Miguel Rubio Artiaga

Ayer, desperté
en una ciudad de colmenas
y conocí una abeja…
que hablaba en arameo
Ayer mantuve
en su cargo de camello
a una dromedaria
de pelo negro.
Ayer, no escribí un poema.
Me encerré cobarde
en mi propia caverna
y no encendí ni el fuego.
Abrí un libro
y cerré un libro.
Maté dos moscas
con la mano
como una culebra
acechante, muy lenta.
Ayer me dolió el dolor
y me alegró la alegría.
Una parte fui león
y la otra gacela.
No maté a nadie,
ni nadie me mató.
¡Es difícil que mueran
las malas hierbas!
Ayer fue ayer,
hoy y mañana.
Se vive día a día
no por las fechas marcadas.
Anoche la Luna me comió,
me violó consentida
sin decirme nada.
¡Ay Luna celosa,
hasta furiosa me pareces bella!
Ayer, corrí una vez más
que la muerte
en un maratón
de más de medio siglo
y me niego aún a ver la meta.
Ayer no llovieron postales
ni sonaron arpas mágicas.
No pisé charcos
ni fui a la escuela.
Leí lo último
que ha escrito mi hijo
y me perdí en el Chicago
oscuro de las novelas negras.
Ayer estuve escuchando
a Tom Waits
con los ojos cerrados
moviendo sólo
los pies y cabeza.
Me sentí saxo,
voz rasgada
perdida en el humo
y vieja trompeta.
¡Blues de frontera!
¡Ayer nunca acababa,
lo guardé en un bolsillo
por más que él quisiera!
