Benito Pérez Galdós

Madrid, julio 19 de 1888
I
Estamos ahora los españoles bajo la influencia de un signo trágico. Los grandes crímenes menudean. En vano se buscarían en la prensa acontecimientos políticos o literarios. Los periódicos llenan las columnas con relatos del crimen de la calle de Fuencarral, del crimen de Valencia, del crimen de Málaga, los reporters y noticieros, en vez de pasarse la vida en el salón de conferencias, visitan los juzgados a todas horas, acometen a los curiales atosigándoles a preguntas, y con los datos que adquieren, construyen luego la historia más o menos fantaseada y novelesca del espantoso drama. Últimamente la prensa ha hecho algo más que informar al público de los hechos conocidos, y ha tomado parte importantísima en la investigación de la verdad. De tal modo ha conmovido a la opinión pública en Madrid, y aún de toda España, el misterioso crimen de la calle de Fuencarral, que la prensa no ha podido concretarse a sus funciones de simple informadora de los sucesos; ha tomado una parte activa en la instrucción del proceso, ayudando a los jueces, arrojando toda la luz posible sobre el hecho nebuloso, recibiendo del público datos, antecedentes, noticias; procurando indagar la pista de los criminales; recibiendo todo lo que puede contribuir al esclarecimiento de la verdad oscura. Cierto que gran parte de los datos y advertencias suministrados por la prensa no son utilizables; pero en medio de la confusión de sus referencias hay algo que parece indicar una dirección determinada. Esta dirección, a manera de un rastro de sangre, persiste al través de las contradictorias indicaciones; este rastro señalado por la conciencia pública es la única orientación que persiste tras tantas vacilaciones, y en el caso concreto del crimen de la calle de Fuencarral, no es aventurado afirmar que los adelantos del proceso son debidos a la insistencia con que la opinión pública por conducto de la prensa ha señalado el camino de la verdad.
Imposible que mis lectores dejen de conocer el horrible crimen de que se trata, perpetrado el 1.º de julio, y que en los días que van transcurridos del presente mes ha adquirido tan triste celebridad. Seguramente la revelación del asesinato de la viuda de Varela, mejor dicho, del descubrimiento del cadáver en la madrugada del día 2, ha recorrido todos los periódicos del mundo. Dicha señora era rica, un poco extravagante, medrosa y avara, y vivía sola en compañía de una criada. Lo tremendo del caso es que desde los primeros momentos recayeron sospechas vehementes sobre el hijo de la víctima, José Vázquez Varela, a la sazón preso en la Cárcel Modelo por robo de una capa.
¿Qué motivaba estas sospechas, que casi han sido y son unánime juicio? Los antecedentes del hijo, quien hace dos años acometió a su madre infiriéndole graves heridas de arma blanca; la malísima reputación de que el mancebo goza; sus costumbres perversas, conocidas de todo Madrid; su holgazanería; sus relaciones con gente de muy mala conducta. El joven Varela tiene veintitrés años. Los vecinos de la casa que la víctima habitaba declaran que un día sí y otro también ocurrían grandes escándalos entre la madre y el hijo: este pidiéndola dinero brutalmente y aquella negándoselo con objeto de poner coto a sus vicios.
La viuda de Varela era suspicaz y desconfiaba de todo el mundo. Tenía, sin duda, presentimiento de su fin desastroso; escondía el dinero en lugares secretos, y a veces llevaba en el seno grandes sumas de billetes de banco. Temerosa de que la envenenaran, se confeccionaba su alimento. Al propio tiempo que deploraba las consecuencias de la malísima educación dada a su hijo, le quería entrañablemente, y hace dos años, cuando aquel desnaturalizado monstruo atropelló a la que le había dado el ser, la infeliz madre declaró ante el juez que se había ocasionado las heridas por un accidente fortuito, librando de este modo al criminal de la pena que merecía.
