La carta

Teresa Galeote

carta

Partiste al alba, cuando el sueño les tenía atrapados. No te atreviste a hablar con nuestra  hija, explicarle tus verdaderas intenciones; no querías recibir reproches, ni palabras que te hicieran desistir. Ella no comprendía que tu corazón se deshacía entre lamentos y entre deseos insatisfechos; esa tremenda impotencia, convertida en el pan de cada día.

Te acercaste al viejo roble y, una vez más, te apoyaste en él para confesarle lo que a nadie más dijiste. Y creíste oír a los niños; esas tenues palabras desprendidas en el duermevela pidiendo otro cuento. Desde la lejanía te volviste para mirar la casona que cobijó a tres generaciones. Enjugaste tus lágrimas con la manga de la camisa, seguiste caminando hasta que las fuerzas te abandonaron y te sentaste sobre un pequeño montículo que orillaba el camino. La noche llegó tranquila y abandonaste la vigilia. El sueño te enredó con imágenes placenteras, algunas añoradas, otras… casi olvidadas. La luz de la mañana acarició tus párpados mientras las imágenes se esfumaban. Y llevaste los dedos a tus labios para retener el calor de mis besos.  Te levantaste; seguiste andando hasta la arboleda donde nos juramos promesas. Allí nos arropaba la brisa del atardecer hasta que nuestros deseos pedían calma. Y Regresábamos al pueblo antes que las sombras nos envolviesen. Yo entraba en casa, con el pecho todavía alborotado, y bajaba la mirada mientras mi madre me interrogaba.

Ya junto al río, escuchaste su arrullo, te parecieron voces corales que te invitaban. El agua bajaba suave e insinuante, no pudiste resistir su llamada. Te dejaste acariciar por los primeros rayos del sol, sentiste como tu cuerpo pesaba cada vez más y te dejaste llevar.

Nuestra hija encontró la carta días después. Lloraba mientras leía, “…cuando encuentre a tu madre regresaremos los dos”, y guardó tu carta en uno de los cajones de la cómoda, junto a nuestra foto de bodas. No sé si con el tiempo dejó de odiarme. Soporté sus reproches cuando le confesé que me ahogaba en el pueblo, que quería conocer otras sensaciones. A ella también le rondaron deseos, pero supo ahogarlos. Estoy segura de que cuando los niños pregunten por el abuelo y pidan cuentos, ella les contará nuevas historias.

Ahora sé que no os llegó la noticia de mi muerte; fue un accidente de tráfico, cerca de Lisboa, a solo dos días de emprender mi viaje.

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