EL PUNTO CIEGO

Estefanía Farias Martínez

Intérieur, femme à la fenêtre (1880)-Gustave Caillebotte




Desde la ventana de la cocina, en el punto ciego entre las rendijas de la persiana, ella observaba la calle. Sólo llevaban tres meses viviendo en aquella casa. Los tíos de Aaron les consiguieron el contacto con el antiguo dueño. Les salió barata, aunque necesitaba algunas reparaciones. Tuvieron que vender el Audi y ahora iban en bicicleta a todas partes. Se convirtieron en noticia para los vecinos sin pretenderlo: su casa fue la única de la calle que intentaron robar a plena luz del día. Ellos no estaban nunca. Trabajaban los dos. Salían muy temprano y volvían tarde. El calvo del 6, que según Aaron era un marine jubilado porque llevaba la pegatina en el coche, los vigilaba desde la ventana de la cocina cuando salían por las mañanas; la mujer, los fines de semana. Él paró a Aaron un domingo cuando venía del super, quería comentarle algo sobre lo del intento de robo: no estaban acostumbrados a ese tipo de cosas en esa calle. Se lo dijo como si ellos fueran responsables de lo ocurrido. Le aconsejó a Aaron que fueran más prudentes, y le dio la tarjeta de una empresa de seguridad para que pusieran una alarma. Según el calvo del 6, en los últimos meses había aparecido algún que otro vándalo, críos que cambiaban de sitio los cubos de basura y un desalmado que se ensañaba con los coches de los vecinos. Debía utilizar una llave por el tipo de marcas que dejaba. Aún no le habían conseguido pillar in fraganti, pero estaban muy atentos a movimientos sospechosos. Después de aquella charla, el calvo del 6 les saludaba a diario y la presión fue tal que se gastaron los 3000 euros de la alarma. El día que la pusieron, él se acercó a felicitarles y dejaron de verle todos los días a las 7.30 de la mañana. Del 4 sólo había visto salir negros, africanos además, porque tenían la cabeza más redonda que los caribeños. Resultaba inquietante que siempre estuviera cerrada la persiana de la cocina y los estores azul celeste de la planta de arriba. El mismo día que Aaron y ella se instalaron en su nueva casa, vio salir del 4 a un chico de unos treinta años muy bien vestido, traje gris oscuro y zapatos italianos; se subió a un deportivo y desapareció. Un par de semanas después vio a un cuarentón corpulento ordenando la parte trasera de una furgoneta con un delfín en el lateral; era de una empresa de limpieza. Y aquella mañana había visto a una mujer gorda, acompañada por dos niños pequeños, charlando con el calvo del 6. Se les acercó la del 8; debía tener problemas en una rodilla o en las dos porque andaba despacio y cojeaba un poco; se había cortado el pelo. Los tres se reían y parecían expectantes, pendientes continuamente de la puerta del 9. Ahí vivía el fontanero del barrio. La mujer del calvo del 6 salió a unirse al grupo. La turca del 13 pasó con su olla; ella suponía que tenía familia cerca y les llevaba la comida; sólo la veía los fines de semana y siempre a la misma hora. Vio al niño del 9 pasar corriendo, iba de traje con pajarita roja, parecía el muñeco de un ventrílocuo. Era muy bajito para tener 3 años, feíto pero simpático con rizos rubios y unos ojos enormes y espantados. El niño saludaba al grupito del calvo del 6, detrás iba un tipo flaco que se parecía mucho al del 9 y un señor de cráneo esférico que cruzó la calle y se metió en el 8. Desde la cocina no podía ver mucho más, algo estaba pasando lejos de su punto ciego. Subió a la primera planta y se asomó por la ventana del dormitorio. Habían puesto una puerta de globos en el jardín delantero del 9. El padre y el hijo vestían exactamente igual. Todos los que estaban a ambos lados de la calle miraban hacia el mismo punto y ella también. En la puerta del 14 la del 9 esperaba vestida de novia, escoltada por los que suponía eran los padres. A la señora la había visto paseando a los perros del 9 y al marido se lo encontró un día escarbando en su jardín delantero porque había perdido unas llaves. El novio y el niño se fueron de la mano a buscar a la del 9 entre aplausos de los espectadores. Los tres se subieron a un coche y desaparecieron. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que su ventana era el centro de atención del grupo del calvo del 6. Le dio vergüenza que la hubieran cazado espiando, pero ellos sonreían y la saludaban. Había completado el rito de integración vecinal.



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