Las primeras actuaciones no produjeron más que confusión. La voz pública se inclinaba a declarar inocente al hijo de la víctima por hallarse cumpliendo condena en la Cárcel Modelo. La persona en quien se fija la atención es la criada, Higinia Balaguer, encontrada en la casa al descubrir el crimen.
Higinia Balaguer fue en los primeros días la figura saliente de este trágico cuadro, mujer impasible, afectando o sintiendo quizás una impavidez inconcebible. Luego se ha sabido que esta mujer había vivido en comunicación casi constante con criminales, que había tenido puesto de bebidas en las inmediaciones de la cárcel, y en el curso de sus declaraciones ha revelado ese conocimiento del Código Penal que es común entre personas íntimamente relacionadas con los que viven infringiéndolo.
Higinia Balaguer fue considerada desde el principio como la clave de la instrucción, y en ella se fijaron todas las miradas. Primeramente se declaró ignorante del suceso. Hubo de comprender que esta versión era insostenible, y luego se declaró autora única del crimen, describiéndolo como resultado de un arrebato de ira. Poco crédito se dio a esta declaración. Imposible que Higinia cometiese sola un crimen que revelaba, además de minuciosas precauciones, un esfuerzo varonil.
La tercera declaración de la criada puso la cuestión en nuevo terreno, dando al proceso dramático interés. Señaló como autor material del crimen al hijo de la víctima, presentándose a sí misma como simple auxiliar, movida del terror y algo también de la codicia, pues el asesino, al paso que la amenazaba con la muerte, le ofrecía asegurar su porvenir si le ayudaba a ocultar el crimen. La descripción que hace Higinia de los pormenores del asesinato es de tal naturaleza y revela un tan alto grado de perversión que la conciencia humana repugnaba el admitirlo. Parece que tanta maldad no cabe en lo posible. La serenidad y aplomo con que el asesino, después de quitar la vida a la infortunada doña Luciana, dispuso lo necesario para pegar fuego al cadáver con petróleo, a fin de borrar las huellas de su atroz delito, revelan el corazón más duro y empedernido, un monstruo sin ejemplo ni precedente, si conforme a la declaración de Higinia, el asesino es el hijo de la víctima, un joven de veintitrés años. Desde que esta manifestación se hizo pública, las opiniones se dividieron: muchos la aceptaban, fundándose en los antecedentes de José Varela: otros la ponían en duda, repugnando admitir la barbarie tan grande e inaudita, que parece rebasar los límites de la crueldad humana.
Y aquí entra la parte más dramática del misterioso crimen de la calle Fuencarral. Si el asesino es José Varela, ¿cómo salió de la cárcel, donde estaba cumpliendo condena? El director y empleados de la cárcel niegan en absoluto que Varela haya abandonado su prisión ni el día 1.º de julio ni en ninguno otro. ¿Cómo se concuerda esto con la declaración de la Balaguer? La confusión que de esto resulta es extraordinaria, y la opinión pública, vivamente excitada, continúa señalando a Varela como autor del crimen. Toda la prensa afirma que existen numerosas personas que han visto al joven en la calle en los últimos ocho días de junio. Hay quien dice haberle visto en algún café, en los toros y hasta en la butaca de un teatro. El Juzgado llama a declarar a gran número de personas. Declaran también los empleados de la cárcel y su director, el cual parecía ayudar al juez desde el primer día en el esclarecimiento del maldito crimen.
La gran sorpresa y sensación se produjo el día en que el juez detuvo e incomunicó al director de la cárcel señor Millán Astray. Fue esto consecuencia de una nueva declaración y ratificación de Higinia, quien aseguró haber sido sugerida por Millán Astray para dar a sus primeras declaraciones un determinado sentido. Al afirmar la criada que el director de la cárcel le había dicho que necesitaba salvar a Varela, al jurarlo delante del mismo señor Millán añadiendo varias particularidades de suma importancia, elevó a su mayor grado el interés del proceso: Millán Astray, al verse acusado, sufrió un ataque al corazón que puso en peligro su vida. Repuesto del accidente negó de la manera más rotunda las aseveraciones de Higinia. Y al propio tiempo continuaban en la prensa las manifestaciones anónimas de diversas personas que afirmaban haber visto a Varela en la calle en los días que precedieron al crimen.
