disimular su fastidio, Mariano aclaró:
—No es fácil llegar a horario con…
—¡Lo importante es que ya están aquí! —interrumpió la esposa del dueño de casa. —¡Vengan, pasen!
Ambos entraron y saludaron al resto de los invitados. Los hombres, ubicados en el comedor principal, se levantaban para darse esos abrazos ampulosos palmeándose la espalda, como en los velatorios.
—Vení con nosotras —le dijo la esposa del dueño de casa a Karina —dejalos que hablen de sus cosas ¿querés tomar algo?
Karina asintió con la cabeza. Pidió un vermut con gaseosa de limón y pasaron al pequeño comedor diario, al lado de la cocina. Ninguna de las mujeres se levantó a saludarla. Ejecutando una coreografía perfecta, todas ofrecían sus mejillas volteando los labios para alejarlos de los de Karina. Esta vez examinó a cada una detenidamente. Excepto una que era docente, el resto portaban —no podía decirse que lucían— multitud de anillos, pulseras, aros y collares. Pronto vio que había una correlación directa entre lo llamativo de los accesorios y el (mal) carácter de quien los usaba. El grupo de mujeres charlaba de los temas de siempre: los hijos y los maridos. En la primera reunión todas parecían vivir una vida soñada. Ya en esta, que era la tercera a la que asistía Karina, parecían competir a ver quién tenía el peor marido, el más inútil en las tareas del hogar y, sobre todo, en la cama. Karina escuchaba y sonreía ajena a todo. No entendía qué estaba haciendo ahí. En algo tenía razón Mariano: eran todas mayores que ella y eran decididamente poco agraciadas, pero eso tampoco era motivo para que ella vaya mal vestida. Los mismos motivos que habían atraído a Mariano, ahora eran un pecado mortal.
La charla seguía mezclando quejas con intrascendencias cuando, como era inevitable, alguien del grupo lanzó la pregunta que Karina no quería escuchar.
—¿Y ustedes cómo se conocieron?
Karina se maldijo por no haber pensado ninguna respuesta elegante. Seguramente quien preguntaba sabía que ella había sido la secretaria y amante de Mariano, que cuando la esposa los descubrió terminó echándolo de la casa, que desde ese momento los hijos de Mariano no quisieron volver a verlo y que ella tenía en ese momento un hijo de muy corta edad, que ahora que vive con ellos. Ese es un tema que dividió las aguas entre sus amistades. Algunos elogiaban el gesto de Mariano con el hijo de su nueva pareja, aunque la mayoría, íntimamente pensaban que era un imbécil que mantenía hijos ajenos. Cada vez que se tocaba el tema, la frase de cierre era ese dicho popular que compara la capacidad de tracción del vello púbico femenino con la de “una yunta de bueyes”.
—Mi suegro era español y decía “tiran más dos tetas que dos carretas”.
Karina pensó un instante, hasta que recordó el incidente previo a la salida “no se merece que ande mintiendo por él” pensó y decidió contar la historia.
—Nos conocimos en el trabajo…
—¿En la fábrica de Mariano? —intentó profundizar una de las asistentes.
—Sí. Ahí mismo.
—¿Y vos trabajabas ahí?
Karina se sintió acorralada. Ella respondería que “sí”, otra preguntaría qué tipo de trabajo hacía, ella diría que era la secretaria y todas sonreirían habiendo corroborado la historia que seguramente había contado la ex esposa de Mariano, que lo acompañó en las primeras reuniones desde que el grupo de exalumnos se reencontró.
—Sí, era secretaria de la Gerencia.
La “Gerencia” era Mariano, pero las demás no lo sabían y quedaron desconcertadas por la respuesta.
—¿Y qué te enamoró de Mariano? De él ya sabemos y está a la vista: joven y con ese lomo… en su lugar, cualquiera de nuestros maridos se hubiera ido de casa. Típico de hombres que ven un culo o un par de tetas y dejan todo…
—Y…era, perdón, “es” un bombón… y es muy inteligente y…
—Y tiene dinero… mucho. No me vas a decir que eso no influyó.
—No creo…—respondió Karina.
—¡Ay, Karina! ¡Vamos! No me vas a decir que no te atrajo la ropa que usaba y los autos que tenía… ¡esos perfumes importados!
—Bueno, sí. Sumaba.
Habiendo quedado probado el primer punto de la acusación, el interrogatorio avanzó.
