Carlos E. Luján Andrade

Los árboles de Apolo. Collage sobre Cartulina-Carlos E. Luján Andrade
Los días pasados se multiplican carentes de sorpresas: un sábado de junio es idéntico al de hace un año sin padecer degradación. Y, sin embargo, ¿adónde se fue el tiempo? Uno sigue siendo el mismo, pero algo nos sentencia que aquello no es cierto. ¿Sucederá eso mismo con la vejez? No lo sé, lo seguro es que llegaremos a saberlo; mientras tanto, las siguientes líneas:
La experiencia nos dice que al realizar cualquier acción siempre nos toparemos con el deterioro. Las cosas en movimiento suponen una fricción que ocasiona desgaste, desde las suelas de los zapatos hasta las articulaciones del cuerpo. Ningún ser humano puede estar exento de esa ley física. No podemos permitirnos andar por la vida esperando que la materia se mantenga en su forma por el hecho de sentir que no cambia, sin considerar que esa pueda ser una percepción equivocada, aunque no se halle el error en tal percepción.
Lo expuesto no es un consejo sino es la resignación a lo absurdo, pues siempre añoré lo que el tiempo sobrepasó, aunque eso no merezca más que el olvido. Tal vez sea una confusión el atesorar en la imaginación lo que debió ser mi pasado o el recuerdo de una perspectiva ingenua e infantil, pues reconozco haber carecido de malicia en mi infancia y adolescencia. Es así el porqué de mi predilección por la manifestación de una visión candorosa de los hechos pasados.
Ese es el origen de mi deseo por suspender las horas: no querer alejarme del «tiempo mejor» y vivir en momentos imaginados, creando instantes inmóviles para sobrevivir en ellos. El tiempo perfecto, el recuerdo, mi recuerdo. Y qué hacer cuando lo habitado en la memoria es la distorsión de lo real, pues verlo como la prueba del orden de un entorno anhelado, la evidencia de valores y principios reflejados en memoriosas invocaciones de un pasado deseado. Conformarse con ser la constatación del deseo de la vida futura, así lo vivido y escrito tendrá ese matiz «irreal» en el porvenir. Los que me rodean y yo seremos víctimas de esta antojadiza interpretación de lo cotidiano, el cinismo e hipocresía serán amabilidad y compromiso; la honestidad y exigencia, rudeza y hostilidad.
Considero a la vida cambiante y a nosotros también. Lo pétreo son los recuerdos, porque son el reflejo de quienes nos proyectamos ser. Seguimos siendo buenos si deseamos recordarlo así, pero la verdad es el advenimiento de la vejez, del egoísmo, del deseo de supervivencia que modifica el carácter, los principios y el alma. Nadie evoca malos recuerdos, porque nos apartan del entorno perfecto deseado. Siempre mereceremos (o creemos merecer) lo mejor, ya que hemos demacrado la juventud en ello.
Lo que no cambia es el valor dado a los recuerdos. El sentirse el mismo individuo que perdura en la memoria es tan iluso como el deseo de la inmovilidad del tiempo.
Los recuerdos permanecen para brindar el consuelo de lo perdido o de lo que nunca sucedió, no para definir la existencia del hombre.
(En El comedio del breñal)