Millán Astray, director interino de la cárcel, es joven: pertenece al cuerpo de empleados de establecimientos penales, en el cual ha demostrado inteligencia y buena voluntad. Recientemente prestó servicios de importancia en la averiguación de diferentes delitos. Es hombre simpático, instruido, ha sido periodista, y tiene en Madrid muchos amigos. Estos, aún admitiendo el quebrantamiento de clausura del joven Varela, no ven culpabilidad en Millán Astray. Pudo el asesino escaparse sin que de ello tuviera conocimiento el director del establecimiento. Siendo así, Millán no puede ser acusado más que de negligencia; pero las declaraciones de Higinia Balaguer van más allá, y presentan al director como encubridor del delito y amparador del asesino. La opinión, en verdad sea dicho, rechaza hasta ahora semejante idea. Si Higinia ha mentido con objeto de embrollar a la justicia, lanzándola a un laberinto de oscuridades, fuerza es reconocer en esta mujer un monstruo de astucia y marrullería, capaz de volver locos a todos los jueces que en el mundo existen.
La comprobación de este término del proceso se presenta laboriosa y difícil. Todas aquellas personas que en la prensa manifestaron anónimamente que habían visto en la calle a José Varela, al ir ante el Juzgado o lo niegan o declaran simplemente que creyeron haberlo visto. Los mozos y mozas de café también niegan. Únicamente un joven militar parece haber afirmado que vio al hijo de doña Luciana, ratificándose en ello delante del interfecto. Pero esto no podemos afirmarlo, porque el Juzgado, que no ve con buenos ojos la excesiva publicidad del sumario, ha puesto coto a la curiosidad periodista, negándose a suministrar noticia alguna. Todos los empleados de la cárcel niegan asimismo que Varela saliese. Cuando parecía que iba a resplandecer la verdad, esta se oscurece más y aumentan en el público las conjeturas, las versiones fantásticas y las interpretaciones absurdas.
Debo apuntar ciertos antecedentes de algún valor. Higinia Balaguer sirvió en la casa del señor Millán Astray, aunque no mucho tiempo, y parece que fue despedida por su conducta un tanto irregular. Vivía maritalmente con un lisiado, que la dejó viuda hace poco. Ignórase quién la llevó a la casa de la señora de Varela, aunque parece averiguado que entró a servir en ella con cédula falsa. Ignórase también cómo doña Luciana, tan suspicaz y medrosa, admitió en su casa a una mujer desconocida sin averiguar sus antecedentes. Alguien asegura, no sé con qué fundamento, que la desgraciada víctima conoció a la Balaguer en casa de Millán Astray, con cuya familia tenía amistad.
No habiéndose comprobado aún que Varela quebrantase la clausura penitenciaria, las diligencias del Juzgado se encaminan ahora, según parece, a esclarecer las relaciones de Higinia con otros individuos que figuran en el proceso, Evaristo Medero y Avelino Gallego, ambos detenidos e incomunicados. Estos son los amigos íntimos de José Varela, sus compañeros de francachelas, los que le ayudaban a gastar el dinero que, con amenazas, arrancaba a su madre aquel hijo desnaturalizado. Ambos son personas de malísimos antecedentes, familiarizados con las celdas de la cárcel, entregados a una vida licenciosa y criminal, y con mucha destreza para burlar a la policía y afrontar las vicisitudes de un proceso. También están presas dos o tres mujeres de mala vida, con quienes Varela y sus amigotes tenían trato frecuente.
