Leonardo Vinci
No hay tintura tan fuerte, sino aquello que se deja teñir. Si yo arrastro a tu amor a las profundidades de mi pobre vida, entre viejos rieles de tranvías y balcones desolados, entre párrafos resaltados en un libro perfumado de amarillo tiempo y la idea constante de lo que no existe, pues entonces el grafito terco que subraya el corazón, a manera de palabras cruzadas, en un diario encontrado por ahí, una y otra vez, entre mariposas de la noche y vinos oscuros, son la prueba de que tu obstinada piel, del color de las monedas que se encuentran en los frutos mágicos, se desnuda sin penumbras sobre la ambigua sombra de mi sensación adolorida. Así de complicado, ves, es que el túnel al que arribo con la intención de llevarte, caverna sin dimensiones ni tiempo, de espirales orbitando vacilantes, me hace describir un mundo inexistente, y por lo tanto exiguo, improbable y difícil de entender. Yo, que me declaro atrozmente débil pero de amor impertinente, tomo tu color.