Las huellas del silencio

Hugo Dodero

Ragazza su un tappeto rosso (1912)-Felice Casorati





Yo la quiero mucho a la tía Marisa. Antes la veía más seguido, pero desde un tiempo después de mi cumpleaños, empezó a venir cada vez menos. Un lunes, que mamá no trabajaba en el boliche, me pasó a buscar al colegio y se le ocurrió pasar a saludarla. Yo estaba en sexto grado. Tenía que estar en séptimo, pero el año pasado repetí porque papá se fue de casa y mamá lloraba todo el día, y no me llevó más. Nos tuvimos que mudar a una casa más chiquita y mamá consiguió ese trabajo de noche, por eso siempre me vuelvo con Delfi y la mamá, que no trabaja. Por eso me puso recontenta que mamá viniera a buscarme y que fuéramos a la casa de la tía. Como vive cerca de la escuela, nos fuimos caminando y cuando llegamos, la tía abrió la ventanita de la puerta para ver quién tocaba el timbre: nos vio a mamá y a mí y me pareció que no se puso contenta. Tuvimos que esperar un ratito para que nos abriera y salió con un repasador con hielo sobre la cara.

—Me golpeé con la puerta de la pieza —le dijo a mi mamá, que la abrazaba, hasta que se dio vuelta y miró hacia donde yo estaba.
—Andá a jugar con tu prima —me dijo.

Yo estaba en el comedor con Sabrina y mi mamá y la tía se quedaron cerca de la puerta.

—Dejalos, que son cosas de grandes —me dijo Sabrina, pero yo quería escuchar. No entendí qué pasaba. Mamá le dijo a la tía que iba a llamar a la policía. Se debe haber equivocado, tendría que haber llamado al médico, pero yo escuché clarito que mamá dijo “policía”. Igual, la tía le pidió por favor que no, que no hacía falta y que no dijera nada. Sabri había puesto un casette y cantaba cada vez más fuerte mientras saltaba de un lado al otro, como si bailara, pero hacía cualquier cosa. Debe ser algo de familia: la tía no parece vieja, pero el tío Alberto dice que está cada vez más torpe. Hace poco se tropezó con un juguete tirado y se golpeó la cabeza contra el filo de la mesa y antes de eso me acuerdo de que la tía nos contó que, mientras bajaba la escalera, Lunita vino corriendo y la hizo tropezar. Creo que esa vez se rompió el brazo y la tuvieron que enyesar. Yo también lo quiero mucho al tío Alberto. A veces creo que Sabrina no lo quiere a su papá. Lo esquiva todo el tiempo y se encierra en su pieza.

Desde ese día, la tía no vino más a casa. Y mamá no quiere ir, siempre me pone excusas. Y las extrañaba a la tía, a Sabri y al tío Alberto. También lo extraño a papá. Por suerte, hace poco el tío pasó por la puerta del colegio justo cuando estaba por entrar y se bajó del auto a saludarme. Estuvimos charlando y me invitó a comer hamburguesas. Mamá nunca podía llevarme, y a mí me encantaban las papas fritas y la coca cola de ahí. Me compró una hamburguesa doble y papas grandes y yo sentí que explotaba, pero de felicidad. Cuando nos levantamos de la mesa se le cayeron las llaves del auto. Se agachó para levantarlas y ahí me vio las zapatillas rotas. Yo me había acostumbrado a esconder los pies, para que nadie las viera, pero él se dio cuenta igual. Me preguntó cuánto calzaba y me dijo que tenía unas que no le habían gustado a Sabrina y que me las iba a dar. A la otra semana volvió a aparecerse por la escuela a la misma hora para llevarme las zapatillas. Me dijo que lo acompañe al auto que estaba estacionado a la vuelta del colegio. Fui con él y cuando abrió el baúl se dio cuenta de que se las había olvidado. Me dijo que fuéramos una disparada a la casa y me las daba. Le dije que tenía que entrar a clases, pero él me dijo que estábamos cerca, que era un ratito y que, si no me las daba ahora, Sabri o la tía Marisa se las iban a regalar a alguien. Puso en marcha el auto y para que no me vean, me hizo agachar así no me veían mis compañeras. Me incliné hacia adelante, pero me dijo que se veía el pelo, así que me tomó suavemente la cabeza la apoyó entre sus piernas.

