Lugares abandonados (V): “La resurrección de dos libros”

Carlos E. Luján Andrade




En la etapa formativa de nuestras ideas, buscamos con insaciable curiosidad autores y lecturas que nos permitan orientar lo que percibimos de antemano. En esa inquietud es que optamos por hallar ensayos que nos encaminen hacia una interpretación lógica de lo observado. En mi caso, hallé diferentes formas de solucionar tales interrogantes. Pero más allá de enumerar una lista de obras o nombres de escritores o artistas, me quiero detener en dos libros en particular. No por su contenido, sino por las circunstancias del interés por ellos.

A mediados de los noventas, mi pasión por el conocimiento me llevó a buscar argumentos e interpretaciones de la realidad de manera indiscriminada. No importaba la fecha en la que fue escrito un libro, la nacionalidad del autor o el soporte en el que estaban las ideas que me interesaban. Devoraba con avidez aquello que caía en mis manos. Poco a poco, iba obteniendo ideas que me las apropiaba no como un farsante que repetía argumentos ajenos, sino que convenientemente me apoyaba en ideas que se acercaban a la interpretación que yo tenía de la realidad. Descartaba a las que se alejaban demasiado y las colocaba en entredicho si desafiaban las ideas que había adoptado. En ese ejercicio cultural, llegué a dos autores que los distanciaba el tiempo y la ideología. Uno fue José Carlos Mariátegui y el otro, el economista Oscar Ugarteche. Ambos peruanos que dialogaban sobre los pesares del país desde las antípodas del siglo. Uno escribía sobre el siglo que se venía y el otro sobre cómo terminaba.

De José Carlos Mariátegui leí el libro llamado La escena contemporánea escrito en 1925, en donde dedicó unas palabras al escritor francés Henri Barbusse. Desconocedor absoluto de aquellos temas tratados por Mariátegui, lo planteado en las líneas de aquel libro llamaban fuertemente mi curiosidad. Se refería a los intelectuales, la gran guerra, la revolución, el comunismo y el fin del capitalismo. Lo que más me llamó la atención fue el siguiente párrafo en el que se refería al temperamento intelectual y creativo de este escritor:

“Es un pesimismo piadoso, es un pesimismo fecundo. Barbusse constata que la vida es dolorosa y trágica; pero no la maldice. Hay en su poesía, aún en sus más angustiosas peregrinaciones, un amor, una caridad infinitos. Ante la miseria y el dolor humano, su gesto está siempre lleno de ternura y de piedad por el hombre. El hombre es débil, es pequeño, es miserable, es a veces grotesco. Y precisamente por esto no debe ser befado, no merece ser detractado.

Esta era la actitud espiritual de Barbusse cuando vino la guerra: Barbusse fue uno de sus actores anónimos, uno de sus soldados ignotos. Escribió con la sangre de la gran tragedia una dolorosa crónica de las trincheras: El Fuego. Le Feu, describe todo el horror, toda la brutalidad, todo el fango de la guerra, de esa guerra que la locura de Marinetti llamaba «la única higiene del mundo». Pero, sobre todo, El Fuego es una protesta contra la matanza. La guerra hizo de Barbusse un rebelde. Barbusse sintió el deber de trabajar por el advenimiento de una sociedad nueva. Comprendió la ineptitud y la esterilidad de las actitudes negativas.”

En su artículo, repleto de romanticismo y heroicidad, conjugaban el deber de cambiar un mundo injusto con el compromiso revolucionario del creador, del intelectual. Mariátegui criticaba que después de la gran guerra no quedara mucha literatura de valor que describiera lo que el mundo sufrió. Así escribió:

“Los dolores y los horrores de la gran guerra han producido una eclosión de ideas revolucionarias y pacifistas. La gran guerra no ha tenido sino escasos y mediocres cantores. Su literatura es pobre, ramplona y oscura. No cuenta con un solo gran monumento. Las mejores páginas que se han escrito sobre la guerra mundial no son aquéllas que la exaltan, sino aquéllas que la detractan. Los más altos escritores, los más hondos artistas han sentido; casi unánimemente, una aguda necesidad de denunciarla y maldecirla como un crimen monstruoso, como un pecado terrible de la humanidad occidental. Los héroes de las trincheras no han encontrado cantores ilustres.”

Para finalizar afirma que Barbusse es quien se salva de aquello. Que su libro “El Fuego quedará, probablemente, como la más verídica crónica de la contienda. Henri Barbusse como el mejor cronista de sus trincheras y sus batallas”. No pretendo justificar ni desarrollar las ideas planteadas por Mariátegui sobre este escritor, aunque sí recalco la impresión que me provocó a los dieciocho años la lectura de tales ideas. Desconocía la profundidad de aquella declaración, de la razón por la que los individuos no debían desdeñar lo heroico de la guerra, ni que tan confrontacional era este ilustre pensador con el capitalismo. Lo que me impresionaba era la necesidad de que se escriba con sentimiento y valor, que uno debía integrar el arte con su causa en sus escritos. Y que en eso se encontraba un sentido a la vida del intelectual y del escritor. En ese momento, aquellas palabras eran suficientes para mí. Era consciente que estos textos de Mariátegui se debían a su época, aún así pensaba que estaban destinados para ser leídos atemporalmente. El haber comprado ese libro de remate en una noche fría en la Plaza Bolognesi hacían aún más misteriosas sus palabras. Tenía la idea que seguir sus postulados eran como un llamado desde la inmortalidad.

