“Cartas chilangas” de Juan Patricio Lombera

Samuel Serrano






En “El informe de Brodie”, uno de sus relatos fantásticos, Borges emplea la técnica del manuscrito encontrado para tejer la trama y al hacerlo aprovecha para señalar con ironía que la esmerada caligrafía del mismo, es un arte que las máquinas de escribir nos están enseñando a perder. De análoga manera Juan Patricio Lombera acude al género epistolar para darnos cuenta de una ciudad cargada de ecos y recuerdos donde pasó su infancia, una ciudad desmesurada y multiforme que lleva el mismo nombre de un país, de esa tierra mexicana íntimamente vivida y vuelta a visitar, con la mirada clara del que viene de lejos y el corazón cargado de nostalgia del que nunca ha dejado de quererla, de soñar con ella.

Tal como acontece en las Cartas Persas, obra que inevitablemente se nos viene a la memoria cuando pensamos en el género epistolar, el comentario de costumbres, los viajes, la crítica o el elogio de lo encontrado en el camino, forman parte de la reflexión contenida en estas cartas chilangas, pero a diferencia de lo que ocurre en la novela del Barón de Montesquieu, en la que los parajes evocados son en gran medida hojas secas de un herbario, producto únicamente de la lectura y la imaginación y forman parte de una mera excusa para criticar la sociedad francesa del siglo XVIII, el México abordado en la novela de Lombera es un paraje vigoroso, cargado de las voces de su gente, del fragor de sus calles, del colorido de sus parques y las historias humanas que lo pueblan, un México trazado con ocre y bermellón, en el que las historias y anécdotas que sazonan la trama, se encuentran dispuestas en caótica armonía, como las flores luminosas que se venden en ramilletes en sus esquinas o los tabancos de frutas que nos invitan a degustar su pulpa en los mercados.

Cartas Chilangas es por tanto una novela epistolar que a la manera de una matrioska rusa, contiene en su interior una gran diversidad de géneros: el relato de viajes, el análisis histórico, el informe sociológico, la historia de amor, la novela detectivesca etc. Se trata por tanto del relato forjado por un alquimista de la palabra que sabe fundir en pocas páginas sus experiencias de chilango, es decir, de habitante de la ciudad de México, con sus múltiples lecturas y aderezarlas con una ironía deliciosa, heredera entre otros de Jorge Ibarguengoitia y Sergio Pitol, dos de los escritores mexicanos que más han influido en su obra.

Como muchos otros remoquetes que han hecho curso en la historia, el adjetivo chilango que acompaña a estas cartas, es el término despectivo que emplean en México para referirse a los oriundos de la capital y al cual acude Juan Patricio para hacer del defecto virtud, pues si bien el autor de estas misivas es nativo de la capital, no posee la connotación negativa que se le atribuye a los chilangos. Es decir, la arrogancia, el engreimiento, la altivez, sino todo lo contrario, es un hombre solidario que se identifica con el pueblo, que siente su dolor y al mismo tiempo que trata de explicarse así mismo en sus cartas, busca también desentrañar el origen de los males que flagelan al país y aportar aclaraciones a los mismos.

Pero cuál es el tema cardinal de estas cartas chilangas que Lombera remite a un lector desconocido como si se tratara de botellas de náufrago, un lector del que lo único que sabemos es que se encuentra situado en la otra orilla del Atlántico, el tema no es ni más ni menos que el tiempo, su incesante polilla que va royéndolo todo y el serrín de esa limadura entremezclado con sus recuerdos es la argamasa que sirve de pegamento a los ladrillos de la trama. Una trama que contiene en su centro la historia de amor de un joven humilde, militante del Partido de la Revolución Democrática y una chica luminosa y desconcertante, pues a pesar de pertenecer a la clase alta y ser militante del PAN, partido que encarna el Statu Quo, es completamente desprejuiciada y liberal, con un punto de locura y otro de lucidez que la tornan fascinante.

El encuentro fortuito de esta pareja de jóvenes soñadores en lugares representativos de la ciudad de México y sus diálogos o discusiones sobre la política, la historia o el futuro de la nación, en medio de los cuales va surgiendo el amor, permiten reflexionar al protagonista, alter ego de Juan Patricio Lombera sobre las ilusiones y los desengaños sufridos por los mexicanos a lo largo de su historia y pasar al mismo tiempo revista de los hechos más destacados durante la segunda mitad del siglo XX: la rebelión estudiantil que desembocó en la masacre de Tlatelolco, los engaños y trapacerías del PRI para mantenerse en el poder, las ilusiones que suscitó en su momento la candidatura de Cuautemoc Cárdenas, el terremoto de 1985 que devastó buena parte de la ciudad e hizo tambalearse al régimen, etc. sin olvidarse por esto de exaltar y comentar los magníficos lugares de la ciudad: los murales de Diego Rivera y de Siqueiros en el palacio nacional, el bosque de Chapultepec que mantiene viva la belleza natural de lo que alguna vez fue “la región más transparente”, el museo del caracol donde podemos aprender la historia de México mientras descendemos por la espiral del tiempo, y muchos más.

En fin, Un legajo de cartas escritas con el alma, en la que nada escapa a la mirada aguda, reflexiva y cargada de ironía de ese gran observador y magnífico fabulador que es Juan Patricio Lombera, un libro que resulta fundamental para todo el que desee acercarse y conocer la belleza doliente y pertinaz de ese gran país llamado México.

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