***
Al llegar aquí, verifícase un cambio completo y brusco en la instrucción del sumario, a semejanza de una mutación escénica en los dramas de muchos lances escritos con el único fin de mantener siempre despierta la atención y curiosidad del público. El Juzgado, después de emplear todos los medios para poner en claro la salida de Varela de la cárcel, después de tomar declaración a cuantas personas sostuvieron haberle visto, no halla bastante fundamento para evidenciar la evasión, y dirige sus medios de prueba a otro terreno. El señor Millán Astray es puesto en libertad, lo que significa para la generalidad del público la inocencia de Varela, al menos en cuanto al hecho material del crimen. «Si el director de la cárcel es declarado irresponsable, dicen, resulta que la clausura del preso no ha sido quebrantada, y en este caso el joven Varela no puede ser el asesino, puesto que en el día y noche del 1.º de julio estaba en su celda. Cae, pues, por su base la relación de Higinia Balaguer».
No puede ocultarse que la opinión se ha excitado extraordinariamente al saber que Millán ha sido puesto en libertad. Y es que ha echado tales raíces en la conciencia pública la presunción vehemente de la culpabilidad del hijo, que es difícil tome nueva dirección del sentimiento popular. Algunos periódicos van más allá de lo que en este punto exigen la discreción y el respeto a la justicia, y suponen que el hijo de la víctima tiene altas protecciones y cuenta con la impunidad. Anuncian que el proceso será interminable y que nunca se sabrá la verdad. Siguen acusando a Varela y dando por cierta su salida de la cárcel, lo que ha motivado que muchos de sus redactores hayan sido llamados a declarar y algunos reducidos a la prisión. Lo peor de esto es la viciosa tendencia a mezclar la política con la justicia, achaque frecuente en la prensa, exigiendo responsabilidades a quien no las tiene.
En tanto el Juzgado dirige sus investigaciones a esclarecer las relaciones de Higinia Balaguer con uno de los procesados, Evaristo Medero, amigo íntimo de Varela. Bien examinada la tercera declaración de Higinia, o sea aquella en que acusó a Varela, se ve que hay en ella mucho de fantástica. Además, parece comprobado que el crimen no se cometió por la tarde, según la manifestación de la cómplice, sino de noche. En cuanto a las relaciones de la Balaguer con Medero, parece que eran amorosas y que llevan diez años de duración. Dícese que el Juzgado posee datos interesantísimos sobre este particular. Todas las miradas dirígense ahora a este grave punto, en el cual quizás aparezca la anhelada verdad. También parece que hay indicios de haberse efectuado un robo de consideración, el cual, lo mismo que el asesinato, revela la destreza de los criminales.
Últimamente, el juez instructor ha tomado las medidas convenientes para que el secreto del sumario no sea comunicado a los periódicos, a fin de evitar que se den al público versiones alteradas e incompletas, extraviando la opinión y entorpeciendo la acción de la justicia. Es evidente que la excesiva publicidad que a este proceso se ha dado ha producido cierta confusión, causa tal vez de la ineficacia de las investigaciones. La prensa busca, en primer lugar, emociones con que saciar la voracidad de sus lectores; procura dar a estos cada día noticias estupendas. En cuanto al auxilio que los periódicos y el público pueden prestar a la justicia, no hay duda que puede ser eficacísimo, siempre que las noticias sean ciertas, siempre que las personas que las suministran tengan el valor de sostenerlas ante el Juzgado. Esto de que la prensa dé cabida en sus columnas a insustanciales charlas de café, presentándolas con la autoridad de cosa juzgada, nos parece deplorable, mayormente cuando viene a resultar que los que en un círculo de amigos hicieron determinada afirmación, al ser llamados como testigos a ilustrar a la justicia, niegan cuanto dijeron.
Una de dos: o hablaron faltando a la verdad por fanfarronería y charlatanismo, o carecieron de valor cívico para sostener delante de un juez lo propalado privadamente.
Sea lo que quiera, aguardamos con impaciencia el desarrollo de este grave proceso en la nueva fase que ha tomado ahora. Hemos oído asegurar que el Juzgado tiene en su mano todos los hilos de la trama. Ojalá sea verdad, para que actos de tan espantosa depravación no queden impunes.
