Camus: Cien años de rebeldía lúcida

Pedro A. Curto

Albert Camus

    Hay comienzos de textos que son decisivos, que irrumpen con fuerza, que proclaman intenciones en sus primeras palabras, que anuncian un discurso para luego desarrollarlo con intensidad. Albert Camus era un autor que solía utilizar frases cortas, sin aditamentos, un lenguaje un tanto seco, quizás buscando con ese estilo llegar el meollo de las cuestiones. Y lo hace con el inicio de tres de sus principales obras.

No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio.” proclama en El Mito de Sísifo, donde aborda el mundo de la repetición, de los días sucesivos e idénticos y el esfuerzo incesante del hombre moderno, consumiendo su vida en trabajos sórdidos y deshumanizados. Pero a pesar de ese paisaje gris, existe un escape: Cuando Sísifo experimenta la libertad durante un breve instante, cuando ha terminado de empujar el peñasco y aún no tiene que comenzar de nuevo. Pues Sísifo, a pesar de ser ciego, sabía que las vistas del paisaje estaban ahí y debía haberlo encontrado edificante. Así dibuja Camus al hombre moderno: Sísifos felices, rebeldes que no se dejan engañar fácilmente, nihilistas optimistas, inocentes hastiados, Sísifos esclavos con conciencia de serlo o creyéndose libres, supervivientes… en resumen, paradojas ambulantes.

  “Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé.” nos dice Mearsault, protagonista de la novela El extranjero, con un frialdad sorprendente. No le importa la muerte de su madre, no le importa matar a un árabe, no le importa que lo condenen. Es el hombre alejado de toda conciencia del otro, de pertenencia a comunidad alguna, lo cual lo lleva a tener siquiera conciencia de sí mismo. Creo que pocos libros como éste, me han dejado un regusto más amargo y gris. El pintor que mata, en El túnel de Sábato, tiene, aunque sean degradadas,  obsesiones y razones, éste ni siquiera, la extranjería, el extrañamiento frente a lo que le rodea, es total.

  “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no.” En dos frases, en apariencia simples, define lo que es uno de los motores de la historia: La rebeldía y la negación. Pero un no que es un sí alternativo. En el ensayo El hombre rebelde, Camus se adentra en la distancia que va de ese rebelde al revolucionario y todo lo que ello conlleva: la institucionalización de esa rebelión en unas formas que se negarán a sí mismas, que producirán incluso otros seres rebeldes contra ellos. Camus se adelanta a su tiempo y no creo que por ser una suerte de visionario, sino por una peculiar capacidad de análisis basada en el libre albedrío y desprovista de dogmas. Así es capaz de percibir lo que será el fracaso de las utopías del siglo XX.

 Tres comienzos que son definitorios en la obra de Camus, la vida y su insurgencia, el concepto más oscuro del hombre cuando es despojado de todos sus valores y arrancado de sus raíces, el impulso por la supervivencia, tan absurdo e inútil como necesario.

 Sartre, quien sería su amigo y de quien luego discreparía, definía así la escritura en Qué es la literatura: “Escribir es, pues, a la vez, rebelar el mundo y proponerlo como tarea de generosidad del lector. Es recurrir a la conciencia del prójimo para hacerse reconocer como esencial a la totalidad del ser; es querer vivir esta esencialidad por personas interpuestas.” Para Sartre el escritor es el portavoz de la condición humana, representa a la conciencia del ser humano y la eleva a su reflexión profunda, el ser que nombra al mundo. Y si hay un escritor que cumple ese papel es Albert Camus. En las imágenes icónicas que se muestran de él tiene ese aspecto de personaje de Humphrey Bogart, cigarrillo caído entre los labios y mirada descreída e incrédula, parece buscar al fondo, a lo que se ve más allá de las apariencias. Y eso no es fácil, porque las apariencias son las leyes y costumbres de nuestro tiempo. Le dieron el Nobel (segundo autor más joven después de Kipling) y conoció la gloria, pero también los dogmatismos, cainismos e intransigencias de su época, en particular de los que eran sus compañeros. Aún hoy, cien años después de su nacimiento, de que un coche le asesinase, estrellándose contra un platanero, a los cuarenta y siete años, a pesar del boato y las loas que se le rinden, seguimos huérfanos de miradas como las de Camus, de una lucidez tan amarga como necesaria, que tal como están las cosas, se antoja casi imposible. “Manteniendo la belleza, preparamos ese día de renacimiento en el que la civilización pondrá en el centro de su reflexión, lejos de los principios formales y de los valores degradados de la historia, esa virtud viva que cimenta la común dignidad del mundo y del hombre, y que tenemos que definir ahora frente a un mundo que la insulta.”

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