El castillo de coral

Juan Alberto Campoy



¿A quién no le ha roto nunca el corazón una niña de dieciséis años? En esos momentos te imaginas que nadie logrará el milagro de recomponerlo, que nadie podrá juntar los mil pedazos en que tu corazón se convirtió y hacer que vuelva a latir de nuevo con la misma intensidad de antes. Y sin embargo… sin embargo los milagros existen, tu corazón restaña sus heridas y empiezas a ilusionarte otra vez como si nada hubiera pasado. Eso es lo normal. Pero hay personas que nunca se sobreponen, personas que poseen un corazón frágil, un corazón que, una vez que se rompe, se rompe para siempre. Ese fue el caso de Edward Leedskalnin, cuya novia, Agnes, de dieciséis años, le dejó plantado el día anterior a la boda. No sabiendo muy bien qué hacer de su vida, no se le ocurrió otra cosa que coger sus pocas pertenencias y marcharse bien lejos de su Letonia natal. Tan lejos como a los Estados Unidos de América. 

El dios hindú Ixora, aburrido de tanta armonía celestial y de tanto tañido de sitar, decidió bajar al mundo, en donde cometió todo tipo de tropelías. Hasta que un día conoció a la preciosa Parvati, hija del rey de las montañas. Enamorarse de ella y sentar la cabeza fue todo uno. Sus hermanos Brahma y Visnú, dioses igual que él, al ver que aquel amancebamiento impuro se prolongaba más de la cuenta, se indignaron y quizá    por qué no decirlo empezaron a sentir cierta envidia de él. Así que los dos hermanos ten hermanos para esto— consiguieron separar a la fuerza a los amantes. En la refriega, Ixora le arrancó una de sus cabezas a Brahma. A pesar de que al poco tiempo Parvati murió de dolor y de que, a fin de cuentas, su hermano contaba con más cabezas, a pesar de todo, decía, al bueno de Ixora le entró un arrepentimiento tremendo y decidió expiar su pecado vagando por el mundo como un vulgar mendigo. En uno de sus destinos se hizo amigo de un gigante, quien le pidió que le concediera la potestad de destruir a cualquiera con el simple acto de ponerle la mano encima de la cabeza. Ixora accedió. Entonces el malvado gigante, que era un traidor de tomo y lomo, intentó aplicar la magia recién adquirida contra su propio benefactor. Suerte que en ese preciso instante hizo acto de presencia su hermano Visnú, quien, adoptando la forma de una bellísima y voluptuosa mujer, consiguió distraer la atención del gigante. Visnú puso como única condición para acceder a los deseos incontrolables que había despertado en el gigante que éste se lavara el cabello, que lo tenía hecho un asquito. El gigante se acercó al río que había por allí cerca y, cuando comenzó a lavarse el pelo, el sortilegio hizo efecto y murió en el acto. Ixora aprendió la lección y regresó con su hermano al paraíso, donde también le esperaba Brahma, a quien ya se le había pasado el calentón inicial tras perder una de sus muchas cabezas. 

La mala salud de Edward Leedskalnin le impulsó a moverse por Estados Unidos en busca de un ambiente propicio. Finalmente recaló en Florida, en la ciudad de Homestead, donde creyó encontrar el clima idóneo para recuperarse tanto física como moralmente. Sin embargo, lo único que hizo desde que llegó y durante los siguientes veinte años fue trabajar como una mula. Cómo pudo construir él sólo, un hombre pequeño y enjuto como era (pesaba unos 45 kilos y media poco más de metro y medio de altura), con la ayuda únicamente de las herramientas que él mismo confeccionaba, cómo pudo, decía, construir un majestuoso castillo con pesadísimas piedras de coral, de varias toneladas cada una, es algo que nadie ha logrado ni logrará explicarse nunca. Se elaboraron todo tipo de conjeturas a cual más extravagante, que en gran parte eran  fomentadas por él mismo. La mayoría de ellas atribuía la construcción del castillo a los poderes paranormales de su constructor, quien supuestamente estaría en posesión de la antigua sabiduría, de la sabiduría de los arquitectos egipcios y de los artífices de Stonehenge.  
La Ixora roja es también un arbusto tropical procedente de la India. Sus flores poseen un bellísimo color rojo y su aroma resulta agradable en extremo. Si bien la climatología de Florida es adecuada para su cultivo, esta planta requiere una atención constante,  debiendo ser regada de forma generosa y continuada. No soporta el frío.
El castillo de coral de Edward Leedskalnin tiene una doble faceta. Hay en el mismo, por una parte, un afán de grandiosidad, materializado en las representaciones de Marte, Saturno, la Luna, el Sistema Solar, un telescopio y un reloj de sol. Y, por otra parte, queda patente, aquí y allá, el intento de su constructor de crear un ambiente familiar. Ahí están, como testigos, el dormitorio cuna incluida, el salón y el área de juego infantil. Hasta el último día de su vida, Edward Leedskalnin esperó que Agnes volviera; pensaba que, nada más se enterara de la existencia del castillo que él había levantado en su honor, su amor volvería y le querría para siempre. El castillo era –es– una obra grandiosa, es cierto, pero aparte de algunos jardines y fuentes, predominan las enormes piedras de coral, que producen una indescriptible sensación de frío. Hay, sin embargo, algo enternecedor: la mesa de San Valentín, una mesa con forma de corazón en la cual Edward Leedskalnin cenaba todas las noches y en la cual todos los catorce de febrero (todos, sin fallar uno) realizaba una pequeña marca para indicar que otro año más su niña bonita seguía sin volver. En el centro de la mesa resalta una hermosa planta (una planta de verdad, ¡no de piedra!), la planta favorita de Agnes: la Ixora roja.   
              

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