II
El sumario ha adelantado bastante desde que escribí la primera parte de esta crónica. Y por cierto que los juicios expresados en los últimos párrafos de ella exigen rectificaciones importantes. Dije que la justicia indagaba las relaciones de Higinia Balaguer con Evaristo Medero, creyendo encontrar en ellas la clave del delito. Públicamente se decía entonces que el autor del hecho material era uno de los amigos de Varela, en connivencia con la criada. Esta versión perdió terreno a los pocos días. Avelino Gallego es considerado inocente, y en cuanto a Medero, se cree que su participación en el crimen, si alguna tiene, es puramente moral. A punto de terminar las indagaciones sumariales, parece comprobado o casi comprobado que Higinia Balaguer es la única culpable en la perpetración material del asesinato, teniendo por cómplice, o más bien por encubridora, a Dolores Ávila, una de las mujeres presas. Lo que no ha podido encontrarse hasta hoy, al parecer, es el rastro del dinero robado, y la justicia no descansa hasta conseguirlo.
La declaración de Higinia acusando al hijo de la víctima se considera contraria a la verdad con el fin de despistar a la justicia, de embrollar el asunto y de ganar tiempo, aunque no es unánime la opinión en este particular, pues algunas personas continúan inculpando a Varela. Sobre la cuestión previa de si este salió o no salió de la cárcel, hay todavía algunas oscuridades, o al menos la opinión pública no está satisfecha ni menos convencida de que la reclusión fuera absoluta. Dícese que el Juzgado tiene prueba plena de que no salió el día del crimen; pero que no puede asegurar lo mismo respecto a los días que precedieron al 1º de julio.
Algunos periódicos publicaron la cuarta declaración de Higinia, acusando a Medero; pero esta declaración era puramente fantástica.
Higinia se ratifica en lo que expuso contra Varela, si bien resulta una gran confusión en sus dichos y aún contradicciones manifiestas. Esta mujer, dotada de gran serenidad, contesta con la sonrisa en los labios a las preguntas del juez, y cuando se ve comprometida por la ambigüedad de sus respuestas, se encierra en discreto silencio. Su cómplice, Dolores Ávila, es mujer de malos antecedentes. Está probado que ambas se vieron y platicaron largamente el día 1º de julio, no se sabe si antes o después del crimen. Pero se ignora en absoluto el paradero de las alhajas y dinero robado. La Ávila niega su participación en el crimen; pero no tiene la entereza de su compinche, y se espera que sus ulteriores declaraciones darán mucha luz.
El dictamen acusativo respecto al bulldog demuestra que a este se le administró un narcótico o anestésico. Ya está completamente restablecido el noble animal, y es objeto de la curiosidad de todo Madrid. Persona hay que ha querido comprarlo, ofreciendo por él enorme cantidad. El juez ha encargado de su custodia a una tal Lola la Billetera, amiga de Varela, y hasta lo pasea por Madrid en medio de la estupefacción general. Varela continúa preso, aunque no incomunicado; dícese que confía en ser absuelto libremente, y hasta ha amenazado, según parece, con desafiar a los periodistas que han puesto en duda su inocencia. Se ha hecho notar como un dato moral elocuente que nadie va a visitarle durante su clausura, que al permitírsele la comunicación personal, persona alguna, con excepción de Lola la Billetera, se ha acercado a los locutorios con el fin humanitario de interrogarle por su salud, demostrarle amistad o interés. Es un ser que, después del trágico fin de su infeliz madre, ha quedado absolutamente aislado en la sociedad. Sus amigos le abandonan, mejor dicho, nadie quiere ser su amigo. Esto ha de influir necesariamente en su ánimo, haciéndole ver la tristísima situación a que le han traído sus vicios, pues si se le ha señalado como parricida débelo a sus perversos antecedentes. La misma Higinia ha demostrado, al acusarle, un gran conocimiento de la sociedad y del corazón humano. De modo que si al fin el joven Varela logra probar su inocencia, es imposible que esta lección tremenda deje de influir en su conducta futura.
