Funesta Fantasía inFeliz

Fernando Morote

Self-Portrait in front of red curtain (1923)-Max Beckmann




Nunca he tenido plena consciencia de lo que sucede alrededor. En mi vida ha habido siempre mucho de imaginario, bastante de incierto y harto de ignorado.

Los curiosos sufren sin excepción; son golpeados o despreciados, considerados latosos o imbéciles. Por eso he decidido vivir como un huésped dentro de mi propia casa. La familiaridad —lo mismo que la cortesía— me resulta incómodamente indiscreta. No soy un hombre al que van a recordar por su sociabilidad. El único contacto que tengo con la gente es el inevitable, aquél que me impone la obligación o la necesidad. El día que mis seres queridos logren entender esto, les aseguro que me adorarán. Quizás hasta me declaren huésped ilustre. Mientras tanto pueden detestarme.

Por otro lado, soy un tipo de bien pocas palabras. Propenso a la dispersión, además. Mi cerebro funciona exactamente al revés. Cuando todo está encendido y colmado de algarabía, me pongo melancólico y solitario, actúo taciturno y me mantengo callado. Cuando, en cambio, el ambiente se perfila apagado y mustio, me rebelo y uso la ironía, la sorna, el desenfado, el disparate y la irracionalidad para defenderme de la seriedad e imprimir luz a las cosas.

Muy temprano llegué a la conclusión de que lo más sensato en la vida es ignorar a la gente. Quienes deciden dejar comodidades y seguridad para ir en busca de respuestas y auténtica realización pueden sentirse orgullosos de su osadía. Pertenezco a esa estirpe.

A veces peleo con personas que ni siquiera se enteran. Más que irónico, me vuelvo mordaz. Pese a que he desarrollado un arte sin igual en eludir el encuentro, esquivar el saludo y evitar el diálogo, hay días en que me arrepiento incluso de haber salido a la calle. Experimento un desaliento incontenible.

Mi sentido gregario está completamente atrofiado. Cada vez que me hallo en medio de la multitud me sofoco, pierdo el equilibrio, siento que el desorden y el ruido me entierran. Tratar de integrarme ha sido una equivocación constante. No puedo ser libre si no estoy solo. Si los otros toman esto como un desplante, no puedo hacer nada por evitarlo. Prefiero ser leal conmigo mismo antes que complacer a los demás.

Mi mente es capaz de crear las fantasías más absurdas para escapar de la realidad. Es obvio que padezco severos trastornos de carácter. Soy el campeón de la postergación. Vivo prácticamente esperando que mi agenda se parta en dos. Mis conflictos interiores son más insidiosos debido a su silenciosa manifestación.

Para un mal momento no hay mejor remedio que el arte. Gente de mente estrecha ríe mucho. Gente de mente abierta disfruta sin hacer ruido. La luz no entra por los ojos sino por el espíritu. Hay que estar dispuesto a perder todo para ganar algo. Me gustan los cambios; aborrezco los procesos.

Aquél que necesite un anfitrión, jamás piense en mí. Cuando cumplo ese papel, salta y aflora en todo su esplendor mi tendencia antisocial. Denle a una persona como yo labores domésticas y apártense. Me divierto recién cuando los invitados se han ido.

Ignoro por qué enfoco siempre en mis derechos más que sobre mis deberes. Los tímidos sólo dejamos de serlo cuando desarrollamos la creatividad y aplicamos el talento natural en el elemento con el cual nos identificamos.

No soy un ser tan extraño, después de todo. Sonrío cuando escucho a las voces serias decir que a los 44 años debería ser yo un hombre maduro, sensato, razonable, responsable. Cuando tenía 25 decían lo mismo. Y cuando ni siquiera había cumplido 16, también. Cuando llegue a los 80 (si eso es posible) seguirán repitiéndolo. Y después de muerto lo recordarán aún. Y yo seguiré sonriendo…. Para ser sincero, gozo siendo irresponsable, poco razonable, insensato e inmaduro. Por la sencilla razón de que detesto, me aburre mortalmente, lo contrario. De cualquier modo, he elegido esta vida llena de privaciones porque es también una vida llena de distensiones, y esto último es lo más hermoso de todo.

¿Habrá para mí —¿encontraré algún día?— un espacio en este planeta donde pueda sentirme cómodo, ajeno a las miradas, alejado de la presencia de otros? No hay como llegar a casa de noche, poner la cabeza sobre la almohada, y hablar con Dios. Eso lo soluciona todo; eso lo calma todo.

Sólo los verdaderos hombres lloran.

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