Juan Patricio Lombera

Carta XIV
México D.F. A 26 de septiembre de 2019
Estimado amigo:
Hoy he recibido la llamada de mi amigo Juan Rulfo, comentándome que desafortunadamente no iba a poder ser recibido por el secretario esta mañana como estaba previsto. Por lo que me dejó entrever, los excesos en los festejos serían la causa de dicha postergación para dentro de 15 días. En cualquier caso, eso me da pie para comentarte sobre los cambios administrativos que ha sufrido la ciudad de México en los últimos 30 años. En primer lugar, como ya sabes, antes la ciudad de México no tenía el estatus de Estado ni de municipio. Se trató, en su día, de una cacicada de Álvaro Obregón que suprimió las libertades municipales de la ciudad e hizo que ésta pasase a depender del presidente quien, a su vez, designaba a un regente para dirigir los designios de la ciudad más importante de México cuya población supera a la de muchas naciones. Es cierto, todos los poderes se aglutinan en la ciudad de México, pero los capitalinos éramos los únicos mexicanos que no teníamos derecho a votar a nuestros dirigentes. Sé que me dirás que el resto de mexicanos tampoco votaban a sus dirigentes, ya que sólo podía ganar el PRI, pero por lo menos iban a las urnas. Hasta los años setenta, esta situación de designación de un gobernador por el presidente se repetía también en Baja California Sur y Quintana Roo. Esto era debido a que en estos territorios no había suficiente población, por lo que en lugar de ser Estados eran territorios federales. El hecho de que el presidente designase a los regentes de la ciudad de México, conllevó el mandato de gente ajena a la capital, principalmente norteños, que no tenían ni idea de lo que era el DF. Casos tan patéticos como el de Corona del Rosal, ferviente animador de la matanza del 68, aún son recordados. Sin embargo, el peor de ellos hasta donde me alcanza la memoria, fue Ramón Aguirre cuya incompetencia quedó marcada en el terremoto de 1985. Las autoridades locales y federales brillaron por su ausencia aquel 19 de septiembre, obligando a la población a organizarse por su cuenta. No es casualidad que en la elección presidencial de 1988, el frente democrático nacional de Cuauhtémoc Cárdenas arrasase en la capital.
Cualquier cambio a mejor siempre brilla más si el anterior gobierno fue tan nefasto. Esa fue la fortuna que tuvo Manuel Camacho Solís, uno de los pocos regentes nacido en la ciudad de México. Brilló tanto su gobierno que consiguió estar en todas las quinielas como posible sucesor de Salinas de Gortari quien, finalmente, eligió a Colosio, provocando así el berrinche del regente que se saltó la disciplina de partido y el protocolo, negándose a ir a felicitar al designado. Con él empezó el cambio de estructuras que desembocarían en la elección del alcalde de la Ciudad de México por vía popular y la elección de los jefes de las delegaciones que componen la Ciudad de México hoy alcaldías. Lo que sí es curioso es que, desde que la ciudad elige directamente a sus alcaldes siempre ha ganado la izquierda y en alguna ocasión con más del 60%. De hecho, recuerdo que en la elección de 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas finalmente fue electo jefe de la ciudad de México, mi padre me llamó y me dijo feliz que por fin había amanecido en un México democrático.
En estos 22 años ciertamente ha habido avances y retrocesos. La ciudad se ha modernizado con novedosas infraestructuras (segundo piso del periférico, carril bici), se ha convertido en una de las más tolerantes del país al menos en sus leyes, pero la violencia ha crecido notablemente y la contaminación ha seguido aumentando. En alguna ocasión, Carlos Fuentes dijo que de ese monstruo urbano saldría la solución para el país. Creo que pecó de optimista. En fin, mi querido amigo sé que estos temas te aburren por lo que he hecho lo más sucinta posible esta reseña. Prometo abordar otro tema en la próxima misiva.
(Continuará...)