Mi vida contigo

Teresa Galeote

LibroINo fue una decisión precipitada. Clara tenía los billetes comprados y el pasaporte estaba actualizado, incluso tenía reservado el alojamiento en Madrid; se lo recomendó una amiga española con la que mantenía correspondencia por internet. Llenó una maleta con lo imprescindible y tomó el dinero guardado para momentos de penuria. Una escueta nota sobre la mesilla de noche explicaba a Mario su decisión: Lo nuestro se acabó hace largo tiempo; no quiero echar flores a algo que está muerto. No trates de buscarme. Ya en el aeropuerto, esperó la llamada del vuelo a Madrid para tomarse dos pastillas de biodramina.

Nada más instalarse en Madrid, la principal ocupación de Clara fue buscar empleo. Repasaba con avidez las páginas de los periódicos que ofertaban trabajos y, una vez anotados los números telefónicos de algunos, llamó su atención un anuncio: “Necesito señora para todo; imprescindible sea educada y de buena presencia. Buena remuneración”. Se preguntó qué querría decir “para todo”. Aquellas palabras tintineaban en su cabeza. La página seguía allí; tentándola. Aunque se negaba a marcar aquel número, el anuncio ejercía sobre ella un morboso atractivo. Después de unas semanas de intentos fallidos, con un sentimiento ambivalente decidió marcar el número. Lo de buena presencia podía entenderlo, pero aquel “para todo”. Muy pronto saldría de dudas: “Hola…, llamo por lo del empleo… Por favor, dígame de qué se trata”. “Señora, si es usted moderadamente bella y está dispuesta a ser feliz, suyo es el empleo”, contestó una voz masculina. Clara quedó tan perpleja que no fue capaz de reaccionar hasta volver a escuchar la voz del hombre: “¿Sigue usted ahí?”, preguntó. “Sí, sigo aquí, pero…, no alcanzo a entender. Perdone, le rogaría mayor concreción”. “¿Qué quiere aclarar?”, dijo él. “Disculpe. Yo sólo busco un trabajo sencillo para salir adelante. No alcanzo a comprender sus pretensiones”, replicó Clara. “Concertemos una entrevista y no se preocupe del resto. Ponga usted la hora y el día”. “De acuerdo, le parece bien mañana, a las tres”. “Correcto. Anote. Calle Santa Teresa, 5.  2º izquierda”. Le aconsejo ir en metro y bajarse en la estación de Alonso Martínez. Clara no salía de su asombro; aquello era tan diferente del resto de las ofertas consultadas que… Pero nada perdía por ir. Por otro lado, el dinero, muy menguado, le permitiría aguantar un mes, como mucho.

A las tres en punto, Clara estuvo frente a la puerta y pulsó el timbre Un hombre cincuentón y bien parecido, abrió. “Fue puntual. Adelante”.

Clara se dejó conducir al salón. El hombre abrió la balconada y un magnífico escenario natural se dejó ver. Aún andaba desconcertada cuando el hombre expuso su criterio de la vida: “Usted es muy linda. No quiero ocultar que soy muy exigente; odio la monotonía y la mediocridad, considero la vida una obra de arte y es una indecencia dejar pasar el tiempo como si fuésemos eternos. No tengo problemas económicos, viajo con frecuencia y el salario lo fija usted”. Clara siguió con atención las explicaciones del hombre sin conseguir averiguar qué trabajo ofrecía. Las palabras resumían una forma de vida, pero no aclaraba el servicio solicitado. “¿Cuál es mi cometido en esta casa?”, preguntó. “Ya lo expresé; no soporto la monotonía y su trabajo debe estar a la altura de las circunstancias”. “¿Perdón… debo entender que busca una señora de compañía?”, preguntó Clara. “No, no es exactamente eso. Ponga usted el nombre. Perdón, no le dije el mío; me llamo Carlo”.

Clara quedó callada. El riesgo es un componente de la vida, pero aquella situación excedía lo imaginado por ella. El hombre respetó su silencio, pero al poco le pidió una respuesta: “Yo también debo decirle algunas cosas. Vengo de Argentina y busco un trabajo que me permita vivir dignamente. Nunca consideré la vida como una obra de arte, pero a partir de ahora lo tendré en cuenta. Dejé atrás un marido monótono, lleno de prejuicios y desconsiderado hacia mi persona; me contemplaba como un objeto de su propiedad. Creo estar predispuesta para aceptar su oferta, aunque sea por un tiempo”.

Clara quedó sorprendida de sí misma, pero las palabras ya estaban dichas y su decisión tomada. Cuando el hombre le recomendó su inmediato traslado a la casa, ella no pidió más explicaciones, lo aceptó, formaba parte del reto.

Gobernanta, secretaria; ejercía de ambas cosas. Una mujer llegaba todas la mañanas para realizar las tareas de la casa y se marchaba poco antes de comer. La vida de Clara cambio radicalmente. Aunque los días se despertasen de la misma forma, cada mañana era como abrir la puerta a lo inesperado. Nada importaba que hubiese hecho un guión previo, porque la vida de Carlo obligaba a cambiarlo. Al desconcierto siguió la expectación y a ésta la sorpresa. Clara una veces era la hermosa acompañante, otras la eficiente secretaria. Cierta noche, ya entrada la madrugada y cuando el silencio podía escucharse, Carlo entró en la habitación de Clara; ella parecía dormir y él se sentó en la cama. Al poco, Clara abrió los ojos y las miradas del hombre y de la mujer hablaron. Desde aquella noche, los encuentros se hicieron frecuentes.

