Fernando Morote

Retrato del Papa Inocencio X (1650)-Diego Velázquez
El Papa viene por segunda vez. Su recorrido hacia los arenales de Villa El Salvador, donde celebrará una misa descomunal, lo trae muy cerca de mi casa. El pueblo le pide cosas que no están en sus manos sino en las de nosotros mismos: paz, unión, progreso. Quizás no llegue al extremo de saludarlo arrodillándome con los ojos cerrados frente al televisor, como mi tía Prudencia, pero lo escucharé de todos modos y rezaré una oración.
Me he sentido toda la noche como Pearl Harbour. Una endiablada escuadra de zancudos zumbando alrededor de mi oído transformó mi sueño en una aventura abominable. Dormir con los pies en alto sobre una montaña de almohadas, para ayudar a mis dedos a respirar un poco de aire fresco y evitar que sigan llorando sangre, es un truco sencillo que impide me los arranque de cuajo.
Por la mañana no me queda más remedio que jalar mi batea de agua caliente a la sala y rociarla con abundante permanganato de potasio. Nunca antes había visto un remedio ser comprado en la ferretería. Más que una curación, es un castigo. Por lo menos los trabajadores de Sedapal están contribuyendo este verano terrible con la huelga indefinida que han declarado hace 3 días. No hay quien nos corte el agua.
—¿Por qué insistes en usar zapatos de gamuza con este calor insoportable?
—Son más cómodos que cualquiera.
—Pero tienes las medias pegadas a los pies. El sudor y la humedad son fatales.
—¿En serio?
—Te sacan una pécora criminal, además.
—¿Qué puedo hacer? En mi vida siempre se ha presentado la coincidencia de que, por donde transito, los caminos son accidentados.
—¿Eso explica que lleves siempre los zapatos sucios o rotos?
—Imagino que sí.
—¡Qué buenas perras te manejas!
—Me voy a lavar con afrecho.
—¿Estás arrecho?
—Abuela….
El veneno viene en pequeñas bolsas de papel color café. Es necesario hervir una tetera de agua y verterlo en un recipiente hondo. Remover y esperar que se extienda. Luego, introducir con cuidado los pies. Las heridas causadas por el escozor y la rascadera empiezan a quemarse. La piel de entre los dedos se desprende y queda en carne viva. Flotan burbujas de mugre y tóxico.
El Papa se despide abriendo los brazos en actitud paternal. Totus Tuus, populorum. Es cierto. Estos hongos malditos son todos míos. Ya nadie tiene motivos para achacarme que me apestan las patas. He ingresado a una nueva etapa en mi vida. No soporto que me vean en pantuflas dentro de la casa. Es como estar desnudo enfrente de mi madre.
Los obreros de Sedapal anuncian el levantamiento de su medida de fuerza. Probablemente el agua empiece a escasear de nuevo. Junto a la dosis de pastillas recetada por el dermatólogo, vienen las hojas de yantén para desinflamar, secar y cicatrizar las heridas. He adquirido la costumbre de secarme los pies con una toallita especial después de cada baño. Froto y refriego, vuelvo a frotar y refregar, sigo frotando y refregando. Repito el proceso meticulosa, obsesiva, encarnizadamente, por espacio de 20 a 30 a minutos. En forma preventiva, espolvoreo kilos de talco anti-sudoral dentro de mis nuevos zapatos de cuero.
Luego de un mes postrado en cama, vuelvo a la civilización. La luz regresa a mi vida. No se trata de un asunto filosófico. Es sólo una cuestión de electricidad esta vez.
—


