Todo eso y el ejercicio de abrir puertas. Sobre el libro de Beatriz Fiotto

María Victoria Fabre








Cuerpo, casa, calle, son los momentos de un recorrido, hecho de breves pero nítidas estampas, marcadas por el clima de la década del 80, donde la dictadura, las instituciones: Iglesia, escuela y familia, pincelan las vivencias que aparecen fotografiadas desde la mirada de una niña que hoy toma la palabra en la voz de una mujer.

Si un niño es alguien por quien Otro debe responder será esta voz, la que a ello nos convoque. Con una narrativa encarnada Beatriz Fiotto logra desinvisibilizar distintas forma del desamparo. Abre la posibilidad de encontrar las trazas de lo traumático en nuestro pasado reciente, nos convoca a la vez a responsabilizarnos sobre los gestos que se esperan hoy en hombres o mujeres para la transformación de un orden desigual que aún aprendemos y reproducimos , tantas veces sin darnos cuenta, en los espacios de lo cotidiano.

Como en un análisis donde aquello que padecemos requiere ser leído remitiéndonos a la historia de los padres y los abuelos, sus contextos y determinaciones, las historias narradas van desde la infancia en el conurbano bonaerense hasta los trazos insinuados de la España franquista, la de la de la familia de origen, donde la inmigración trae la marca de la sociedad patriarcal como pasaporte de cultura a cultura.

Se trata de un ejercicio de depuración personal y deconstrucción de la familia con sus idealizaciones, desde una experiencia singular en la que esa totalidad de reales, difíciles de atravesar o tolerar, cobran nombre, se escriben para poder dejarse atrás.

No es necesario localizar lo traumático como una escena central o un acontecimiento radical. Se trata justamente de una totalidad, “todo eso” desde donde se estructuran formas de funcionar. Allí se entrecruzan las dinámicas de lo que ata y lo que libera, lo que daña y lo que cura, en donde quien narra busca, anhela aprender, catalizar diferencias, procura encontrar refugios, aliados, indicios para abrir preguntas, en un esfuerzo por comprender su mundo y su lugar, incluyendo desde temprano la percepción de lo injusto. Y donde es claro: las instituciones, la comunidad, los adultos fallan.

Así como en la narrativa de Beatriz, la niña busca indicios transformadores, luces para otros recorridos posibles, es nuestra sociedad la que también encuentra formas para denunciar la violencia, interpelar a las instituciones, construir nuevos lenguajes y prácticas, deconstruir modelos.

En la sociedad patriarcal, no hay perdón o reconciliación posibles, sin reconocimiento y toma de responsabilidades, sin apuesta y compromiso por transformar esa dismetría, sin ceder y compartir. Vivencias biográficas y sociales dan cuenta de esta necesidad.

Y debe decirse que esta invitación está hecha en una narrativa clara, precisa, recortando actores y posiciones con una claridad fotográfica, otras de las formas del decir que Beatriz Fiotto ha cultivado tan bien. Su trabajo en fotografía conmueve en la captura de retratos de intensa revelación psicológica, escenas de participación social donde se nutren los cambios y las transformaciones en el tiempo reciente. Tal vez desde ese aprendizaje es que el peso de su palabra en estas instantáneas, nos abre a un cúmulo de recuerdos, de reflexiones que van del pasado al presente, de lo singular a lo comunitario. En definitiva imágenes propias y compartidas.

Beatriz da testimonio de una forma de funcionar que destina lugares a hombres o mujeres, adultos o niños marcando privilegios y esperas, incluidos o excluidos. Una pedagogía cotidiana de los roles de género, una prescripción de la obediencia a lugares que el sentido común marca y lo ideológico ordena. Pero como en la vida siempre alguien sostiene, aún sin saberlo, son las palabras de una maestra, una familia vecina, el gesto renovado en una madre que pinta la casa, los que hacen que la esperanza circule. Un resquicio donde abrigar el deseo. Se trata también del gesto inaugural de la partida, de esa apertura como lo dice Beatriz “No sé cuándo aprendí a abrir la puerta, pero desde entonces hice mi camino.”

Si un niño es alguien por quien Otro ha de responder, crecer implica también hacernos cargo de nuestras preguntas y respuestas. Quienes tenemos responsabilidad sobre la infancia y deseamos transformar los vínculos en nuestra comunidad encontramos en el libro el recordatorio de lo que los niños anhelan. Nuestra mirada y escucha atenta. La capacidad de ponernos en su lugar. La obligación de responder como adultos.

“Todo eso” es también el recordatorio de lo que merecemos y reclamamos, un lugar menos cómplice y más libre de las viejas determinaciones, no solo para mujeres, también para hombre nuevos con lo que podamos gestar una forma de inclusión e igualdad compartida para las próximas generaciones.

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