Ítalo Costa Gómez

Casi todo lo que hago en la vida está ligado a la tecnología. Gran parte de mi trabajo se basa en asesorías con respecto al look de ciertas redes sociales de algunas figuras públicas – o eventos – y su manejo. Además de publicaciones que tienen que ver con el cine, teatro y televisión de la década de los noventas y ochentas. También, por supuesto, mis relatos diarios, mi columna y mis fotos. A eso súmale mis afectos y mis ganas de compartir. Mis buenos días a mi hermano.
Te di todo mi amor, me ha robado punto com y tú me ha roba roba robado la razón. Mándame un email que te abriré mi buzón y te abro un rinconcito en el archivo de mi corazón.
Queda claro, entonces. Desde que me levanto debo estar pendiente de mis portales virtuales para poder subsistir. Por supuesto que esto tiene un límite. A partir de las cinco de la tarde apago los datos del celular, guardo la laptop y todo lo que tenga que ver con electricidad electrónica. Me hago un moño bien alto y me largo a la calle o me pongo a leer o a beber, o ambas cosas.
[Bye bye, Facebook. See ya, Twitter. Hasta mañana, Outlook. Olvídate de mí, Hi5, Cero tucutín. No me contraten, Linkedin. Nunca tendré un perfil en Instagram. Me fui]
Una buena semana todo salió mal y la tecnología se la agarró conmigo, me sacó cachita y me volví más loco que Morticia Addams.
Cuenta la historia que estaba cerca a una Navidad, hace dos años. Dedicaba mi tiempo a escribir mis cartas electrónicas navideñas al «top ten» de mi corazón para desearles felices fiestas y a cada uno le había hecho un collage bien bonito. Al mismo tiempo preparaba mis vacaciones.
De pronto la laptop se loqueó. Entró en trompo y el mouse no se movía. Estaba inerte el bendito ratón. Dije, tranquilidad. Está un poco agotadita y solo necesita amor y una buena reiniciada (como yo). La apagué y la volví a prender.
La fatalidad. La pantalla no solo se quedó negra, además empezó a hacer un sonido de alarma de carro insoportablemente alto.
TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI
Mierda, esta huevada se está autodestruyendo en mi puta cara. Empecé a pedir auxilio a mis amigos de forma desesperada. Créanme cuando les digo que era ALTÍSIMO.
El sonido no paraba. Ni siquiera se apagaba y cada vez lo sentía más fuerte. Los vecinos deben haberme odiado. Era realmente fastidioso y todo mientras pensaba en mis textos, las fotos, mi chamba.
[Mierda. Mierda. Mierda]
La apagué, tras un consejo de Carlitos: apreta el botón de apagar y quédate ahí un muy buen rato. Después de media hora – si no es que más – la porquería se silenció.
Empecé a buscar la Tablet para ver si, de casualidad, había guardado ahí algo de lo que había estado trabajando. No estaba el cargador y la huevada no prendía. Pantalla azul y moría.
[Mierda. Mierda. Mierda]
Me fui a dormir, angustiado y meditabundo. A la mañana siguiente me fui a llevar la laptop al técnico y me gasté un huevo de plata.
[¡Mierda. Mierda. requete Mierda!]
Era una semana negra y sobreviví a ella sin poder interactuar con nadie y logrando, con maña, que no me despidan de mis chambas.
Al poco tiempo me regresaron la laptop arreglada, encontré el cargador de la Tablet y pude trabajar para no morir de hambruna.
Moraleja: Vive como un ermitaño en las montañas, respira paz, comunícate con tu yo interior, fuma pasto y aléjate de la puta tecnología si no quieres problemas en la vida.
Recuerden, todo pasa. Por más difícil que sea el momento, al final. Todo pasa.
TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI TI
Yo recuerdo los tiempos en que ni teléfono tenía, sólo el fijo, rojo. ¡Qué felicidad! La tecnología, que debiera hacernos la vida más fácil y calmada, ya ves, de los nervios te pone. Pero sólo lo hace para hacerse valer cuando regresa funcionando. Moraleja: tontos del culo nos volvemos con tanto cacharrito llenándonos la vida, vaciándonos el bolsillo y atontándonos la cabeza. Yo, ahí lo dejo, como decía el cabronazo de Millán-Astray allá por el 36 del pasado siglo. Y cada cuál qud lo tome o lo deje. Abrazote, chaval.