Furtivos

Félix Díaz

Solos en medio de la noche, Lut y su grupo caminaban por el centro de la calle.

La oscuridad era total en la ciudad. Y también el silencio.

No llegaba ni un solo ruido de los edificios ni de los numerosos vehículos parados junto a los bordillos.

El cielo, sin luna y despejado, mostraba infinidad de estrellas. Pero ningún miembro del grupo de Lut las miraba. Todos sus sentidos estaban puestos en andar por la oscura calle, sorteando los obstáculos.

De pronto, el fino olfato del jefe les señaló el objetivo.

—Ya estamos cerca— dijo Lut —¡Ahora quiero a todo el mundo en silencio!

Por fin todos ellos podían apreciar el fuerte olor de sus presas.

Cruzaron la puerta abierta del edificio con movimientos furtivos, guiados por el olor. Llegaron así a otra puerta. Ésta estaba cerrada.

Del otro lado llegaba un rumor, un pequeño ruido poco perceptible. Lut no sabía exactamente qué encontraría al otro lado, pero se lo imaginaba por otras incursiones parecidas.

Alzándose sobre sus patas traseras, Lut se apoyó en el pestillo de la puerta. Ésta se abrió.

Todos los perros entraron en tromba al interior del gallinero automatizado, donde las máquinas aún funcionaban alimentando a más de mil gallinas.

El pequeño ruido de los sistemas automáticos pronto se vio anulado por la algarabía de las pobres gallinas que cacareaban estruendosamente. Sabían que no tenían ni una sola posibilidad de salvarse de aquella jauría de perros hambrientos.

Los amos humanos nunca vendrían a salvarlas.

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