Apuntes sobre una feria de libros

Fernando Morote






Podría decir, convencionalmente, que “valió la pena el esfuerzo”. Pero la verdad es que no fue una pena ni un esfuerzo. Es el tipo de dichos que repite la gente sin pensar, por eso prefiero mantenerme alejado de ellos.

No niego que levantarme a las cinco de la mañana y salir de casa para embarcarme en el circuito de transporte público (que incluyó tren, subterráneo, bus y taxi) resultó un trajín agotador, pero sin duda sirvió de acicate para aumentar la emoción. Me sentía como el chico que iba a su primera cita con una amante mayor que él.

Los organizadores hicieron una labor encomiable. Superando las limitaciones por la falta de apoyo oficial, tuvieron la habilidad y sensibilidad de crear un ambiente cálido y atractivo en el que convergieron escritores de diferentes países presentando trabajos en poesía, narrativa y ensayo. Pude estrechar la mano y abrazar a varios con quienes sólo había tenido hasta el momento comunicación en línea. Todos aprovechamos la oportunidad de ser entrevistados por difusores de cultura en redes sociales y establecer contactos para futuros proyectos.

En el transcurso de la jornada, algo extraño ocurría en mi interior. Me sorprendía no caer en aburrimiento ni en sarcasmo. Por el contrario, me acercaba a saludar y felicitar a cada autor tras su participación en el micrófono. Experimentaba un sentimiento de desprendimiento y solidaridad que no recordaba haber albergado antes.

De pronto lo identifiqué. En eventos pasados todavía esperaba alcanzar un grado de protagonismo y conseguir un beneficio económico. Aquí la situación no era nueva, pero en cierta manera yo sí. Mi propósito había adquirido una transformación silenciosa. No tenía expectativa de ninguna clase. Pretender convertirme en el foco de atención no figuraba en mis planes. El espíritu de competencia estuvo ausente; la comparación y los prejuicios tampoco asomaron la nariz.

Disfruté simplemente compartiendo mi propuesta con el auditorio y dándome el gusto de obsequiar algunos ejemplares a quienes se interesaron por ella. También fue divertido comprobar una vez más que, cuando me preguntan sobre qué escribo, sigo quedándome en blanco y no sé qué responder. Las respuestas brillantes, como siempre, llegan a mi cabeza muy tarde, cuando ya todos se han ido.

En el largo y bamboleante trayecto de regreso a casa, finalmente encontré el espacio para trasladar a mi libreta de notas algunas conclusiones personales:

Soy un escritor mundialmente desconocido. Es posible que no sea tan bueno (o, como dijo Cézanne a su padre incrédulo, quizás lo sea demasiado). Bromas aparte, la verdad es que no soy escritor de público vasto ni basto. Gracias a la misericordia de la Madre Naturaleza, nada de lo que escribo puede ser considerado “lindo”. No apunto a complacer, encajar o consentir. Escribo por el irrefutable llamado de la vocación, por la imperiosa búsqueda de autorrealización, por el puro placer de la diversión. El ingenuo sueño inicial de fama y fortuna se desvaneció al entrar en contacto desde el principio con la realidad. No me siento atraído por la industria y menos por la academia; ninguna de las dos me impresiona ni me desanima. Tampoco espero retribución ni pido recompensa. Evado lo lírico e idílico para ensayar lo lúdico y cínico. Correr por mi propio carril, con absoluta libertad creativa, es mi única condición no negociable. Acepto las consecuencias de romper las reglas. El propósito de ser escritor es contar historias, no vender libros. Si hay alguna parte de mi vida -una sola- donde no he perdido el espíritu romántico, es en el acto de escribir. El triunfo está en la acción, no en el resultado de ella.

En ese instante recordé la única ocasión que gané un concurso literario (el editor arregló el resultado para celebrar nuestra afinidad de gustos y de paso promocionar sus servicios con mi obra, que no era prima ni magna sino terrenal y recurrente) y entonces me reí de mí mismo. Es la mejor forma de no tomar este oficio tan en serio, aunque sea lo más serio que hago en la vida.

La experiencia de volver, después de muchos años, a una feria del libro fue una revelación, un reencuentro conmigo mismo y una confirmación en el cambio de mis motivaciones.

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