CARRERO BLANCO (esperando estar a su altura). La estirpe de un Dictador

Miguel Rubio Artiaga






Durante unos momentos,
fue como un cometa
surcando el cielo.
Bien rezado, mejor comulgado,
se convirtió en ese Ángel
que en las noches
siempre había soñado.
Hay testigos que aseguran
que, en mitad y después
del mágico salto,
se escuchó como de fondo
un hermoso recital
de Cantos Gregorianos.
Pocos mártires llegarán
a ese Cielo tan nombrado
como llegó Carrero ese día,
doblemente santificado.
Una hostia en la misa
y otra bien grande
en el atentado.
Por llevar, llevaba puesto
hasta el uniforme de almirante,
con el que toman la primera comunión
todos los buenos cristianos.
Era un monje militar
como fueron los Templarios,
sólo la falta de sarracenos
le obligó a matar
lo que tenía más a mano
y en su santa Misión
eligió matar republicanos.
Fue una larga y Santa Cruzada
contra la Libertad
y su corte de rojos diablos,
llena de judeomasones
comunistas y demonios varios.
A todos tuvo que salvar
de su destino pagano
y nada mejor para ello
que ponerlos frente a un muro
y, por su bien, fusilarlos.
Pero lo que es bien cierto
es que jamás hubo un Santo
que estuviera
tan cerca del Cielo
como estuvo Carrero Blanco.

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