Noë Lee
El año empieza mal. De nuevo, los Reyes Magos me dejaron carbón —por republicana—. En la lotería de Navidad, me jugué —y perdí— a un solo número todo lo que tenía ahorrado: 20 euros. Y el sentimiento de culpa —y los kilos de más— me invaden tras arrasar con las cajas de galletas de la suerte que mis primos lejanos, los Lee de Taiwán, me mandaron por las fiestas. Lo dicho: requetemal.
Sin embargo, mis penas son lo de menos. Nada que, como en años anteriores, no se solucione cambiando la leña por el carbón durante una temporada para avivar el fuego de la chimenea. O dejando a un lado los sorteos de botes millonarios a favor de los sudokus y las partidas de Apalabrados. O, cómo no, echando unas carreritas por la rambla del barrio al ritmo que el bueno de Springsteen me susurra al oído «Baby, we’re born to run».
Lo que sí lamento, y esto ya es un sinremedio, es la desaparición de la librería Catalònia de Barcelona (Ronda Sant Pere, 3).
Hace algo más de un mes pasé por delante, y de su fachada colgaba un sencillo cartel con tono de epitafio: «Tras haber superado una guerra civil, un incendio devastador y un conflicto inmobiliario, Catalonia cerrará definitivamente sus puertas». Me entristecí al leerlo y apreté los ojos para evitar las lágrimas. De repente empezaron a proyectarse en mi mente, como en un flashback, las imágenes de mi vida en aquel lugar. Yo, con mi padre, toqueteando cuentos de recortables y pegatinas. Yo, con mis amigas, comprando mi primer libro de Sherlock Holmes. Yo, adolescente y en manga corta, pagando el libro Cómo superar las Matemáticas de 2º de BUP. Yo, con una rosa en la mano, hojeando textos en Sant Jordi. Yo, en la presentación de Estic treballant per arruinar la meva vida, el primer libro de relatos de mi amigo David Ventura… Así, hasta que alguien me golpeó ligeramente al pasar por mi lado.
Y «cuando me desperté; el dinosaurio todavía estaba allí»
: aquel cartel de despedida seguía colgado en la fachada.
La librería Catalonia —inaugurada en 1924— cerró el pasado martes 8 de enero, ahogada por una crisis que ha reducido sus ventas en casi un 40% desde 2009.
Al año 2013, le pido solo un deseo para ser feliz: ¡larga vida al libro y a sus templos! Así que sean buenos y lean; si no quieren que, el año que viene, los Reyes Magos les traigan carbón.