Los testimonios que diariamente se producen en pro y en contra de sus furtivas escapatorias de la cárcel son interesantísimos. Cierto que todas las personas que privadamente manifestaron haberle visto no lo han sostenido delante del juez o por miedo o por falta de convicción. Pero las afirmaciones de los empleados de la cárcel sosteniendo la imposibilidad de la salida tienen poca fuerza moral, y alguien sostiene que las declaraciones de los carceleros son recusables en rigor de derecho. Dícese que un sastre, llamado Nieto, ha sido la única persona que ha declarado haber visto al reo en los toros un día del mes de junio, añadiendo el detalle importante de haber reconocido la ropa, procedente de su establecimiento. Si esto es cierto, no hay duda que tal manifestación ha de pesar mucho en el proceso.
***
Continúa la prensa consagrada casi exclusivamente a esclarecer las oscuridades de este espantoso crimen. Pero hay que reconocer que los periódicos que con más calor han tomado este asunto, lejos de dar luz con sus reiteradas denuncias, lo que hacen es prolongar el sumario más de la cuenta y aumentar las tinieblas que envuelven los móviles del hecho.
El auxilio de la prensa será eficacísimo si se contrae a allegar datos y elementos varios para el descubrimiento de la verdad. Pero me parece deplorable la campaña de algunos periódicos que han hecho una reconstitución arbitraria del crimen y a ella se atienen, no admitiendo nada desfavorable a su tesis, y acogiendo con demasiado calor cuantos rumores y denuncias anónimas pueden dar aparente fuerza al criterio que se han impuesto.
Para estos diarios, el asesino es Varela, y no hay quien les convenza de lo contrario. Persiguen con verdadera saña todos los indicios que perjudican al hijo de la infortunada viuda, y anotan prolijamente todos los vergonzosos antecedentes de su vida escandalosa. Otros periódicos, más sensatos, sin prejuzgar nada y fiando en que el juez ha de presentar los hechos completamente esclarecidos, no tratan de ennegrecer la poco simpática figura del hijo de doña Luciana Borcino. Entre unos y otros órganos de la prensa se cruzan frases bastante duras acusando estos a aquellos de que quieren disputar al verdugo su odioso papel.
¿Quién se equivoca? No lo sabemos.
El error en estas materias no es tan grave cuando se exculpa al criminal como cuando se condena al inocente. Repugnante y horrible sería la figura de José Varela criminal, impune y libre de toda pena: la sociedad que tal consintiera sería una sociedad desquiciada. Pero imagínense a Varela inocente y condenado a muerte por una de esas irresistibles sugestiones de la opinión caldeada por la prensa. Esto sería mucho peor que la impunidad.
Lo que resulta de todo esto es que conviene andar con mucho pulso en materias tan delicadas. La conciencia pública sufre lamentables extravíos, lo mismo que la conciencia privada. Sin confiar demasiado en la administración de justicia, que también suele padecer errores, debemos esperar que manifieste el resultado de sus trabajos; pero anticipar una sentencia cuando carecemos de datos para formularla, y solo tenemos presunciones vagas de los hechos comprobados por el sumario, es peligroso sistema que podría traer deplorables consecuencias. El juez que entiende en esta causa y que se consagra a ella con actividad febril es persona de cuya rectitud no podemos dudar. Dícese ha reconstituido el crimen y que sus conclusiones esclarecen este asunto tenebroso. Ya habría dado por concluido el sumario, si las diarias denuncias de algunos periódicos no exigieran el llamamiento de nuevos testigos y la adición de nuevas piezas al ya voluminoso proceso. De una manera o de otra, pronto hemos de ver terminada la instrucción, y cuando la causa pase al juicio oral, la verdad resplandecerá limpia de toda duda. Por cierto que este juicio oral será de tal modo interesante y dramático, que por penetrar en la sala de audiencia darían algunos cantidades fabulosas si se pagasen los asientos.