—¿El padre de tu hijo de qué trabajaba?
—Hacía changas, era artesano y un poco bohemio. No le importaba mucho el dinero. Por momentos la pasamos mal… muy mal, y yo salí a buscar trabajo. Él se opuso y me amenazó con irse si yo no renunciaba… Y yo no quería que mi hijo crezca en un ambiente de penurias económicas.
—Y lo viste a Mariano y pensaste “este no se me escapa…”—sentenció Lorena.
Karina intentaba disimular su molestia por el giro que estaba tomando la conversación. Una voz que no pudo identificar, casi desde la cocina dijo
—En definitiva, una puta, como decía Inés.
El grupo hizo un silencio del que nadie supo cómo salir. El dueño de casa, ajeno a todo, se acercó y le dijo a su esposa “¿quedó hielo? Traé un poco para los chicos”.
—Dale mi amor ¿quieren algo, chicas?
Ninguna respondió.
La cabeza de Karina era un desorden en el que una palabra retumbaba haciendo ecos a destiempo, pero se escuchaba cada vez más claramente ¡puta! ¡Puta! ¡PUta! ¡PUTa! ¡PUTA!. Era la segunda vez en un par de horas. Demasiado para un día.
—¿Y ustedes por qué siguen casadas? —atinó a preguntar Karina.
—No entiendo adónde querés ir…
—Desde que llegué no escucho otra cosa que quejas, que el fútbol, que el desorden, que el sexo… Ninguna habló bien de su marido. Y mientras las escuchaba me preguntaba ¿por qué siguen juntos? ¿por qué no se separan? Ojo… también me lo preguntaba viniendo en el auto.
—Como si fuera fácil… —respondió Clara, la dueña de casa
Mariela, una de las mujeres, que usaba bijouterie barata de colores estridentes respondió con la garganta apretada
—¿Qué querés, que me vaya y le deje todo a este hijo de puta? ¡Que se vaya él si tiene los huevos! ¡Y que me mantenga! ¡Le di los mejores años de mi vida! ¡Lo banqué cuando era un seco que no tenía donde caerse muerto! ¿y ahora le voy a dejar el camino libre para que venga con cualquier atorranta a acostarse en mi cama? ¿Y yo qué? ¿Me voy a enganchar con alguien para tener que lavar calzoncillos cagados? ¡De ninguna manera! —dijo, mientras arrojaba la cucharita de postre sobre el plato.
—Yo soy docente, y con lo que gano no puedo alquilar y vivir. Debería irme a la casa de mis padres, pero no aguantaría un día ahí. No paran de pelear por cualquier cosa… Creo que preferiría vivir debajo de un puente… —respondió una mujer que estaba sentada frente a Karina.
—Yo me moriría de vergüenza si tuviera que ´presentarle alguien a mis hijos… ¡Qué fácil la tienen estos hijos de puta! Se van y se desentienden de todo, ya no hay esposa, ni hijos…
—Toman una pastillita y se acuestan con cualquier pendeja…
—hasta que revientan…
—Sí, pero hasta en eso sienten que ganan. Para ellos sería un honor morir montando a una chica que tenga la edad de sus hijas…
—¡Ojalá hubiera nacido hombre! —suspiró otra.
Nadie parecía poder respirar el aire viscoso que impregnaba los cuerpos.
—Perdoná lo que te dije —alcanzó a musitar Fernanda —Es que todas la queríamos a Inés y cuando pasó que Mariano la dejó, sufrió mucho. Hace poco la vi, y parece haber envejecido treinta años. No es sólo que la hayan dejado…cuando supo que era por vos, se desmoronó. Se sintió una basura, una mujer desechable. Ella veía por los ojos de Mariano. Cuando empezó a sospechar, empezó a ir al gimnasio y a hacer cuanta dieta encontraba, hasta que se dio cuenta de que no podía competir con vos.
—En definitiva, chicas, saquémonos las caretas: todas tenemos algo de putas. Sólo que, algunas nos tenemos que conformar con mucho menos, pero sigue siendo el dinero y esta estúpida comodidad la que nos mantiene atadas.