—Así está mejor —me dijo.

Mientras manejaba me acariciaba el pelo y me decía que lo tenía hermoso. Llegamos a la casa de la tía, entramos y no había nadie. Lunita vino ladrando, pero el tío la sacó al fondo. Me dijo que Sabri estaba en la escuela y la tía se había ido a trabajar, que ese día daba clases a la tarde, cerca del centro. Me pidió que lo acompañe a la pieza, que ahí las había escondido. Hacía mucho calor, así que él se sacó la camisa. Me dijo que yo podía hacer lo mismo mientras prendía el ventilador de techo. Yo no quise. Me daba vergüenza. Recién se me empezaban a marcar los senos y a mí me parecían enormes y desproporcionados. Me tomó de la mano y me llevó a la pieza. Arriba de la cama estaban las zapatillas, nuevas…divinas. No podía entender cómo no le habían gustado a Sabri. Me senté en la cama y él se agachó para ayudarme a sacar las zapatillas viejas. Me levantó una pierna y después la otra. Lo hacía despacio, no a lo bruto como mi mamá cuando me viste para ir al colegio. Se quedó mirando debajo de la pollera. Me dijo que tenía unas piernas hermosas, que el uniforme no me hacía justicia. No entendí qué quiso decir. Él seguía agachado frente a mí, agarró la caja y sin dejar de mirarme, me puso las zapatillas nuevas. Después se paró. Mi cara quedó a la altura de su cinturón. Me abrazó y me apretó contra él. Tuve la misma sensación rara como cuando veníamos en el auto. Estuvo un rato acariciándome y de repente, se fue al baño. Lo sentí respirar más fuerte de lo normal, como si estuviera agitado. Después escuché el agua de las canillas. Me pareció que tardaba demasiado para lavarse las manos. Volvió, y mientras se acomodaba los pantalones me dijo que era una buena chica, no como Sabri, y que me iba a hacer más regalos. Yo seguía fascinada mirando mis zapatillas y le dije que sí. Me tomó la cara con las dos manos y me dio un beso en la boca. «Ahora somos amigos en secreto». Parece que a los grandes les gustan los secretos. Subimos al auto, yo ya sabía cómo tenía que ponerme para que no me vieran y me bajé a unas cuadras del colegio. No dejó de acariciarme durante todo el viaje. Me sentí querida y era muy lindo, aunque, como el tío es albañil, tiene las manos un poco rasposas y a veces se le enganchaban en el pelo. Era tarde para entrar, pero temprano para volver a casa, así que me dio plata para comprar un helado. Yo quería mostrarle a Delfi y mis amigas las zapatillas nuevas. Cuando mamá las vio, me preguntó qué hacía con esas zapatillas. Le dije que me las había regalado Agustina -que ella sí está en séptimo, pero sigue siendo mi amiga- y mi mamá quiso llamar a la mamá de Agustina para agradecerle. Yo me asusté, y le dije:

—No le digas nada, mamá. Creo que se las regaló una prima, pero a ella no le gustaron y me las dio.
—¿Estás segura? ¡Están hermosas! ¿Cómo no le van a gustar? Son tan raras ustedes…a mi edad agarrábamos lo que viniera.

Mamá siguió maquillándose para irse a trabajar y se olvidó del tema. Yo me sentía feliz con mis zapatillas y con haberle hecho creer a mamá lo de Agustina.

