Fernando Morote

Die drei Schwestern (1935)-Max Beckmann
Las secretarias ejecutivas solían ponerme a prueba.
Una mañana sorprendí a la del gerente general levantándose la falda para rascarse furiosamente la nalga. Fue una vista magnífica. Ese cachete bien formadito se adivinaba durísimo. Me invitó a tomar café en la cocina. Abrió puertas y gavetas con sabroso ritmo, bromeó en doble sentido y terminó plantándome el trasero en la cara. Disfrutó mucho viendo cómo me intimidaban sus avances provocadores.
La de finanzas me pidió una tarde que la ayudara a organizar los expedientes del archivo. Sus desplazamientos sugestivos en ese estrecho cuchitril, insuficiente para dos cuerpos a la vez, me hicieron sudar. El roce fue inevitable. Ella sonrió maliciosamente. Yo inventé una excusa para ir al baño.
La del departamento legal fue más directa. Después de una fiesta, intentó llevarme a un hotel. Habiendo crecido en un hogar donde el padre abandonó a la esposa para fugarse con la amante, había perdido los prejuicios. No se andaba con insinuaciones. A fin de salvar el cuello, fingí estar enfermo. Claramente, mi actuación la defraudó y su entusiasmo murió sin remedio.
Era un período de gran confusión en mi vida. Aprendí que a algunas mujeres les gustan los hombres tímidos, pero a ninguna mujer le gustan los hombres cojudos.
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