La decrepitud y el Photoshop

Pedro A. Curto

Duras MargueriteEn la novela “El amante”, Marguerite Duras narra que un hombre se le presentó y le dijo: “La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que desde joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba menos que el de ahora, devastado.” Y sólo hace falta contemplar las fotografías en las que aparece la escritora francesa en su juventud y cuando tenía ya una cierta edad, para comprobar hasta donde llegó esa devastación producida por la alianza del paso del tiempo y el alcohol. Recientemente algunas actrices y modelos han protestado ante la manipulación de su imagen en publicaciones mediante Photoshop, eliminando arrugas e imperfecciones; quizás busquen ese seguidor que admire su inevitable decadencia.

 duras El alargamiento de la vida ha venido acompañado por el deseo que ese tiempo extra, que la ciencia nos va regalando, se acompañe por un parar, e incluso borrar, las huellas de ese paso del tiempo en nuestra piel. Es un deseo lógico, pero también fabricado. El cuerpo nunca nos ha pertenecido del todo, sólo somos soberanos limitados, pues se trata de una soberanía que el poder siempre ha tratado de teledirigir; es el Leviatán en zapatillas que apenas somos capaces de percibir. Disminuida la influencia de la religión, son otros los poderes que ocupan su espacio. En la época de la tecnocracia, la tecnología del cuerpo y su imagen se imponen seductoramente. Photoshop para falsear nuestra imagen, la cirugía estética, la cosmética, los productos farmacéuticos que prometen milagros, los gimnasios que construyen cuerpos imposibles y jóvenes, las dietas para llegar a centenarios… Toda una industria contra la decrepitud se ha levantado y crece para censurar lo inevitable: que el declive va marcando nuestra vida hasta la finitud. Es algo lógico esa rebelión que tenemos el animal humano (y que no tienen otros animales) desde que somos conscientes de la muerte. Otra cuestión es convertirlo en paranoia social, fabricar una belleza falsa, una juventud vacua, ignorar que la piel arrugada y el cuerpo en declive son también una forma de belleza, aunque no suela estar sobre la superficie.

Se trata quizás de una rebelión burguesa y acomodaticia, pues frente al “vive rápido, muere joven y harás un bonito cadáver”, apocalíptico y rebelde sin causa, se ha impuesto un materialismo supuestamente práctico que en el fondo pretende llenar el hueco sobre el cual se han levantado las religiones: la incertidumbre de vivir encerrados entre las paredes de un débil y finito pellejo.

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