Al otro día, el tío volvió a pasar por el colegio. Me preguntó si había dicho algo y le conté que le mentí a mamá y ella se lo creyó. Él sonrió y acariciándome la cabeza, volvió a decirme “sos una buena chica”. Papá nunca me lo dijo. Yo creía que mentir estaba mal, pero ahora me doy cuenta de que no. También me dijo que no le cuente nada a nadie y agregó “no quisiera que me hagas enojar”. ¿Cómo lo voy a hacer enojar si él es rebueno y me quiere? Prometió volver cuando tuviera otro regalo para mí. La semana siguiente me regaló un perfume, que también se había olvidado en la casa otro día que Sabri y la tía no estaban. Me preguntó si me gustaba. Yo lo abrí y lo olí, pero él me dijo que me lo ponga para ver cómo me quedaba. Me puse en la mano y él me la agarró y lo olió varias veces. Me dijo que el perfume se ponía en el cuello así se sentía cuando alguien te abrazaba. Me lo puse como mamá cuando se va a trabajar y el tío me abrazó y se quedó un ratito sintiendo el olor. Después me besó en el cuello y el hombro. Ahí no tenía perfume, pero él me besó igual. Me acordé de los amigos de mamá del trabajo que a veces veo salir de casa cuando vuelvo del colegio que también se dan besitos en la boca. Mientras me besaba, me acariciaba el pelo y me decía que era una chica buena y que era hermosa y que no dijera nada a nadie, que era nuestro secreto, porque Sabri se iba a poner celosa. Volví a tener esa sensación extraña, era como si algo creciera dentro del pantalón del tío cuando estaba conmigo. “mirá cómo me ponés” me dijo y yo creí que era algo malo. Me agarró la mano y la llevó adentro del pantalón. Sentí que se iba poniendo cada vez más duro y me asusté “seguí así que me gusta” me dijo. Yo no sabía qué hacer. Sin dejar de abrazarme él se desabrochó el pantalón y me hizo que lo acariciara ahí. Yo estaba asustada. El tío respiraba mal y en un momento parecía que se hizo pis, pero no era pis (o capaz que así es el pis de los hombres, pensé). Sentí asco ¡No me gusta esto! le grité y bajé corriendo las escaleras. Lunita ladraba atrás de la puerta que daba al patio, pero igual lo escuchaba al tío gritar que era una hija de puta, que no dijera nada a nadie, que si decía algo me iba a arrepentir. Por suerte había dejado las llaves en la puerta, abrí y me fui corriendo a casa.

Cuando llegué, Brako ladraba desde el fondo. Esa era la señal de que mamá estaba ocupada y que yo tenía que esperar. Me quedé sentada al lado de la maceta de la entrada, hasta que el amigo de mamá salió y pude entrar.

—¿qué te pasó? ¿qué hacés acá a esta hora? —me preguntó entre molesta y sorprendida porque yo la abrazaba y le pedía perdón llorando.
—¿Te escapaste de la escuela? —insistió.

Yo no podía hablar. Me trajo un vaso de agua y nos sentamos en el sillón de ver la tele.

—Contame qué te pasó, hija —me dijo mientras me acariciaba el pelo…pero yo volví a sentir ese asco y saqué la cabeza.
—El tío…—alcancé a decir, sin saber por dónde empezar
—¿Qué pasó con el tío? ¿Le pasó algo?
—No mamá…no…

Como pude le conté lo que había pasado. Escuché que mamá decía en voz baja “qué hijo de puta”.

—¿Estás segura, vos? ¿Y qué hacías en la casa del tío?

Le volví a contar la historia, pero esta vez más desde el principio

—O sea, que el día que te viniste con dolor de panza del colegio y cuando te apareciste con las zapatillas nuevas, me mentiste.
—Sí mamá…el tío me dijo que…
—Al diablo con el tío ¡Vos me mentiste! ¿Cómo querés que te crea ahora?
—Perdoname, mami, pero el tío…
—¡Otra vez con el tío! ¡Te dije que la termines!

