Estefanía Farias Martínez

«Noche en la ciudad» (Night and the city) fue dirigida por Jules Dassin en 1950 y pertenece a la etapa del director ya fuera de Hollywood (en 1949 había tenido que trasladarse a Francia tras ser incluido en la lista negra durante el Macarthismo). Fue su primera película inglesa y tiene dos versiones: la británica, con música de Benjamin Frankel, y la americana, con música de Franz Waxman y diferente edición. El guión de Jo Eisinger está basado en la novela del escritor británico Gerald Kersh, publicada en 1938.
La película comienza con unas imágenes rápidas de la ciudad de Londres de noche; una voz en off aparece por única vez para explicarnos que estamos en 1931 y que se trata de una noche cualquiera; una música de persecución y dos hombres corriendo, el perseguido se pierde por los callejones y ahí se acaba la incursión de Dassin por Londres desde el exterior, a partir de ese momento se adentra en las entrañas de la ciudad. Harry Fabian (Richard Widmark) entra en un portal, se adecenta y sube la escalera sonriendo. Se trata de un timador hábil pero ambicioso que quiere llegar a ser un hombre importante, aunque como dice uno de los personajes ¨es un artista sin arte¨.
Es la historia del corazón oscuro de Londres en los años 30, la época de la gran depresión. Un mundo estructurado, perfectamente organizado, con jerarquías establecidas, que el director nos presenta a través de personajes y localizaciones concretas, prestándoles mayor o menor atención en función del status: Googin, el falsificador (Gibb McLaughlin), Figler, el rey de los mendigos (James Hayter), Anne O´leary, la contrabandista (Maureen Delaney), los que están a pie de calle; Philip Nosseross (Francis L. Sullivan), el dueño del Silver Fox, un club nocturno, y su mujer, Helen (Googie Withers); el mundo del wrestling representado a través de los luchadores como ¨el estrangulador¨(Mike Mazurki), ejemplo de la lucha libre como espectáculo, combates ante un público enardecido y sediento de sangre, y Georgius (Stanislaus Zbyszko), el viejo luchador de otra escuela, el deportista, el profesional de la lucha greco-romana; el manager de «el estrangulador», Mickey Beer (Charles Farrell); y el capo que controla las peleas, Kristo (Herbert Lom), el hijo de Georgius. Un submundo en pleno centro de Londres en el que las noticias vuelan de boca en boca a través de los vendedores de periódicos, los taxistas, los empleados de cualquier oficio.
Y en ese universo perfectamente organizado Fabian, un hábil cazador de clientes para el Silver Fox, genera el caos, llevado por sus delirios de grandeza. Manipula a unos y a otros, se aprovecha de la inocencia de Georgius y se convierte en promotor de wrestling, ignorando las advertencias de los hombres de Kristo y utilizando la ascendencia del padre sobre el hijo para controlarlo. Se asocia con Nosseross tras obtener el dinero necesario de la mujer de este, Helen, haciéndola creer que usará el capital para ayudarla a independizarse y poder huir así de su marido. Nosseross, consciente del engaño, trama su venganza contra Fabian desde el instante que se crea la asociación. Y en esta red de trampas que tiende el protagonista cae él mismo, un trágico accidente por pura inconsciencia le lleva a la ruina. Muere a plena luz del día, de su ejecución se encarga el estrangulador, una mano que le atrapa y le rompe el cuello en un solo gesto, interrumpiendo su carrera desesperada hacia el puente del Támesis, ya rendido por la persecución sin tregua de Kristo que observa la escena encendiendo un cigarro con sus hombres alineados a lo largo del puente y él en primer plano. El cuerpo sin vida de Fabian es arrojado al río y el orden vuelve a ese mundo confuso.
La película se desarrolla en su mayor parte entre las sombras, sin embargo, la conclusión es escalofriante, como si el director nos hablara de un final en consecuencia a la historia, a los actos de cada uno de ellos: justicia divina o humana, dependiendo del criterio.
Si bien la escena final es el momento cumbre de la película no hay que perder de vista otras muchas imágenes como la lucha entre Gregorius y «el estrangulador», muy lograda probablemente gracias a la experiencia de Stanislaus Zbyszko, luchador profesional de origen polaco que fue dos veces campeón del mundo en la categoría de pesos pesados en los años 20; o la escena del retorno de Helen tras su frustrado intento de independencia, suplicando el perdón de Nosseross para acabar descubriendo que está muerto y en ese preciso instante la cámara enfoca a la vieja Molly, una vagabunda que merodeaba por el local continuamente, sentada en una esquina. La frase con que la recibe es parte de su castigo «Él no se mató, lo mataste tú», el terror en los ojos de Helen y la venganza póstuma de su marido, la vieja abre una caja y le muestra la última voluntad del difunto: Molly es su única heredera; o la transformación de Fabian en asesino durante la huida, ese rostro desencajado y esos ojos feroces cuando lanza por el hueco de la escalera a su perseguidor.
En cuanto a los actores, el peso de la historia recae sobre un magistral Richard Widmark, experto en personajes convulsos desde su debut en 1947 con «El beso de la muerte» de Henry Hathaway que le valió una nominación al oscar y un globo de oro como actor revelación, muy bien rodeado por secundarios de lujo como los británicos Francis L. Sullivan y Herbert Lom. El elenco cumple con su cometido con soltura, aunque Gene Tierney, la sufrida novia de Fabian, parecen haber sido elegida para atraer espectadores a las salas más que nada porque la relevancia de su papel en la trama es ínfima y sus apariciones en pantalla también. Ella había sido nominada al oscar en 1945 por «Que el cielo la juzgue» de John Stal y tenía sus espaldas una sólida carrera con títulos como «Laura» (1944) de Otto Preminger o «El fantasma y la Sr. Muir» (1947) de Joseph L. Mankievicz.
