LA MINA

Francisco José Segovia Ramos

Coal Miners (c.1925)-George Luks





Golpea con el pico la dura roca, abriendo un camino laberíntico. Arrastra vagonetas repletas de negra hulla por raíles chirriantes y pasajes oscuros que se iluminan con una luz mortecina y triste.

Hace una pausa entre golpe y golpe, respira el aire viciado de la mina, siente el calor de las profundidades en las que se pierde muchas horas al día… o de la noche, porque en estos túneles soles, estrellas y lunas están ausentes y olvidados, igual que la mujer y los hijos, que están allá arriba, aguardando.

Mira su reloj fluorescente y comprueba que es el momento para hacer una pausa en el trabajo. Lenta, parsimoniosamente, con un cansancio acumulado en años de minero, deja el pico apoyado contra la pared irregular y se recuesta en una esquina. Abre su pequeño paquete donde tiene el almuerzo, y deja que su aroma se pierda y confunda con el olor espeso del carbón.

Mientras se alimenta en silencio con su frugal comida observa, asombrado, cómo un pequeño gorrión, se posa sobre un montículo de rocas ennegrecidas y lo mira casi con descaro. No se explica por qué el pájaro ha llegado hasta tan profundo en la tierra, muy lejos de su hábitat natural, ni por qué no se asusta ante de su presencia.

Pasada su inicial sorpresa le arroja unas migas de pan que el gorrión, inmediatamente, devora con una rapidez sorpresiva.

Sigue comiendo, a la par que reparte parte de su almuerzo con su amigo emplumado, y piensa en el sol que debe estar ahora en su cenit, allá arriba, fuera, lejos.

Busca ahora el termo donde guarda el café cargado que le permitirá no caer en la somnolencia después de la comida. Aparta levemente su mirada del pájaro para buscarlo entre los bártulos que tiene en un rincón de su lugar de trabajo. Lo coge y se echa un vaso de café. Frente a él, en el montículo, el gorrión, sin previo aviso, se agita, nervioso, y levanta el vuelo, nervioso, golpeándose, en su precipitación, contra las aristas de la pared, hasta caer muerto al suelo.

Se levanta, y teme lo peor. Apenas tiene tiempo de pensar en nada más cuando lo siente venir a través de los túneles y, mientras llega la tormenta de las profundidades, vuelve a soñar en el sol que resplandece, en las tierras cubiertas de hierba y árboles que son agitados por el viento, en su mujer y sus hijas, esperándolo tras la jornada agotadora de trabajo. Oye un grito de dolor, muy cercano, y sabe que el sonido de lo que llega hasta él por los túneles es su condena a la oscuridad eterna de la caverna; porque la muerte, en estas profundidades, se llama grisú.

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