Yo esperaba que mamá me abrace, que me diga que iba a estar todo bien, que seguía siendo su chiquita…

—¡Esto te pasa por desobedecer! ¿Qué querés que haga ahora?
—No sé… ¿ir a la policía?
—¿Y cómo se yo que no me estás mintiendo? ¿Tenés idea de lo que va a pasar? ¡Yo no voy a armar semejante quilombo en la familia por lo que se le ocurre decir a una pendeja mentirosa! Andá aprendiendo: el tío es hombre, y si tiene la oportunidad, la va a aprovechar.
—¡Por eso, tenemos que denunciarlo!
—¿Y quién te va a creer? Vos sos una mocosa y él un padre de familia. ¡Usá la cabeza por una vez! Si hacemos la denuncia, se va a enterar todo el mundo…
—¡Mejor! ¡Así no se lo hace a otra chica!
—¡Ese no es nuestro problema! ¿Cómo vas a ir al colegio cuando todos sepan lo que te pasó? ¡Nadie va a querer estar con vos!
—¡Pero yo no hice nada malo! ¡Fue el tío!
—Supongamos que hacemos la denuncia y te creen y al tío lo meten preso. ¿Vos querés dejar a tu prima sin padre? ¿De qué van a vivir con la tía? ¡Dos pesos le pagan en la escuela! ¿Querés que vivan como nosotros? ¿Cómo los vas a ver a la cara cuando se queden en la calle? Si decís algo, olvidate de pasar Navidad y Pascuas juntos. ¡Por ellos conocés el mar! ¿o te olvidaste de que te llevaron de vacaciones porque estabas triste cuando se fue el hijo de puta de tu padre? ¿y les vas a hacer esto? ¡Esas cosas las tenés que pensar antes!

Yo lloraba llena de impotencia, rabia y culpa.

—Dejá de llorar y andá a bañarte. Y no le cuentes nada a nadie. ¡A nadie! ¿entendiste? Olvidate. Esto no pasó. Listo.

Asentí con la cabeza. Ya sé que en el mundo de los grandes hay que callarse.

Me fui a duchar. Me sentía sucia y, por más que refregara, no había manera de que la esponja me saque la suciedad del alma.


Romina prendió un cigarrillo y lanzó una larga bocanada de humo. Mariano le acercó un pañuelo de papel, sabiendo que era la última vez que la veía. Ella volvió a tomar distancia de sus emociones, como si le pertenecieran a otra persona. Hacía años que no lloraba. Temía flaquear, ya había tomado una decisión y no quería dar marcha atrás. ¿Qué necesidad había tenido Mariano de decirle que la amaba? ¿Cómo se le había ocurrido mandarle comida cuando acostumbraba a almorzar cigarrillos y alguna galletita? Si el sexo era perfecto… ¿por qué complicarlo todo con un beso en los labios? ¿por qué no se fue, como todos los demás?

Ahora su tono de voz era seco, desprovisto de humanidad.

—¿Cómo querés que te crea que vos me querés cuidar? Todas las noches me acuesto pensando en vos y a la mañana me despierto con miedo de que sea una ilusión, dándome cuenta de que soy una boluda por haber confiado en alguien… ¿no me cuidó mi mamá y me venís a cuidar vos? Perdoname. Te juro que lo intenté, que quise bajar la guardia, mil veces me dije ¿no te das cuenta de que es un buen tipo? Y sí. Sé que sos un gran tipo, sin dudas, la mejor persona que conocí. Pero yo no sirvo para vivir así. Tengo miedo de acostumbrarme y que un día la realidad me diga “¿en serio creíste que vos merecés esto?”. Cuando te veo y me venís a abrazar, mi primera reacción es cubrirme, porque tengo miedo de que me pegues y de terminar como la tía Marisa internada en un hospital con toda la cara desfigurada. Siento que, si seguimos, vos y yo nos vamos a lastimar demasiado. Y no te lo merecés… y yo ya no quiero sufrir más.

Mariano quiso decir algo, pero el llanto le nubló la voz. Hacía tiempo el alma de Romina había estallado por el peso de los secretos y la naturalización del maltrato. Él la abrazó y sintió cómo las astillas en el alma de Romina, laceraban la suya.

Ella se había dado por vencida y él no podría rescatarla. Las hojas caídas del otoño, las lluvias de invierno y las flores de la primavera van ocultando las huellas que deja el silencio. Pero ahí están y, a veces, ni siquiera el amor es capaz de borrarlas.

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