Pedro A. Curto
Antes de viajar a un lugar de manera física, se realiza un viaje mental, se dibuja un geografía de lo que nos esperamos y en ocasiones de lo que quisiéramos encontrar. En particular cuando el viaje es a un lugar que tiene algo de “especial”, como ocurría con los países del bloque socialista. Atravesar algo llamado “telón de acero” (cortina de hierro lo llama García Márquez) imponía un misterio, la indagación en lo que se presentaba como un lugar de tinieblas o luminoso, según fuesen las perspectivas. Existe una amplia y diversa literatura, crónicas y análisis sobre lo que estaba tras el muro, pero era difícil establecer un juicio, sino objetivo, al menos veraz. Los prejuicios y cargas ideológicas de uno u otro signo, establecían un país determinado sobre el suelo que se pisaba. Porque ante todo el viajero debe tener una mirada ávida, libre de prejuicios, capaz de ver más allá de lo que se muestra, virgen en cierta medida, pero con capacidad de analizar lo que se observa. En ese sentido avanza “Viajes por la Europa roja”, de Fernando Díaz-Plaja, una crónica entretenida de viajes por los países socialistas en los años ochenta. Anteriores son las historias de Gabriel García Márquez, “De viaje por Europa del Este”, que sin embargo se acaba de publicar. Son un total de once crónicas que fueron publicadas en la revista colombiana “Cromos”, y que ahora se editan de forma conjunta. Son el resultado de unos viajes realizados por la Alemania Oriental, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la Unión Soviética, en el año 1957, en pleno periodo de desestalinización, a la vez que aún sigue manteniéndose la omnipresencia militar rusa. Es un estilo de periodismo literario, donde narración y reportaje se fusionan de una forma muy parecida al que utiliza en el conocido “Relato de un náufrago” y más tarde en “Noticia de un secuestro”.
La mirada del joven Gabo es crítica pero desprejuiciada, da visiones del panorama general que va descubriendo, historias concretas y opiniones diversas de la gente que se encuentra, al mismo tiempo que proporciona algunos datos y análisis. “Yo estaba sorprendido de que el gran portón del mundo oriental estuviera guardado por adolescentes inhábiles y medio analfabetos”, comenta tras haber entrado en la RDA, sorprendido por la artificiosidad de las fronteras. Una RDA que observa como un país triste y apagado, así llama a Berlín una ciudad falsa, pero esta definición se extiende a este y oeste. “Para nosotros era incomprensible que el pueblo de Alemania oriental se hubiera tomado el poder, los medios de producción, el comercio, la banca, las comunicaciones y, sin embargo, fuera el pueblo más triste que yo haya visto jamás.” Una percepción, la distancia entre la utopía y la práctica, que pude percibir visitando alguno de esos países muchos años después, ya en su crepúsculo.
La visión es más positiva en Checoslovaquia, donde se ve deslumbrado por la maravillosa Praga. En Polonia descubre la convivencia entre catolicismo y comunismo, admira el interés por la lectura y la cultura de los polacos, en un país pobre que califica de la siguiente forma: “Dentro de sus ropas viejas y sus zapatos gastados los polacos conservan una dignidad que infunde respeto.”
En la Unión Soviética se encuentra con un país de tamaño imposible y con la figura de Stalin, cuyas estatuas están aún en pie y su momia reposa al lado de la de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja. Se tropieza con la burocracia y una población acrítica, difícil de entender según la mentalidad occidental. Un mundo kafkiano del que dice: “Los libros de Franz Kafka no se encuentran en la Unión Soviética. Se dice que es el apóstol de una metafísica perniciosa. Es posible, sin embargo, que hubiera sido el mejor biógrafo de Stalin.”
En Hungría muestra uno de los pasajes más difíciles, pues acaba de producirse la invasión soviética. La dificultad para comunicarse con una población temerosa, con un odio hacia los invasores, que aunque en menor medida, también se muestra en otros países: el rechazo a la presencia rusa. Una perspicacia que a la vista de lo que sucedería años después y aún hoy, vislumbra una acertada visión: que bajo los escaparates ideológicos se encontraban ante todo las cuestiones nacionales.
A lo largo de las crónicas va mostrando diversas paradojas, ciertos parecidos con cualquier sociedad occidental, una critica al poder en muchos casos consentida, un costumbrismo en el cual se cuela el Leviatán del estado, el peso de las identidades nacionales, unas descripciones de las antiguas clases burguesas (los expropiados), que recuerda a lo escrito por Ismail Kadaré en “El largo invierno”.
Con la perspectiva que da el tiempo, las crónicas del joven Gabo permiten ver las entretelas y miserias de unas sociedades, el ejercicio de un poder que práctica un discurso igualitario, al mismo tiempo que construye un mundo deshumanizado, que acertadamente define: “Yo creo que en el fondo de todo hay una perdida absoluta de sensibilidad humana. La preocupación por la masa no deja ver al individuo.”
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“De viaje por Europa del Este”, de Gabriel García Márquez