El tiempo discurrió sin que Carlo rebelase a Clara el motivo de sus viajes. Ella se acostumbró a no saber qué asuntos movían aquel continuo trasiego. Durante las ausencias de Carlo, ella se acostumbró a ciertas tertulias; en ellas se hablaba de lo divino y de lo humano, de las certezas y de las dudas. Conoció a todo tipo de personas; extravagantes, imaginativas, incluso algunas que habían fabricado su imagen con mentiras. Entre todas ellas, Alejo del Pino, escritor añoso apreciado por la crítica madrileña le dedicó su último libro con unas misteriosas palabras. Clara se adentró en la lectura de, Mi vida contigo, convencida que en las páginas de la novela encontraría la clave de tan enigmática dedicatoria. No llevaba más de veinte páginas cuando quedó sorprendida por algunas similitudes del libro con su vida. Dicho asombro le hizo adentrarse en las siguientes páginas con avidez. La lectura de la novela fue llevando a Clara de sorpresa en sorpresa; en ella. Los sucesos que ocurrían en el relato hasta la página 183, parecían calcados de su vida. Después, los acontecimientos de la novela discurrían de forma sorprendente. Saber el paralelismo correspondía al futuro; solo quedaba vivir y, más tarde, comprobar. Dejó el libro de Alejo del Pino en lugar especial. Ya entrado el otoño, una noche Clara preguntó a Carlo: “¿Qué te sucedió en tu último viaje?”. “Tuve algunos problemas con la policía. Me confundieron con otro, eso fue todo”.

No le preguntó más, pero a la mañana siguiente abrió Mi vida contigo por el capítulo sexto y comprobó que Gustavo, el principal personaje masculino, tuvo un percance semejante al sucedido con Carlo. Pero lo que aconteció con el personaje de ficción no fue una confusión, sino una excusa bien argumentada, a través de un pasaporte, para esquivar a la policía. No le dio mayor importancia al suceso, pero a partir de aquel momento las preguntas a Carlo fueron más frecuentes. Finalmente, él confesó que era un ladrón de guante blanco. “No tienes que preocuparte por nada; todo está controlado. En mis robos nunca hay violencia, aunque éstos son de alto riesgo. Solo me interesan aquellos que me suponen un reto, los que ponen a prueba la inteligencia. Mis robos son verdaderas obras de arte. Dispongo de dinero suficiente para el resto de mi vida sin dar golpe alguno, pero ciertos robos ejercen sobre mí una extraña fascinación”. Clara no salía de su asombro; la explicación de Carlo la introdujo en un circuito inesperado.

Desde aquel momento, la complicidad entre ellos se reforzó. Clara le confesó su verdadera situación; la salida de Argentina sin el divorcio, no saber si el marido denunció su desaparición: “Si es así, la policía puede estar buscándome”, exclamó ella. Carlo la tranquilizó: “Eso puede arreglarse fácilmente”. Clara cambió su imagen y la tarjeta de residencia proporcionada por Carlo hizo el resto. Nueva situación que invitaba  a continuar leyendo Mi vida contigo. Clara penetró en el libro de Alejo del Pino. Curioso; desde la página 193 hasta la 213 ocurría un suceso similar. Siguió leyendo hasta encontrarse con unas líneas estremecedoras. Se sentó sobre la cama y dejó el libro sobre la mesilla; faltaban pocas páginas para el final, pero quería sacudirse la sensación producida por la lectura. Al día siguiente terminó de leer la novela. Como queriendo olvidar el contenido, la dejó en la parte más alta de la estantería.

Era inevitable; el encuentro con Alejo del Pino le hizo recordar el final de la novela. Conversaron sobre el tema y Alejo expresó su intención de proseguir las aventuras de los protagonistas en una trilogía. “Ya estoy preparando la segunda parte; en ella van a darse algunas sorpresas. Solo puedo decirte que el final de la primera parte no es concluyente». “¿Pero no pretenderás resucitar a los muertos?”, preguntó Clara. “Nada de eso. Pero ciertas muertes no son ciertas, solo son producto de la mala información, de confusiones, o de conveniencias”.

Clara, influenciada por el final de la novela, los últimos viajes de Carlo iban acompañados de sus lamentos. Él la consolaba con besos y palabras. Así fue durante un tiempo hasta que un mal día Carlo no regresó. Horrorizada, Clara llamó a Alejo del Pino: “Pendejo, tu ficción se convirtió en mi realidad. Tendré que preguntarte cómo seguirá mi vida de ahora en adelante”. No sabía realmente lo sucedido, pero la novela dejaba claro que el protagonista moría en un accidente de carretera. Clara rogó a Alejo que le adelantase algo de la segunda parte de su trilogía, pero él se negó: “No seas impaciente. Espera acontecimientos. Casi todo en la vida es apariencia; existen realidades encubiertas y para llegar hasta ellas hay que rasgar el velo presentado como realidad”. Fue cuando Clara comenzó a comprender el significado de la dedicatoria de la novela. “Querida Clara, la vida no se mide por las veces que respiramos, sino por los lugares y los acontecimientos que nos quitan la respiración. Con especial cariño, Alejo del Pino”.

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Esa mañana, Clara se despertó diferente; una extraña sensación la invadía. Repasó con curiosidad el dormitorio; algunos objetos le parecieron lejanos; sobre todo la foto del portarretratos que había sobre la mesita. Su extrañeza fue en aumento cuando en la cocina encontró a Mario. “¿Qué te pasa? Pareces espantada. ¿Viste un muerto?”, preguntó él.

Clara no contestó y desapareció de la cocina. Oyó el “Adiós de Mario y el sonido de la puerta al cerrarse. Tardó unos minutos en hacer el equipaje. Después escribió una nota: Lo nuestro se acabó hace largo tiempo y no quiero echar flores a algo que está muerto. No trates de buscarme. Y salió de la casa.

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