Carlos E. Luján Andrade

La inquietud y el error. Collage sobre cartulina-Carlos E. Luján Andrade
La despedida auténtica no es la anunciada —no es cruzar el umbral y decir adiós vociferando la partida—, es la consumación física de un escape avisado, continuo y lánguido. El anticipo del adiós es la esperanza de regreso voluntario.
Cuando desaparecemos del instante ajeno nos desvanecemos imperceptiblemente frente a los otros, matizando los colores hasta disiparnos en el recuerdo. Compañía pulverizada por el devenir del tiempo expulsando el alma que antecede al cuerpo. La despedida se inicia cuando sentimos la ausencia del espíritu, cuando nos incomodamos por estar cuadriculados o enmarcados en la imagen ajena que obliga a uno a ser pintura de un momento sin movimiento, porque aquel no es parte de la placidez y la tranquilidad de la idea concebida de lo que para los otros uno es. Al inicio creemos en los impulsos del entusiasmo, en la inamovilidad de la vida y de los minutos, pretendiendo detener el Big Bang del cosmos.
La imagen del nosotros está impregnada en el instante ajeno, donde nos llaman y reclaman sonrientes, asumiendo la creencia que aún somos los mismos. Compromiso exigente, porque de seguir aferrados a la figura ya abandonada nos llevaría al abatido desasosiego. Observar con centurias de lejanía a los que departen con pintura desgastada y descolorida sobre lo que hemos sido nos enajena y agota. Luego, es el inicio imperceptible del adiós, donde se opta por renunciar enmudecidos lo que ya no somos y dejar en algún mohoso sótano el rostro conocido por el gentío antes de que la bipolaridad cínica nos sea fatal.
Trance de desaparición involuntaria e inevitable que no es un solo acto, sino la conciencia de aquella, porque aún antes de comprobar el desvanecimiento evidente la tonalidad de nuestros colores se ha transformado en azul turquesa u ópalo inflexible.
La idea de la huida física es la concreción del pensamiento y la liberación del cuerpo que siente la presión de otro, pero sin nuestra primigenia textura reflejada en el cristal. Tal desvanecimiento es inminente, pues si no lo percibimos a voluntad, el curador de nuestra imagen advertirá el fraude. Y en el afán de reafirmar lo ya perdido caeremos en la decepción y el desengaño mundano. Es preferible renunciar antes de ser la víctima de lo que pudimos ser o lo que quisieron que fuésemos, puesto que mejor es ser las primeras páginas arrancadas del libro jamás comprendido a ser la colección de volúmenes inacabados del que se desconocen los tomos primeros y últimos.
Yo apresuro la aceptación de esta partida involuntaria debido a que la esencia de nuestra forma ya abandonó el estático retrato hace mucho. Ahora me encuentro creando imágenes en un mundo distinto, buscando formas y creándome una nueva…
Renuncio sin pesadumbre a esta otrora pasible estancia que con incertidumbre me otorgó el escalofrío monótono de la confusión. Un espacio deshonesto, zozobrado en vaporosa aguaras que hizo perder a todas las cosas su pigmento primario y natural. Una vida que dejó de ser fotografía para convertirse en voluble imagen televisiva.
(En El Comedio del Breñal)
