por Sebastián de Cheshire
Cuando llega el turno durante el tránsito peatonal, a las mujeres desabrigadas, les cedo la parte de la acera donde descansa el calor de las pizzerías. ¿Perciben ustedes el entusiasmo de la hipérbole? La desproporción del conjunto busca destacar precisamente eso, la estancia, no consecuencionalista, en el gesto retrechero y en la amabilidad de grada de campo de fútbol, habida cuenta de que reproducen, como diría Kant en un atracón de ideal romántico, el valor de la acción en sí misma.
Biografías aparte, tenemos dos vías:
A) indudablemente, siempre hemos hecho lo que nos ha dado la gana con el arte en general. Fue en los noventa cuando comenzó el camelo de una literatura de quimeras trendy que aspirase a dirigir éstas, por eso no podíamos hablar de una organización que llevase aparejada una cultura que se pareciera, en modo alguno, a una revolución. La literatura en esa década organizó la fe y las devociones, y el envés del preciosismo constituyó el complejo de los valores literarios, pero no es esta la organización de la que yo quiero hablar, sino de
B) Cuentos premonitorios (trece relatos extraños), donde Cristof Polo blande una narrativa percherona y glacial, esto es, arrastra el gran peso de las tramas crípticas por las que deambula el pavoneo frío de sus personajes prescindiendo de ribetes cósmicos e inabordables, aportando tarascadas naturalistas a la nueva ola de ficción moderada: “Una mañana resolví que debía ahorcar a Renu y preparé un café. Descolgué un cordel del tendal del patio y con eso quise estrangularlo. Arrastré su cuerpo ya inmóvil por un descampado y me fui a trabajar”. Porque de lo que aquí se trata es de inflar la posibilidad del animismo, véase aquella bacía de barbero manchego transformada en yelmo de Mambrino, a través de Clembuteroles acogidos por la carne.
Cuentos premonitorios. Cristof Polo. Alfama. Málaga, 2009. 156 págs.