—Y una sociedad que nos descarta. Creo que ninguna conseguiría trabajo a esta edad. Es cierto lo que dijo Marianela… dedicamos la vida a criar hijos que después se van y acompañamos a nuestros maridos para que progresen y poder tener una vejez tranquila y resulta que ahora somos dos extraños. A veces salgo a comprar alguna pavada al almacén, y me pongo a hablar con cualquier vecino, porque no soporto el silencio que hay entre nosotros. La vida para él es el fútbol, salir a fumar al balcón, lavar el puto auto, comer y dormir. Esa es toda su vida. ¡Y parece disfrutarlo! De todos los planes que hicimos “para cuando dejáramos de trabajar”, no quedan ni rastros. Postergamos todo. Nos rompimos el alma para poder ser felices ahora…y mirá. ¿Para qué? ¿Alguien puede explicarme?
—Yo también me siento asfixiada en casa… Espero que él se vaya para abrir las ventanas y poner algo de música de antes, como si pudiera volver el tiempo atrás…
—Yo critiqué a mis hijas cuando me dijeron que no querían ser madres…y recién ahora las entiendo… Y eso que las amo y no las cambiaría por nada…y a la vez… veo cómo fue quedando mi vida atrás, relegada, sin proyecto propio… Les juro que no sabría qué hacer de mi vida si no estuviera con Manuel.
Nuevamente el silencio se hizo pesado. Desde el comedor se escuchaba a los excompañeros reírse.
—¿Te acordás cuando vino el padre de Montini al curso? ¡El susto que me pegué!
—¿Montini?
—¡Sí! Alejandro Montini… el que venía con silla de ruedas… estuvo en tercer año nomás, creo que después la familia se mudó a San Luis de donde era la madre.
—¡Ah, sí! ¿Qué pasó que vino el padre?
—El Tano había hecho una pelota con una media que le robó a la vieja rellena de papel de diario y en los recreos jugábamos al fútbol. Un día a alguien se le ocurrió agarrar a Montini y hacerlo jugar con la silla. Le sacamos los estribos y con las piernitas que le colgaban pateaba la pelota. Creo que fue Tato que empezó a correr empujando la silla y atropellar a todos los que querían sacarle la pelota, hasta que en un momento Montini mete un gol y Tato sale corriendo para festejar, suelta la silla y Alejandro se estampó contra el mástil de la bandera.
Todos rieron a carcajadas. La anécdota prosiguió…
—Nos cagamos todos, pero cuando vimos que no se había roto nada, seguimos jugando. Después lo que hacíamos era correr por todo el patio con la silla y soltarlo a toda velocidad y Alejandro doblaba de repente y terminaba desparramado por el suelo. Una tarde viene la vicedirectora y nos dice que estaba el padre de Alejandro, que quería hablar con nosotros. Yo dije “listo, acá nos expulsan a todos”. Entra el señor y nos dice “chicos, yo vengo porque, desde que Alejandro viene a esta escuela, es un chico feliz. Y es la primera vez que lo veo feliz desde el accidente. Tanto, que no quiere faltar.” Casi se pone a llorar, pero siguió y nos dijo “Vine para agradecerles cómo lo integraron al grupo, cómo lo tratan…se siente uno más, por eso hablé con la vicedirectora para que ustedes sepan lo importantes que son para él y para su familia. Gracias, chicos”. ¡Uf! ¡Zafamos! Dije.
El grupo reía como si todo hubiera ocurrido el día anterior. Algunos tosían de tanto reírse. Por un momento el tiempo había retrocedido a esa etapa de la vida donde nos llevamos el mundo por delante.
—¡Qué lindas épocas, esas! —dijo otro con aire nostálgico.
Todos asintieron con la cabeza. Se hizo un breve silencio. Alguien levantó la copa y propuso brindar por la juventud pasada. El resto alzó sus copas y brindaron. Uno dijo —Por la próxima Copa Libertadores ¡Ojalá se nos dé este año!
—¡Qué van a ganar la copa si son unos muertos! Primero, echen al técnico de mierda que tienen y después, vemos.
—¡Olvidate, hermano! Este año, mínimo a semifinales llega San Lorenzo
—¡Dejate de joder que los tenemos de hijos a ustedes! ¡Veintitrés partidos les llevamos!
—¡Eso es en el historial, pero en los tres últimos años, no nos pudieron ganar ni uno!
El clima volvió a ser el de antes, con todos los excompañeros riendo y celebrando el estar juntos, como si el presente, tapizado de deudas, colesterol, diabetes y triglicéridos, no existiera.
—¿Servís el café, mi vida? —preguntó el dueño de casa, acercándose a la cocina.
