Omar Martínez
Hacía varios días el grupo científico recorría la superficie del planeta; uno de ellos, por fin, encontró posibles señales de vida. La tremenda alegría los llevó a deshacerse de sus escafandras, y esto fue fatal para todos. Sufrieron, aunque la muerte fue rápida.
Durante el tiempo que duró la incineración de los cadáveres y la nave, los presentes se preguntaban en silencio hasta cuándo, las personas que vivían en el tercer planeta del sistema de la galaxia vecina, insistirían en el contacto con otros mundos. Ellos habían decidido evitar la relación con representantes de una civilización cercana ya al cuarto milenio de desarrollo y con grandes peligros para su existencia; quizás fuera una decisión egoísta, pero aprobada por mayoría en el Consejo Planetario Unido de Agras.
Apenas fueron captadas las emanaciones magnéticas producidas por la nave de la primera expedición, los especialistas del Consejo recibieron la misión de calcular, lo más exactamente posible, el lugar donde se produciría el contacto con el planeta y eliminar allí todo indicio de vida, intentando, de esa forma, el regreso de los científicos cuando encontraran imposibles las condiciones para el desarrollo de la vida. Eliminaban, incluso, el oxígeno y ya sumaban cuarenta muertos.
— ¿Qué hacemos? ¿Los aceptamos?
Eran las constantes interrogantes en el Consejo Unido de Agras.
Unas luces intermitentes en todo el perímetro del salón anunciaron el acercamiento de la quinta expedición, luego hubo un silencio impresionante.
— Todos a sus asientos.
A medida que cada uno se dirigía a su lugar; en una inmensa pantalla se observaba el planeta vecino en los años en que el hombre aún cubría su cuerpo con pieles de animales; después, un rápido esbozo de las diferentes etapas de aquella civilización. La nave se encontraba cada vez más cerca de Agras. Los cosmonautas estaban muy contentos, habían dejado atrás miles y miles de megaparsec en el espacio sideral; pero la alegría fue efímera: habían llegado a un planeta muerto.