A medida que escribo, van cundiendo noticias que modifican opiniones expresadas poco ha. En los primeros días se creyó que Varela salía de la cárcel; después perdió terreno esta idea, en virtud del resultado de las indagaciones. Pero últimamente, y mientras escribo la presente, prevalece de nuevo la idea de las evasiones del hijo de doña Luciana. Si no está probado plenamente, hay indicios vehementísimos de ello. Estos indicios se refieren a los días 20 o 22 de junio. Independientemente del crimen del 1.º de julio y de la participación que Varela pudiera tener en él, moral o materialmente, el hecho de sus escapadas de la cárcel es gravísimo, y aun cuando se considere que solo sufría prisión correccional, están muy comprometidos los funcionarios encargados de la custodia de aquel vasto edificio.
Ya vuelve a decirse que al señor Millán Astray se le formará expediente y que será suspendido en las funciones que desempeña en el cuerpo penitenciario.
Y para agravar su situación, aparecen en la prensa de Madrid y provincias comunicados denunciando abusos cometidos en el penal de Zaragoza cuando el señor Millán Astray lo dirigía. Cierto que hay que oír a ambas partes, antes de sentenciar en asuntos tan delicados. El aludido se defenderá y se defenderá bien. Pero de todo ello se desprende que nuestro régimen carcelario no es un modelo, que está lleno de vicios, y pidiendo a voz en grito una mano enérgica que lo reforme radicalmente.
En este punto se inicia la aparición de un nuevo personaje, que parece llamado a desempeñar papel importantísimo en este sangriento drama. Es un sujeto desconocido, un alguien, una X, que el juez y la opinión repetían sin tener noticias de él. Así como el astrónomo Le Verrier descubrió el planeta Neptuno sin verle, por el puro cálculo y estudiando las desviaciones de las órbitas de los demás planetas, así el juez que en esta causa entiende debió presentir la existencia de un factor importante, que no figuraba entre los primeramente detenidos. Lo que era simple presunción o sospecha, parece que va hoy en camino de la certeza. Existe una personalidad, un elemento nuevo. En el estudio del mecanismo, digámoslo así, del crimen, se advirtió que faltaba una fuerza, sin la cual el equilibrio lógico no podía sustentarse. Era preciso descubrir esa fuerza, y a esto se han dirigido con actividad los trabajos de la justicia.
Parece que al fin se ha comprobado la complicidad de este personaje hasta hoy anónimo, al menos para el público, pues si el juez conoce su nombre, lo recata cuidadosamente de la insaciable curiosidad de los periodistas. Dícese que pocos días antes del crimen, doña Luciana retiró del banco una fuerte suma con objeto de emplearla en un negocio; que arrepentida después o no creyendo el negocio seguro, guardó dicha suma en billetes. ¿Es esta la cantidad que llevaba en el seno? ¿Es este el grueso paquete de billetes de banco que, según Higinia, le fue arrebatado a la víctima por el asesino? ¿Qué negocio era ese en que doña Luciana pensó tener participación? ¿Quién lo dirigía? Háblase de la detención de alguna persona que tuvo conocimiento del caudal extraído del banco por la víctima y guardado después imprudentemente durante muchos días. Cierto que no pueden recaer sospechas sobre individuos respetables que tuvieron noticia de la imprevisión de doña Luciana y le aconsejaron devolviera la cantidad a las cajas del banco. Las indagaciones se dirigen contra algún sujeto que parece la instó reiteradamente para que le hiciera depositario de aquella suma sin conseguir su asentimiento. Las últimas noticias son que el Juzgado ha descubierto el rastro de esta persona, no sé si en Madrid o en provincias. Hay quien asegura que está ya detenida. Pero su nombre se ignora. Difícil me parece que sabiéndolo el Juzgado lo desconozca la prensa, pues la diligencia de los periodistas para cazar noticias es febril. Algunos han dado a conocer cualidades tan relevantes de astucia policial, que si la justicia las utilizara en averiguación de los hechos oscuros, obtendría mejor resultado que con los actuales delegados.
