Néstor Rubén

Selbstporträt (1909)-Max Ernst
En un principio el título me pareció total y absolutamente futbolístico y relacionado exclusivamente a nuestra selección peruana. Muy parecido y dicho de otra forma lo que afirmaba el locutor argentino Oscar Artacho afincado en Lima, cuando nos narraba los partidos de la selección con ese típico acento gaucho que nunca lo abandonó “Qué bonito que está jugando Perú, que va perdiendo dos a cero”.
Aunque las historias están divididas en términos futboleros, ya dentro nos encontramos con una cantidad de personajes muy variopintos. Por ser peruano y limeño puedo identificar muchos lugares conocidos en donde se desarrollan estas escenas, pero, las situaciones que se describen pueden suceder en cualquier parte del planeta.
El autor delata las debilidades y aciertos del que solemos tener los seres humanos, nuestras contradicciones y puntos de vista que pueden parecer poco coherentes con la realidad. Sin embargo, así somos, una suerte de sorpresas de relaciones humanas imprevistas ante cada evento que se nos presenta. Apunta directamente con dichos o afirmaciones que serían dignos de figurar en su obra anterior “Poesía Metal Mecánica. La narrativa comienza con esta frase “Cometo errores, pero rara vez me equivoco” verso que va dejando al lector su libre interpretación y que cada quien lo tome a su modo. El tema se desarrolla como si la vida se desarrollara en una cancha de fútbol en la que cometemos infracciones y que si tuviéramos un juez (que no sea Dios), te sancione de acuerdo a tus faltas que pueden ser: una posición adelantada, una tarjeta roja o un autogol.
Creo sinceramente que en todas estas caídas no necesitamos siempre un juez omnipresente, sino más bien acorde con la lectura encontramos que nosotros mismos nos damos cuenta que la vida está llena de faltas, aciertos y mayormente de contradicciones, pero nunca claudicar, nunca dimitir (“Arrójenme a los lobos y volveré siendo el líder de la manada”).
Debo decir que el autor nos describe diferentes escenarios con historias sueltas (“me gustan los cambios, no los procesos”) y eso encontramos en la lectura. Luego viene una parte interesante: el de la identificación, una suerte de conversación con uno mismo y decirse “esta escena es mía, la he vivido, quizás con otros componentes, pero me auto defino como protagonista”.
Cualquier lector se va a sentir identificado con estas historias que aparecen como si estuvieras viendo un Tik Tok en el celular, escenas absolutamente imprevistas, sin saber cómo será la siguiente. Considero también que existe una descripción del ciudadano de a pie que, en una sociedad con trampas y juego sucio, trata de salir adelante. De ser un emprendedor que no necesariamente por jugar limpio consigue el éxito, y busca como justificación que sus derrotas surgen simplemente por ser un incomprendido o quizás un tipo demasiado entendido. Hemos recorrido inevitablemente en plena lectura muchas calles de Lima, en especial el Paseo Colón y los viejos edificios que lo rodeaban (descritos por el autor sin mencionar sus nombres) con ambientes tugurizados y lugares de venta de todo tipo, como una suerte de mercado de pulgas; un lugar en la que solamente faltaba que alguien vendiera las letras del abecedario, como se describía en el cuento de un notable escritor del boom latinoamericano.
Fernando Morote escribe desde Nueva York, donde reside. Nos cuenta estas historias desde la selva de cemento, capital del mundo, que paradójicamente lo acerca más al Perú.
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