Estefanía Farias Martínez

La Vague violette (1895-1896)-Georges Lacombe
—Buenos días. Julita, ¿verdad?
—Sí, señorita Menéndez. Ahora la acompaño a su despacho para que se instale.
—No pretendo ser indiscreta, pero… ¿por qué se fue la anterior directora de recursos humanos?
—Por desavenencias con la dirección.
—Éste es su despacho. No es muy grande, pero sí acogedor. Sobre la mesa le he dejado su móvil de la empresa. Los teléfonos de contacto del Presidente y del resto de la plantilla están en la agenda, también el del psicólogo que hace los test de ansiedad cada seis meses. Es una medida de control de estrés para el personal, se introdujo a petición de su predecesora. Al principio eran cada cuatro meses, pero ya no hace falta.
—Por cierto, el Presidente me comentó que esta empresa ha conseguido resultados sorprendentes en lo relativo al control de estrés de los empleados. Me dijo que usted me lo explicaría con más detalle.
—De eso hablaremos después de la reunión de presupuestos, entonces le podré presentar al resto de la plantilla y también le mostraré las salas comunes.
—De acuerdo.
—González, ¿acabas de llegar?
—Sí, tenía una reunión a primera hora en la oficina de Salgado.
—¿Cómo te fue?
—Voy a buscar a Julita a ver si puedo hacer una reserva para antes de la reunión de presupuestos.
—Corre. Lo mismo tienes suerte. Antes de las doce siempre hay hueco.
—Ya conoció a todo el mundo prácticamente. Sólo le falta el señor Benítez hijo, el abogado de la empresa, que actualmente reside en Londres, pero viene cada tres meses, y el señor Martínez, el gerente, que ha tenido que viajar a Bélgica, pero en un par de días está de vuelta. Supongo que el Presidente le ha explicado que esto es una empresa familiar, somos pocos y todos echamos una mano cuando hace falta. Estos días se han presentado problemas con los proveedores, así que ahí tiene a parte de los vendedores lidiando con ellos, otra parte con los almacenes y los talleres y el de marketing y nosotras tendremos que ayudar a las chicas de atención al cliente porque no dan abasto. Este sistema se lleva poniendo en práctica unos meses. Antes cada uno se ocupaba de lo suyo y las crisis se hacían eternas, pero el cambio de gerencia fue determinante. ¿Quiere que nos acerquemos a la cafetería? Las chicas estarán allí y así conoce a Lolita, el pilar de la empresa.
—Me parece perfecto.
—Mire. Allí están. En la barra.
—¿Cual es Lolita?
—La señora bajita con bata, la que no consigue subirse al taburete. Es bastante mayor, pero lleva limpiando aquí desde que se abrió. Su mamá fue la nana del Presidente, se conocen desde niños. Es la mujer más influyente de la empresa. Con Lolita tendremos que hablar más tarde. Ahora va a comer. Hay que esperar a que termine, siempre va corta de tiempo. Ella sabe todo de todos, pero es muy discreta, una tumba.
—Y que lo digas, ¿verdad, Gómez? Qué bien te vino el invento de Martínez, si no… a la calle y de cabeza, por culpa de la discreción de Lolita.
—Cállate, Giménez.
—Ya te enterarás cómo las gastaba ésta, Menéndez.
—Estas dos siempre están pinchándose, pero los manejos de la señorita Gómez tuvieron un papel crucial en el desarrollo de la estrategia antiestrés del señor Martínez. Tendremos tiempo para hablar de eso con tranquilidad. El Presidente me ha explicado que su mes de prueba depende mucho de usted misma, puede que nos abandone por voluntad propia.
—Como la retrógrada de López. Qué guerra dio. Menos mal que al final se fue. Mucha recomendación, pero pesó más el lado práctico. Si no seguiríamos como entonces. Qué horror.
—Tienes razón, Giménez. Porque yo me apañaba, pero tú ibas camino de la Almudena.
—¿Qué me dices de Pérez? Si hasta se le ha curado el corazón. El médico le dijo en la última revisión que estaba como un roble. Le preguntó que a qué se debía y el otro va y contesta “el ambiente de la empresa ha mejorado mucho”. Ya, ya.
—Es verdad que ha mejorado mucho. La transformación ha sido brutal. Esto parecía el pabellón de críticos de un psiquiátrico. Vámonos, Giménez. Aún nos queda un buen rato y yo tengo reserva a las tres.
—¿Reserva?
—Sí, ésta llegó a la reunión fresquita. Yo tengo que esperar una hora, pero me quedo como nueva.
(Continuará…)
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