En cuanto se indica que tal o cual persona va a ser interrogada por el juez, los periodistas buscan su domicilio, lo encuentran, se encaran con la persona, la acosan a preguntas y no vuelven a la redacción sin un caudal más o menos auténtico de noticias. Al propio tiempo, estos mismos reporters espían los pasos del juez, le siguen en coche al través de las calles, atisban las casas donde entra, con quién habla, el restaurant donde come, y examinan, en fin, la cara que tiene, deduciendo de su expresión regocijada o meditabunda el estado de su ánimo, y por este juzgando de la buena o mala marcha del sumario.
En resumen, la última apreciación con visos de exactitud que puede darse hoy por hoy es que son autores materiales del crimen Higinia Balaguer y Dolores Ávila, e instigador y encubridor el personaje anónimo de quien hablo más arriba. En el día presente la culpabilidad de Varela es admitida por muy pocas personas, aunque parte de la prensa continúa cultivando, digámoslo así, esta versión.
Pero si la idea de su culpabilidad ha perdido terreno, en cambio lo gana la del quebrantamiento de reclusión. Que Varela salía de la cárcel parece cosa averiguada; mas la circunstancia de haberse mostrado en cafés, tabernas y aun en la plaza de toros de una manera descarada, hace suponer que no tuvo participación en el crimen, al menos material. Pero el argumento principal con que exculpan a Varela los que no creen en el tremendo parricidio es el siguiente: toda la fortuna de doña Luciana era de su hijo, el cual, antes de dos años, cuando entrase en la mayor edad, había de entrar en posesión de ella. No se comprende que por adelantar algún tiempo la posesión del pingüe caudal, se cometa un crimen tan espantoso, con premeditación y otras circunstancias horribles, exponiéndose a perderlo todo, incluso la vida.
Pero es lo cierto que a medida que se allegan nuevos datos, parece que aumentan las oscuridades que envuelven esta famosa causa. Las investigaciones más recientes permiten asegurar que está casi plenamente probado el quebrantamiento de condena. Cada día aparecen nuevos testimonios de este delito que compromete, no solo al que era director interino de la cárcel, sino a una gran parte de sus empleados. Que Varela figuró en una bronca a mediados de mayo en la pradera de San Isidro es cosa que ya no puede dudarse, en vista de las declaraciones que lo atestiguan. Han depuesto en este sentido diferentes personas. También se le vio en los toros en la segunda quincena de junio. De lo que no hay pruebas es de que saliera el 1º de julio. Pero tenga o no responsabilidad en el asesinato de doña Luciana, el solo hecho de romper su clausura es tan grave como el crimen mismo, más grave quizás, porque implica una perturbación social de grandísima trascendencia, si no se pone mano en ella. Si el Estado que se encarga de custodiar a los criminales no alcanza a dar a la sociedad esta garantía, todo el organismo de la justicia penal cae por su base. Háblase ya otra vez de que el señor Millán Astray será preso nuevamente y que varios empleados de la cárcel serán sometidos a un proceso.
Al propio tiempo dícese que en la cárcel de mujeres, edificio destartalado, sin condiciones de seguridad, la incomunicación de las presas no es absoluta. Sospéchase que Higinia Balaguer recibe desde fuera de la prisión noticias del estado del proceso, y que a ellas obedece la estudiada confusión de sus últimas declaraciones. Dícese también que la persona que se busca, ese factor aun anónimo, esa fuerza comprobada, pero cuya personalidad es aún desconocida, es el último amante de Higinia, y pierde terreno la idea de que fuera hombre de negocios, consejero de doña Luciana en el empleo que esta debía de dar a su dinero. El tal personaje es el depositario de la cantidad robada. ¿Pero en dónde está? Tan pronto se dice que ha sido preso en Vigo o en La Coruña, como se le da por residente en Madrid. Alguien, no obstante, duda de la existencia de tal personaje. El secreto que guardan los encargados de la sumaria es causa de que se forjen novelas dignas de la fantasía de Ponson du Terrail o de Montépin.
Pingback: TRAMPLED UNDER FOOT. Catálogo de autores y obras: Literatura europea (A-G) | Periódico Irreverentes·