Fernando Morote

Retrato de anciana (c.1920)-Eduardo Chicharro
Tadeo estaba rajado de la cabeza. Llevaba una semana perdido y Doña Pabla no hallaba consuelo. Se había escapado unos días antes, la policía no tenía ningún reporte positivo, pero algunos vecinos decían haberlo visto caminar por los techos, otros aseguraban haber presenciado sus excursiones furtivas a los cerros. Todos coincidían en que se había convertido en un peligroso espectáculo. Subía a los árboles, perseguía a las ardillas y se comía a las gallinas. Tras un proceso de búsqueda infructuosa, la empleada de la casa lo sorprendió una tarde en el patio, tirado patas arriba, sin poder moverse. Doña Pabla pensó que el último festín había dejado exánime al condenado. Cuando lo examinaron, encontraron que en realidad estaba agonizando. El jardinero le había sembrado “Campeón” para envenenarlo. Los bomberos lo desintoxicaron a tiempo y le salvaron la vida. Por la noche un destello de luz deslumbró el vecindario. Habiéndose dado a la fuga, Tadeo saltó por error a un cable de electricidad y se quedó pegado. Su radiografía iluminada como dibujo animado lo delató colgado entre los postes. Su cuerpo achicharrado empezó a caerse a pedazos, primero los dedos, luego los brazos, finalmente las piernas. A la mañana siguiente Doña Pabla fue invitada a tomar desayuno en casa de su vecino charapa. Pidió el baño para lavarse las manos, le indicaron que estaba en el corral, entonces atravesó los cordeles llenos de ropa recién lavada. Entre camisas, batas, calcetines, calzoncillos y sábanas se topó con una visión macabra que la hizo orinarse de miedo. Después de recuperar el aliento distinguió que ese tronco minúsculo, recompuesto a medias, no era en verdad un bebé crucificado. El cadáver desollado de su querido Tadeo, puesto a secar a la intemperie, esperaba ser degustado más tarde en un exquisito y exótico guiso selvático.
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