—Ahora les llevo, querido —respondió con una sonrisa tan amplia como fingida.
Algunos amenazaban con levantarse para irse. El dueño de casa volvió a la mesa.
—Esperen, ya le dije a la bruja que sirva el café, después se van.
—No hacía falta, dejalas tranquilas, pobre.
—Con lo que me cuesta mantenerla, podría tener una pendeja por día…que ropa, que zapatos, que reiki… La semana pasada me dice que yo tendría que ir a un psicólogo. ¿Yo? ¿Para qué? ¿Para que me queme la cabeza como la mina a la que va ella? ¡Cuánta tenía razón tenía mi viejo! ¿cómo no lo escuché? Siempre me decía “Julito no te cases…” y yo, como buen pelotudo creí que se equivocaba… ¡Vos sí que la hiciste bien, Mariano! Ahora es tarde… si hubiera tenido los huevos…
Mariano sonrió orgulloso.
Mientras los hombres tomaban el café, las mujeres lavaban la vajilla y la iban guardando en la alacena.
La reunión terminó. Repitiendo la coreografía inicial, los hombres se abrazaban efusivamente, mientras las mujeres se saludaban, nuevamente, apoyando las mejillas, arrojando besos al aire.
Mariano, ahora de excelente humor, puso en marcha el auto y rompió el silencio.
—¿Cómo la pasaste? —no le interesaba saber cómo estaba su mujer, la pregunta era sólo para poder pasar a hablar él.
—Bien
—¿De qué hablaron?
—No sé… de cosas… la familia…lo de siempre. ¿ustedes?
En ese momento la alegría del reencuentro le ganaba la pulseada al alcohol.
—¡la pasamos bárbaro! Roberto no deja de contar montones de anécdotas de cosas que pasaron en el colegio y yo ni me acordaba… Él y Julito, el dueño de casa, el esposo de Clara, son de los que más se acuerdan…
—Qué bueno… —respondió Karina sin convencimiento.
Llegaron a la casa. Mariano había bebido lo suficiente como para quedarse dormido, por lo que bajar del auto no le resultó tarea sencilla. Subieron al dormitorio. Karina fue al baño a quitarse el maquillaje y cepillarse los dientes. Cuando llegó a la cama, Mariano roncaba con la ropa apenas desabrochada. Karina le quitó con cuidado los pantalones, le acomodó las piernas dentro de la cama y lo tapó con la sábana. Se recostó mirando el techo.
No podía dormir.
¿Por qué soportaba el maltrato?
Las respuestas eran múltiples, todas tenían una coherencia inexpugnable, y no había manera de salir de la trampa. La sorprendió un recuerdo: la terapeuta que la había atendido unos años atrás, un día le dijo “No te preguntes el ¿por qué?, pregúntate el ¿para qué?”.
Su mente comenzó a volar libre. Era de noche y estaba jugando con Alejandra, su mejor amiga, una compañera de segundo grado que vivía a unas cuadras de su casa. El padre de Alejandra era dueño de una fábrica de cubiertos de acero inoxidable y tenía el auto más lindo de todo el grado. Eran casi las nueve de la noche y la mamá de Karina sirvió dos tazas de mate cocido con pan tostado. Las chicas agarraron las tazas y siguieron jugando. A Alejandra le gustaba ir a la casa de Karina porque no las interrumpían para comer. Cuando el padre la iba a buscar, Alejandra le mentía diciéndole que ya había cenado. Una tarde Karina se quedó a jugar en la casa de Alejandra y cuando llegó la noche sirvieron la cena. Estaba por hacer una pregunta, cuando Alejandra la frenó con una mirada amenazadora. Karina, sin entender, dijo que no tenía hambre. “comimos muchas galletitas” dijo Alejandra, aun sabiendo que la iban a retar. Esa vez Karina descubrió que las familias, por la noche, cenan. Que por eso a los demás compañeros no les hacía ruido la panza en la escuela, como a ella.
Ahora cobraba sentido la pregunta y la respuesta, tan visceral como inesperada la dejó sin aliento: “¡para que mi hijo no se vaya a dormir con hambre!”. En ese instante recordó que, a sus siete años, había jurado que no iba a dejar que su hijo pasara hambre. Nunca.
¿Valía la pena soportar tanta violencia?
¡Totalmente!, se respondió sin dudar.
Apoyó la cabeza en la almohada, cerró los ojos y sonrió.
Orgullosamente puta.