Es así que decidí buscar ese libro. Durante los meses y años siguientes, preguntaba a los libreros de Lima, tanto de librerías de viejo como de ejemplares nuevos. Pocos lo conocían. Solo en una antigua librería que estaba al lado de la calle Malambito encontré otro libro de Barbusse llamado El Infierno. Y si bien lo devoré apenas llegué a mi casa, no hallé lo que buscaba. Pasaron los años y mis lecturas cambiaron, fui por otros rumbos menos radicales y el entusiasmo por hallar tan deseado título fue decayendo hasta que un día lo olvidé.


Aquí me detengo para referirme al otro libro de Oscar Ugarteche. Mi interés por entender lo que el Perú vivía a finales de siglo pasó por lecturas de entrevistas a pensadores y académicos que aparecían en revistas, diarios y hasta en libros recopilatorios de ese entonces. Un domingo, en el suplemento Dominical de El Comercio, leo unas declaraciones de este destacado economista. La entrevista se centraba en la aparición de un ensayo llamado La arqueología de la modernidad. En mi adolescencia, ese título me parecía perfecto y alucinado. Se juntaban dos palabras que se contradecían. Era enigmático e inteligente para mí, un individuo que apenas conocía lo que era un ensayo. Ugarteche desgranaba la sociedad peruana con palabras que describían lo que en ese momento yo sentía. Antes que Cotler, en esa entrevista Ugarteche me hizo comprender cómo funcionaba la sociedad peruana. Quedé prendido de sus palabras. Dicho diario lo guardé por meses con el deseo de cruzarme con su libro y comprarlo de inmediato.

Ugarteche se refería que la idea de progreso había cambiado con el pasar de los años, al igual que el orden social. El confesó: “El Perú no es igual a cuando yo era adolescente, Gracias al cielo. Hay un orden social liberado de las rigideces del antiguo orden que comenzó a terminar en los años 60 y culminó en 1992. La opresión social se está izando conforme la conciencia del “choleo”, del “ninguneo”, y la exclusión absoluta de las mayorías de las decisiones políticas y económicas va siendo dejada de lado para incluirlos como actores importantes. De pronto las elites comienzan a tener una nueva percepción del Perú y los llamados sectores C y D (ingresos medios y bajos), van teniendo importancia para todos, incluidos los medios de comunicación masivos. Se podría decir que los peruanos vamos teniendo una percepción creciente de nuestra ciudadanía y chocamos con la falta de derechos. Quizás la explotación se mantenga renovada, porque es un país capitalista en desarrollo. La opresión que iba junto con la explotación se ha reducido. Las rigideces sociales, laborales, empresariales y económicas se están desamarrando. Se ha introducido una plasticidad que es fruto de una década de reformas económicas en los años 90, una década de depresión económica y suma violencia de los años 80, y una década de profundas reformas sociales en los años 70… Este es un país irreconocible a la luz de los años sesenta”.

Así Ugarteche comienza a describir cómo el Perú se ha ido transformando y en qué estado se encuentra para integrarnos a la era de la globalización que en ese entonces estaba entrando con fuerza en todos los aspectos y cómo así esto afectará a la sociedad peruana al iniciar el nuevo siglo. Nos muestra la precariedad de la realidad peruana de fines de los noventas. Las ideas son abundantes: la identidad nacional, la mujer, la tecnología, las migraciones, el mercado, la pobreza, etc. De todo ello, en esa entrevista habló. Solo que ahora lo recuerdo revisando el libro que recién tengo en mis manos, porque este también fue buscado con interés por ese entonces. Al ser un ejemplar de reciente aparición en 1999 fue más complicado hallarlo. Las pocas librerías de ese entonces no lo tenían y ni la biblioteca de mi universidad lo había adquirido. Cada feria de libro, iba en su búsqueda. Así fueron varios años y más bien el único ensayo que tenían era uno que apareció posterior a La arqueología… que se llama Babilonia la grande. Un texto sobre la modernidad y la deuda externa. Dicha temática me pareció aburrida y decepcionante ante lo que yo recordaba de su libro anterior.

El tiempo y las lecturas de otros autores hicieron que poco a poco olvidara el interés primario por tener no solo este libro sino del que me refería unos párrafos arriba. Lo cierto es que luego de casi veinticuatro años los he adquirido. El de Barbusse en una edición publicada en Cuba en 1973 y el de Ugarteche en la edición que tenía grabada en mi mente y que aparecía impresa en el diario donde estaba la entrevista.

Ambos libros estando en mis manos han sido revisados. He paseado mi vista por sus páginas para recordar la inquietud por su búsqueda en mis años de adolescencia. Libros similares he leído, quizás hasta sean mejores que estos. No lo sé aún. Sin embargo, la fantasía por creer que en ellos estaban las respuestas para las preguntas de un espíritu juvenil se mantiene. Al hallar ambos entre un montón de libros viejos en una librería del centro de Lima, volví a tener la misma sensación de que encontraba un saber escondido y que quizás ya no me ayuden a descifrar el futuro, sino los ideales pasados y olvidados. Quién sabe si después de leerlos, despierten aquello que perdí por los embistes del pesimismo y la madurez.

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