Carlos E. Luján Andrade

Exceso de retrato. Collage sobre cartulina-Carlos E. Luján Andrade
La somnolencia apacigua la solitaria presencia en imágenes de desconsuelo, aquella que nos permite olvidar el lenguaje certero y que fue aprendido entre símbolos obtusos y señas hastiadas de significado. La imaginación no nos encadena, como lo puede hacer el sueño con el mundo divino de la oscuridad o el otro que es silencioso pero exaltado por la desesperación de las pesadillas.
No es preciso recogerse en la fría orilla del mar azulado para que el umbral del sueño venga de cuando en cuando a reclamarnos la presencia ingrata que le negamos cuando el sol tempranero nos lo solicita. Es suficiente alucinar lo estático del universo y lo detenido en tiempo presente, mirar la piedra como es piedra y al río como es río, detener en imágenes correlativas —cuadro por cuadro— distintos universos y vivir en cada fotografía la ambición del sueño.
También oír el silencio que resguarda a los durmientes —justo donde nace la inspiración de la muerte— en el preciso momento cuando la quietud nos aparta del flujo de las aguas o de la cinética natural. Y así es cuando se consigue despertar el alma en penumbras y en un solo color, sin matices ni texturas, pero que acompañan el camino flotante y silente boscoso, multiforme; donde no hayan signos, significados ni significantes.
Dentro de esta evocación inmaterial es sensible la huida. Lo gaseoso del movimiento y la serenidad amorosa nos forjan vulnerables a la desalmada materia que en su estupor —desesperado— afligen a su espíritu lejano presa de sentidos extraños. Es ella la que nos llama cada mañana para palparla nuevamente como suya la vida, exigiendo su compañía liberadora del plácido cautiverio.
El ritual, cada noche o quizás en algunas tardes de desánimo, se repite; sin embargo, siempre invocamos la ceremonia burladora de la soberbia del cuerpo que intenta en su omnipotencia la vigilia permanente de su existencia. Es la rebelión del sueño sobre la tiranía del desvelo resistente a que jamás se sepa de la inexistencia simbólica del mundo extranjero de la profundidad inmaterial.
Pero no se juzgue su celo, pues es la lógica acción de quien protege lo suyo, aun si mantiene en vilo al que toda la vida vive en el sueño.
(En El comedio del breñal)
