Ítalo Costa Gómez

A mí me gusta interactuar con la gente. Por mi trabajo lo he tenido que hacer toda la vida. Tanto física como virtualmente. Confieso que con los años me provoca cada vez menos.
Te encuentras de todo en esta viña del Señor, gente apática, personas muy dulces, ignorantes, intolerantes, personas cerradas, almas que sanan de lo buenas que son. De todo como en botica y yo siempre he tenido suerte. Me he unido a gente buena. Me he apoyado en un buen árbol.
Hay otro grupo de personas que son increíblemente dañinas y hablo de que lo son en todo aspecto. Contaminan el ambiente, te hacen mal a la salud, te bajan el ánimo, te dan dolor de cabeza y, sin que te des cuenta, les tienes tirria. Con solo verlas te sientes cargado. Esa gente es la que suele ser metiche, que le gusta meter sus narices en la vida ajena, que les gusta hablar mal de la gente, que empiezan a expandir chismes malsanos de todo mundo (y seguramente de ti mismo cuando le das la espalda). He conocido a varias de esas personas.
Siempre he priorizado mi salud mental y la tranquilidad de mi hogar ante cualquier cosa. Debe ser un poco yuca imaginarse que una persona con mis características que son más bien empalagosas o graciosas pueda ser muy severo para alejar a la gente mala de mi entorno. Pues lo soy. Los alejo y con firmeza.
No puedo «contarles la historia» porque no es una sola, pero sí puedo contarles lo que le dije a una de aquellas energías que enferman. Vivía muy cerca a mí y le gustaba meterse en los asuntos privados de otras personas. Parecía que no tenía vida propia. Te la cruzabas en cualquier esquina y te hablaba mal de Mengano, que si Sutano se peleó con Songo y le dio a Borondongo, si Martinita tiene problemas con el casino, que si….(la idea es esa). Un día me paré frente a ella y le dije:
-Le pido por favor que me ignore. No se dirija a mí cuando me vea. Usted es como un fantasma para mí, no existe. Por tanto, le suplico que tenga la amabilidad de no hablarme nunca más y no acercarse a mi madre o a mi casa jamás. ¿Ok?
Me quedó mirando atónita y continuó su camino sin decir palabra. A partir de ese día las poquísimas veces que nos cruzamos ni nos miramos. Nos ignoramos mutuamente. Eso trajo paz a mis días. No saben lo maravilloso que se sintió que su presencia abandonara mi círculo. Me dio oxígeno y a mi mamá también. Se limpió el ambiente.
No hay una forma «bonita» de alejar a ese tipo de gente porque siempre se pegan como garrapatas. Hay que ser firmes porque nuestra tranquilidad lo vale. Lo haría mil veces más (lo he hecho un par, quizá tres). Mi paz está muy protegida.
No permitamos que gente dañina intoxique nuestro espacio. Identifiquemos a las personas que nos enferman de solo mirarlas y extírpalas de raíz de la vida. Les aseguro que el cuerpo y el espíritu lo agradecerán.